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"Primero era Hugo, segundo Hugo, y después... Hugo"

Hugo Sánchez se sienta hoy en el banquillo del Bernabéu. Sus ex compañeros recuerdan su valía como goleador y su ego para reivindicarse como figura.

LADISLAO JAVIER MOÑINO

Sangre caliente, cabeza fría. Para la vida y para el gol. Pocos jugadores en la historia han domado tan bien ese dificultoso equilibrio. Hugo Sánchez era un volcán ingeniando tretas psicológicas para desquiciar contrarios ('Saca ya, morito cabrón', le dijo a Zaki, portero del Mallorca). Y era un témpano para rematar a un toque y negociar sus asuntos en el vestuario y en los despachos.

'Mi mayor pecado es que soy un triunfador y eso a mucha gente no le gusta porque me tienen envidia'. Su discurso altivo no ha cambiado de la hierba al banquillo. Hoy ocupará el visitante, pero sus ambiciones futuras se sientan en el de al lado. Es su sueño y él acostumbra a transformalos en realidad desde la fe que se tiene. Nadie cree más en Hugo que el propio Hugo.

El discurso altivo del mexicano no ha cambiado de la hierba al banquillo

No tenía el pedigrí de los argentinos, ni el de los brasileños. Así que eligió el Madrid a costa de traicionar los sentimientos de los atléticos para instalarse en la primera línea del escaparate del fútbol mundial. Quería ser una primera estrella y lo fue.

A la presentación del Real Madrid en el verano de 1985 acudieron 50.000 personas. Ramón Mendoza, por entonces presidente blanco, estrenaba mandato con los fichajes de Maceda, Gordillo y Hugo Sánchez, la Quinta de los Machos que el mismo mexicano bautizó y reivindicó. Fue el mayor beneficiado del despliegue de talento que hacía la Quinta del Buitre, pero también el más soterrado por el impacto mediático de Butragueño, Sanchís, Míchel y Martín Vázquez.

Podía marcar 38 goles en una sola temporada como Zarra, pero aquella época está grabada en primer lugar por los nombres de aquella fina generación. Contra eso siempre se rebeló Hugo y por ello ideó y publicitó su propia Quinta.

'Siempre he tenido la impresión de que Hugo se veía menos importante para nosotros de lo que en realidad lo era. Para nosotros era insustituible', reflexiona Míchel. La incertidumbre en el resultado y las discusiones de bar las zanjaba a la tremenda. A la mínima que le caía medio balón, gol de Hugo y a otra cosa. 'No es cierto que dejara de pasarle la pelota. Cómo es posible eso si la temporada que hizo 38 goles el 30% se los di yo', prosigue Míchel, al que la prensa de la época no otorgaba buenas relaciones con el goleador más acrobático de la historia.

El madridismo no tardó en aceptarle, aunque le invadió la desconfianza y la desazón cuando anunció que se marchaba en marzo de 1987, al regresar de un partido de ida de Copa de Europa en Belgrado donde ganó el Estrella Roja (4-2). 'Me marcho, mi ciclo en el Madrid ha terminado. Hay una oferta del Inter y el Barça también anda detrás', dijo entonces.

El órdago le salió bien ante Mendoza, que le incrementó el salario, pero no ante los veteranos del vestuario. 'Camacho, Gallego, Juanito y yo, que éramos los capitanes, le dijimos que no era ético que pusiera en jaque al club cuando nos estábamos jugando la Liga y la Copa de Europa. Primero era Hugo, segundo Hugo y después... Hugo. Iba a lo suyo, era un profesional. No se daba mucho a los compañeros y eso pudo perjudicarle, pero Hugo era Hugo', asiente Santillana.

'Ha sido uno de los extranjeros más rentables en la historia del club. Sus números están ahí y no se le puede poner ningún pero', concluye Santillana, que no oculta su valor en la historia del Madrid.

Martín Vázquez fue el jugador que más congenió fuera y dentro del campo con el delantero mexicano. Tenían en común que éste último fue el miembro de la Quinta del Buitre que más tarde se consolidó y que más tuvo que luchar para ser reconocido en la grada y en el salario: 'Entonces se compartía habitación y me tocó con él. Entablamos una gran amistad. En el campo se hacen parejas, una era la de Míchel y el Buitre y otra, la mía con Hugo. Era muy frío y sabía anticiparse a las situaciones. Cuando dijo que se marchaba, probablemente estaba buscando un aumento de sueldo, pero era normal que lo hiciera. Antes no había representantes y los contratos se firmaban para largo'.

El recelo de la grada con el ídolo que quería abandonarla duró lo que tardó en dar una voltereta en San Mamés, pocos días después de haber anunciado su marcha. Aquellas piruetas eran su marca registrada. Lo sabía y lo explotaba como valor añadido de la estética de sus goles.

Hugo fue siempre su mejor representante. Un adelantado a la mercadotecnia que impera hoy. Llevaba fotografías suyas en el coche para firmar y regalar a los aficionados. Ahora porta esas y otras ya como entrenador.

El planteamiento rácano del Almería ante el Barça le ha generado críticas, pero haber arañado un punto le hubiera hecho dar un paso más en su carrera hacia el banquillo que ambiciona. No suele inspeccionar en solitario los terrenos de juego antes de los partidos, pero tampoco se descarta que lo haga hoy. En cualquier caso, en cuanto asome, retumbará agudo aquel intimidador grito de guerra: 'Hugo, Hugo'.

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