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Sobredosis de un Herzog poseído

El festival programó este sábado por sorpresa otro filme del alemán

CARLOS PRIETO

Hola, soy Napoleón Bonaparte, ¿quieres ser mi amiguito? De locos, lo de ayer en la Mostra de Venecia fue de locos. En realidad la demencia había comenzado el día anterior, con la proyección de Teniente corrupto, de Werner Herzog, en la que pudimos ver a Nicolas Cage drogado como un mono haciéndole cucamonas a un lagarto. Vale, la cosa tenía un pase, aunque a algunos no les hizo mucha gracia.

Pero, haciendo bueno aquello de que si no quieres taza vas a tener taza y media, la Mostra decidió que una de las dos películas sorpresa de la competición (extraña tradición ésta de proyectar filmes sin previo aviso), fuera... otra de Werner Herzog (del que, por otra parte, también se proyectó ayer un corto, así que se pasó el día encadenado a una silla, atrapado en un bucle de ruedas de prensa).

Bienvenidos pues al Festival Internacional de Cine de Werner Herzog (anteriormente conocido como Mostra de Venecia). La obra se llama, ojo al título, My son, my son, what have ye done (Hijo mío, Hijo mío, ¿qué es lo que has hecho?) y la trama no tiene desperdicio: un joven actor ensaya una tragedia griega, comienza a oír voces, pierde la cabeza y asesina a su madre...

Pero no se alarmen, porque todo es una especie de broma privada entre Werner Herzog y otro clásico del delirio, el norteamericano David Lynch, que produce la cinta... y algo más. Da la sensación de que Lynch asume aquí el rol de José Luis Moreno y Herzog el del muñeco Monchito: el director alemán abre la boca pero la voz que sale de su interior es la de Lynch en su registro más astracanesco.

Ahora bien, suponemos que nadie le ha puesto una pistola en la cabeza a Herzog para que convierta la película en un circo lynchiano de tres pistas: tenemos música abstracta inquietante, dos flamencos que aparecen y desaparecen, granjeros tarados, policías excéntricos, enanos... y hasta a la madre de Laura Palmer (Grace Zabriskie).

En la rueda de prensa, Herzog aseguró entre risas que el objeto de que Lynch le produjera la película no era otro que asegurarse de que 'los franceses le compraran la película' fuera como fuese; un gran chiste, este sí, que no le exculpa de haber parido tamaño engendro.

Pero hay más. Por si todo lo anterior no fuera suficiente, también pudimos ver la tercera parte de Tetsuo, de Shinya Tsukamoto, la historia de un hombre que, tras contemplar el asesinato de su hija, preso de la ira, se convierte en una máquina de matar metálica.

Para quien no esté familiarizado con esta legendaria saga cyberpunk, decir que es lo más parecido a que te golpee en la cabeza el martillo de Lucifer, aunque esto no tiene porqué ser necesariamente malo si uno es tan caprichoso que le gusta la música industrial ensordecedora, la ultraviolencia macarra ('la violencia es un tipo de imaginación', explicó ayer Tsukamoto en rueda de prensa) y las marcianadas japonesas incomprensibles.

Aunque el director da muestras alarmantes de que se le está pasando el arroz (el filme original data de hace veinte años y el nuevo parece hecho hace... veinte años), hay que aplaudir la osadía de la Mostra por proyectar semejante rodillo en la sección oficial a competición (no va a ocurrir pero... sería muy pero que muy perverso que el tercer Tetsuo ganara el León de Oro).

Eso sí, el cerebro se quedó seriamente dañado tras ver esto... y todavía quedaban dos películas más. La honkonesa Accident, policíaco interesante y aburrido dirigido por Soi Cheang, y la francesa Persécution, de Patrice Chéreau. Las dos dejaron mustio al personal, que a medianoche vagaba por las calles de Venecia con la mirada extraviada tras una jornada demencial.

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