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«Somos fetichistas, nos gusta ver el fósil»

José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, codirectores del Proyecto Atapuerca

JAVIER YANES

Los avances en biología evolutiva se nutren de dos fuentes: a un lado, los paleoantropólogos, que reconstruyen la historia de las especies gracias al registro fósil; al otro, los genetistas de poblaciones, que aportan la comparación entre genomas e infieren recorridos evolutivos a partir de distancias genéticas. Los anglosajones lo resumen como la dicotomía entre rocks y clocks, o piedras (fósiles) y relojes (moléculas). Dos de los mayores expertos españoles en rocks, los codirectores del Proyecto Atapuerca José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, coinciden en que se trata de enfoques “conjuntos y complementarios”.

“La genética contará siempre con la paleontología”, sentencia Carbonell. Bermúdez de Castro añade: “Cuando hay un fósil, a todos nos gusta verlo. Somos fetichistas”. “Pero no hay competencia posible porque la genética avanza muy deprisa, mientras que la paleontología se nos pone cada vez más difícil, por ejemplo, con los últimos sucesos en Kenia”, precisa Bermúdez de Castro.

Ambos expertos aplauden las conclusiones de los estudios genéticos publicados esta semana. “El origen africano es indiscutible, lo mismo que los cuellos de botella”. Bermúdez de Castro precisa: “Estamos localizando ahora dos corredores del pleistoceno medio en Asia, por la costa sur y al norte del Tíbet, que marcaron estos cuellos de botella”.

No obstante, ambos científicos discrepan de una de las conclusiones de los estudios: que la colonización europea precedió a la del Pacífico. “Los australianos son más próximos a los africanos que nosotros”, dice Carbonell. “Sabemos que Australia se pobló hace unos 60.000 años, y Europa no se ocupó por el Homo sapiens hasta unos 10.000 ó 15.000 años después”.

Para los dos expertos, las oleadas de migración del Homo sapiens propuestas por los estudios genéticos se sitúan en su contexto correcto con respecto a las que acaecieron anteriormente y que situaron en Eurasia al Homo erectus, el georgicus, el antecessor y los neandertales. “Pero aún desconocemos si hubo convivencia entre neandertales y humanos”, reconocen. Carbonell augura que este puede ser un terreno fértil para la genética: “Si tenemos algún gen de neandertal, se podrá demostrar esta convivencia”.

Es justo en esta confluencia entre neandertales y humanos y aún más atrás, entre humanos y chimpancés, donde yace el que, para ambos, continúa siendo el Santo Grial de su disciplina: “El tronco común. El eslabón perdido. Existe”, aseguran.

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