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Un Caribe de otro tiempo

Al fondo de la bahía de Samaná, en el noreste de la República Dominicana, se esconde el Parque Nacional de los Haitises. La dificultad de acceso ha permitido conservar intacto este lugar de geología peculiar en el que abundan l

ÁNGEL M. BERMEJO

La imagen de playas interminables de arena resplandeciente, palmeras y hoteles de cinco estrellas es muy atractiva para pasar unos días de vacaciones al sol del Caribe, sobre todo en invierno. Pero, ¿se conserva algún rincón del litoral caribeño intacto, es decir, sin hoteles pero también sin ciudades, puertos o carreteras? La verdad es que no hay muchos lugares en los que perviva un paisaje natural costero sin alterar en las islas caribeñas, pero si se busca bien es posible encontrarlos. Uno de los más interesantes es el Parque Nacional de Los Haitises, en la República Dominicana.

Este parque nacional se encuentra al fondo de la bahía de Samaná y en él destacan unas curiosas montañas de roca caliza llamadas mogotes, de unos 40 ó 50 metros de altura, paredes verticales y cumbres redondeadas. La parte más baja de algunos de los estrechos valles que se forman entre ellas está cubierta por el mar por lo que algunos mogotes se han convertido en islas. Y como esta es la zona más lluviosa de la República Dominicana, la vegetación es exuberante. Las especiales características naturales del lugar, unidas a su aislamiento, hacen que el parque sea el refugio de numerosas especies de fauna, algunas de las cuales son endémicas y en peligro de extinción.

La puerta de acceso es Sabana de la Mar, un pequeño pueblo en donde también es posible vislumbrar la vida diaria de los dominicanos del medio rural. La visita empieza por un recorrido por Caño Hondo, un canal entre manglares antes de llegar a la bahía de San Lorenzo, una pequeña porción de la más grande bahía de Samaná dentro de la que se encuentra. Entonces aparecen los mogotes, que surgen del mismo mar y luego se adentran en una vasta zona que continúa hacia el interior.

La visita al parque tiene tanto un interés natural como histórico. Lo primero es, claro, el paisaje: los mogotes, la vegetación tropical, con altos árboles, helechos y enredaderas. Es fácil encontrar varias especies de aves marinas, como pelícanos, gaviotas, garzas, fragatas y charranes. Otra especie muy importante es el halcón de La Hispaniola. También hay delfines y manatíes (muy difíciles de ver). Hasta aquí no llegan las ballenas, que se quedan más cerca de la entrada de la bahía de Samaná.

Entre los mogotes se forman pequeñas playas, lugares acogedores en los que pasar un rato de descanso pero que no reproducen la imagen tradicional de gran playa caribeña con palmeras. Aquí crecen otros árboles, como la uvilla, y a veces las hojas caídas cubren completamente la arena. Hay lugares, como Caño Salado, desde donde salen caminos que se adentran en el bosque tropical y permiten conocer puntos del interior.

En estas formaciones rocosas calizas el agua forma numerosas cuevas, y en algunas -como la de San Gabriel y las de Caño Hondo- abundan las formaciones de estalactitas y estalagmitas. En muchas de ellas hay petroglifos y pinturas rupestres creados por los taínos, los antiguos pobladores de la isla. En la cueva de la Línea hay cientos de pinturas, que ofrecen mucha información sobre la vida de los taínos y permiten aventurar hipótesis sobre sus creencias religiosas. Las cuevas que se encuentran junto a la playa de La Arena son un verdadero laberinto en el que se encuentran varios petroglifos. El recuerdo de una cultura desaparecida que encontró durante un tiempo su refugio en estas soledades.


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