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Una danza por la libertad del cuerpo

Isadora Duncan turbó a la sociedad de principios del siglo XX al exaltar el desnudo y proponer un baile sin reglas

JESÚS CENTENO

En Escandalosas. Veinte mujeres que han hecho historia (Siruela), Patrizia Carrano recopila las vidas de 20 mujeres en distinto contexto pero unidas por un deseo, el de querer pensar por sí mismas y tomar sus propias decisiones, afirmando sus ideas y sus ansias de independencia. Así son, según la autora veneciana, las mujeres escandalosas, espíritus indomables que desobedecen las reglas de su tiempo y que además, describen a la sociedad que las ha juzgado.

Una de ellas es Isadora Duncan (1878-1927), una bailarina estadounidense que turbó a sus contemporáneos del siglo XX. Obsesionada por la danza, rechazó las reglas del ballet académico, exaltó la pureza del cuerpo desnudo y animó a otras mujeres a luchar por la libertad del cuerpo. Su arte era, según la prensa londinense del momento, un soplo de aire fresco, una imagen de belleza y alegría, tal y como debió ser cuando el mundo era joven y los hombres y mujeres bailaban al sol, movidos por la simple felicidad de existir.

Revolución en la danza

Con una educación clásica, Isadora bien pudo ser pianista, pintora, o incluso poeta, pero decidió aunar todas las disciplinas. En su adolescencia, leyó a los románticos, escuchó a Beethoven y Schumann e importó a su baile la danza griega. Hizo sus primeros pinitos interpretando el movimiento de las olas de la bahía de San Francisco y viajó a Nueva York, para ingresar en la compañía de Augustin Daly, donde dio sus primeros espectáculos. Su descaro provocó la estupefacción del público y la crítica de la prensa, que no soportaba ver a una mujer que bailaba descalza, vestida sólo con túnicas y sin maquillaje. Pero en todo aquello había algo original y apasionado. Fue un éxito. En las entrevistas, Isadora escandalizó diciendo que las mujeres pueden criar solas a sus hijos y que el matrimonio está superado.

La ninfa poseía un poder de seducción que la mantuvo rodeada de amantes. Sin embargo, no pudo alejarse de la desgracia: dos de sus hijos se ahogaron en el Sena y acabó en bancarrota, perdiendo la razón y alejada del arte. En 1921, fijó su residencia en Moscú, donde se casó con el poeta Serguei Esenin, que se suicidó poco después. En 1927, Isadora, deprimida,murió de manera absurda cuando su bufanda se enredó en el volante del coche que conducía. Tenía 50 años.

 

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