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Historia de dos reyes

KEN LOACH (director de cine) / PAUL LAVERTY (Guionista)

Nos han pedido que firmemos una carta suscrita por numerosos escritores, artistas, políticos y sindicalistas de renombre y dirigida al rey Juan Carlos I, en la que solicitan que interceda ante el rey Mohamed VI de Marruecos para intentar salvar de algún modo la vida de Aminatou Haidar, que se halla en huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote. Aunque respetamos la buena voluntad de los implicados -y comprendemos que todos ansiamos evitar una tragedia- y en nuestro fuero interno esperamos que surta efecto, creemos que se trata de una estrategia profundamente equivocada. No obstante, reconocemos que esta iniciativa pone de relieve un hecho esencial: el rey Mohamed es la única figura que goza de un poder real en Marruecos. Básicamente, en la carta se pide al rey Juan Carlos I que le ruegue al rey de Marruecos que nos haga el 'favor' de resolver este lío.

Ha llegado el momento de ser claros y dejar de agachar la cabeza. Mohamed VI posee una fortuna estimada en dos mil millones de dólares por la revista Forbes, que lo sitúa en octavo lugar entre los monarcas más ricos del mundo. Según la Wikipedia, Mohamed y su familia tienen importantes intereses comerciales en el sector minero, la alimentación, la venta al por menor y los servicios financieros. Por otra parte, el presupuesto operativo diario del palacio es astronómico. Al margen de la gran fortuna personal de Mohamed VI y de su enorme influencia en las instituciones políticas del país, Marruecos es un Estado que ha firmado tratados internacionales vinculantes. Al hacer caso omiso de esas normas internacionales, de los derechos humanos y de la Corte Internacional de Justicia, Mohamed VI se comporta como si fuera un déspota medieval.

La política exterior de Mohamed VI es burda y huele a podrido. En cada desafío subyace la amenaza implícita a España de lanzar a un sinfín de marroquíes pobres y desesperados a que crucen el Estrecho para pasar a Europa. O, peor, interrumpir la cooperación en materia de 'terrorismo'. En otras palabras, hacer la vista gorda ante fundamentalistas islámicos que podrían volar en pedazos a más civiles inocentes en Europa. Tal vez ese sea el motivo por el que la reacción del PSOE ha sido tan bochornosamente insulsa.

Mohamed VI es un hipócrita. El 22 de junio de 2000, la Universidad George Washington lo nombró doctor honoris causa 'por su labor de fomento de la democracia en Marruecos'. Deberían despojarlo de ese honor. En un incendiario discurso pronunciado el 4 de noviembre declaró que 'o se es patriota o se es traidor', condenando así a todos aquellos que se nieguen a aceptar la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, lo cual, a su vez, llevó a una mayor represión de la resistencia pacífica.

Los funcionarios de Mohamed VI ponen como condición para devolverle el pasaporte a Aminatou Haidar que esta le pida disculpas al rey por haber cometido la temeridad de escribir en la tarjeta de embarque que su país de origen era el Sáhara Occidental y no Marruecos. Y esto se le exige a una mujer que pasó cuatro años desaparecida en un campo de detención secreto donde sufrió todo tipo de torturas. Le vendaron los ojos, la amordazaron, la golpearon, la sometieron a electroshock y la amenazaron con violarla. Si Mohamed VI tuviese un ápice de humanidad, sería él quien le suplicaría perdón de rodillas.

La gran tragedia es que, mientras el continente africano sangra por los cuatro costados y gran parte del mundo musulmán está sumida en la violencia y la desesperación, en medio de todo ello se encuentra Aminatou Haidar, una figura frágil comprometida con la resistencia pacífica.

Confiamos en que, antes de que muera, se escriba otra carta, dirigida a Mohamed VI y firmada por ciudadanos de todo el mundo (incluido el presidente Rodríguez Zapatero), en la que se les exija a Mohamed VI y a su Gobierno que respeten el derecho internacional y pasen a formar parte del mundo civilizado.

Cuando pensamos en ese hombrecillo sentado junto al teléfono en su enorme palacio -bastaría con una llamada para devolverle el pasaporte a Haidar y permitirle así reunirse con sus dos hijos, que están destrozados-, nos acordamos de los antiguos emperadores romanos, que subiendo o bajando el pulgar decidían la vida o la muerte de sus cautivos. Aunque Mohamed VI tal vez se sienta todopoderoso en su opulento palacio, de tener una pizca de imaginación y visión histórica se daría cuenta de que, si permite la muerte de Haidar, el cristalino espíritu de resistencia pacífica de esta mujer revelará la insignificancia de su crueldad, siempre corta de miras, allá donde vaya durante el resto de su vida. Si acaso hay justicia, se le dará el mismo trato que recibió Bush cuando le lanzaron un zapato en Bagdad y se convertirá en real persona non grata para el mundo civilizado. No pedimos favores que tengan que tramar en privado dos reyes. Exigimos justicia, como seres humanos.

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