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Drácula no es sexy

El mito vuelve a casa. Ajeno a su imagen de don Juan adicto al peligro, el conde es un viejo anclado en otro siglo

PAULA CORROTO. FOTO: GRACIELA DEL RÍO


No hay colmillos. Ni sangre. Ni capa, ni estaca. Ni siquiera un castillo envuelto en bruma y follaje. Tampoco esperen encontrarse una historia de amor al uso. El Drácula que Ignacio García May ha versionado y dirigido para el Centro Dramático Nacional (CDN), rompe con el tópico alumbrado por el melodrama norteamericano y se mantiene fiel a la novela que el irlandés Bram Stoker publicó en 1897. Con el mismo núcleo argumental: ser un vampiro duele.

Los actores han estado 45 días ensayando en el Teatro Valle Inclán de Madrid una versión que García May comenzó a escribir en 2003 y que el año pasado consiguió seducir al director del CDN, Gerardo Vera. Mes y medio para adecuarse a un texto que estrenarán el próximo 3 de diciembre y que se mantendrá en cartel hasta el 10 de enero.

La semana pasada se ultimaron los ensayos generales. Los ocho actores que interpretan la obra tienen ya calado su papel. El director parece tranquilo, pese a que sabe que ha montado algo muy diferente a lo que todo el mundo espera. 'Con este libro sucede como con El Quijote: todos creen conocerlo, pero muy pocos lo han leído. Ha prevalecido la imagen dada por el cine, la de la sangre y el ataúd', explica.

García May se ha apoyado en la palabra de Bram Stoker para levantar la obra. '¡Los espejos son una bagatela de la vanidad humana!', grita Drácula, interpretado por el actor José Luis Alcobendas, en la escena en la que el doctor Van Helsing le enseña el espejo. 'Entre por su propia voluntad, entre sin temor y deje aquí parte de la felicidad que lleva consigo', le dice un cortés conde Drácula a Jonathan Harker (Iñaki Rekarte) cuando el incauto joven pisa por primera vez la mansión de Transilvania. 'La novela tiene unos diálogos bellísimos que no se suelen utilizar. Yo sí lo he hecho', admite.

No es la primera vez que el vampiro rumano pisa las tablas. De hecho, la intención inicial de Bram Stoker fue escribir una obra de teatro, según desveló el escritor Rodrigo Fresán en el prólogo de la reedición de la novela (Mondadori, 2005).

Además, poco después de la publicación, el novelista irlandés realizó una lectura dramatizada para asegurarse el copyright teatral. Desde entonces, a pesar de ser una novela epistolar, se han realizado unas 250 versiones teatrales en todo el mundo. En España, el mítico actor Enrique Rambal interpretó a Drácula en 1943 con una gran escenografía.

Aunque la obra se permite algunas licencias Lucy está muerta desde el comienzo y la primera parte de la novela corresponde al segundo acto, la adaptación es bastante fiel al libro. 'La idea de que Drácula es una especie de don Juan es falsa. Stoker le describe como un hombre mayor, con el pelo gris y un abrigo de visón. No es un joven peinado a lo Carlos Gardel', afirma contundente García May.

Nada sexy. El actor José Luis Alcobendas, cuya caracterización se asemeja a la imagen del conde Vlad en la que se inspiró Stoker, señala que en ningún momento intentó parecerse al estereotipo establecido por el actor Bela Lugosi. 'No sé si soy un vampiro o no. He trabajado con la idea de representar a un conde. Mi personaje ha de mostrar ambigüedad, sí, pero no deja de ser un conde, un señor entrañable y respetado', comenta el actor. De ahí que no muerda en escena. De ahí que cuando se acerca a Mina (interpretada por Xenia Sevillano), apenas dé miedo. Es un viejo, caduco, anclado en otro siglo.

Por su parte, Iñaki Rekarte reconoce que el director les insistió una y otra vez en agarrarse a algo real. 'Teníamos clara la idea de que los vampiros no existen y que no sabemos cómo son', asegura.

El conde Drácula es el mal. Y es repugnante. Stoker machacó esa idea durante toda la novela, al igual que hace la obra. 'El vampiro es todo lo que te quita la vida o las ganas de vivir. Mientras ensayábamos, pensábamos que representaba la actual crisis económica, que es como un vampiro. Te vas a dormir y cuando te levantas por la mañana, te ha quitado el trabajo y el futuro. Drácula es el que te ha quitado todo, pero además no sabes cómo enfrentarte a él. Eso es la crisis', sostiene el director.

El drama de Drácula ejemplifica también que la inmortalidad no es ningún chollo. Alcobendas señala que, durante el proceso creativo, se dio cuenta de que 'el conde es un hombre desencantando por su inmortalidad. Ahora nos venden continuamente la idea contraria, pero ¿quién ha dicho que no tengamos que enfrentarnos al dolor y a la muerte?', se pregunta.

En este sentido, García May sostiene que la obra a través de la novela desconcierta porque 'en nuestra vida cotidiana, ya no hablamos de la muerte. Debemos de ser la única sociedad antropológica que no lo hace. Durante toda la historia, el aprendizaje de la muerte era igual al de la vida. Y creo que la gente vivía y moría mejor. Ahora intentamos ocultar la muerte, pero esta insiste en aparecerse. Lo que se reprime sale', explica.

La escenografía de la pieza supera también a los personajes. Todo es inmenso. Desde los paneles verdes que simulan tanto la mansión de Drácula como la casa del doctor Seward en Londres, hasta las chaise longue que rellenan un escenario de mínimos. La puesta en escena se basa en la obra del escenógrafo británico Gordon Craig, contemporáneo de Stoker.

'Queríamos que fuera así para reflejar la maravillosa cultura de esa época. Son los años de Oscar Wilde, Arthur Conan Doyle, Bernard Shaw. Y Gordon Craig era el genio de la escenografía', reconoce el director.

La monumentalidad de la escena refleja los amplios recursos manejados por el Centro Dramático Nacional. En el escenario se abren trampillas, sale humo y los paneles giran impulsados por mecanismos perfectos. García May, que suele montar escenografías en teatros públicos, reconoce que 'da bastante tranquilidad' trabajar en estas condiciones.

Los frecuentes lamentos del mundo del teatro reflejan, en su opinión, 'la sociedad de ricos en la que vivimos, estamos todo el día quejándonos, nadie es capaz de apreciar nada. Es como lo de la crisis. Ahora todo el mundo quiere volver a lo de antes y no se dan cuenta de que eso es lo que nos ha traído hasta aquí'.

Quedan sólo cuatro días para el estreno de este Drácula. Después del ensayo general, los actores parecen relajados, con la lección bien aprendida. Aunque también se percibe el ansia del estreno. 'Ya sabemos que el público va a llegar con unas ideas preconcebidas, pero aquí nos limitamos a sugerir las cosas', confiesa el actor Iñaki Rekarte. Así que pasen y vean, que esta vez Drácula no muerde.

 

Medio mundo se encuentra hoy vampirizado. Los últimos fenómenos mediáticos pertenecen a las sagas literarias de Stephanie Meyer (Crepúsculo) y Charlaine Harris (Southern Vampire Mysteries) y sus películas y serie (True Blood) correspondientes. Sus cifras marean: sólo la primera novela de Meyer ha vendido 25 millones de ejemplares en todo el mundo y las películas queman la taquilla: Crepúsculo recaudó el año pasado 384 millones de dólares y su segunda parte, Luna nueva, lleva 320 millones desde su estreno el pasado 18 de noviembre.

Sin embargo, este fenómeno poco tiene que ver con el de los años noventa, cuando las millonarias Crónicas vampíricas de Anne Rice dieron lugar a películas como Entrevista con el vampiro. Los chupasangres de hoy son jóvenes bellos cuyos tormentos son más románticos que existenciales; es decir, más propios de adolescentes.

Se trata de historias más edulcoradas. Contra ellas ha querido luchar Ignacio García May en su versión de Drácula. 'Lo que se lleva ahora son vampiros de diseño que reflejan un discurso: hay que ser guapo, ir al gimnasio y ser un eterno adolescente. Yo detesto a esos vampiros. Además, lo único que deseaba Drácula era morir. Está sufriendo, porque ser vampiro no es guay', señala May.

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