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Cameron, el conservador

JESÚS ROCAMORA



En un videojuego, el avatar es el personaje que representa al jugador durante la partida y que le permite interactuar con el entorno y con otros personajes, es decir, su representación gráfica en un mundo virtual. Con la simulación y las redes sociales en expansión más allá del terreno del ocio interactivo, pocos términos pueden alardear de tener más futuro. Esta es la idea sobre la que descansa, claro, el Avatar de James Cameron: un ex marine atado a una silla de ruedas (Sam Worthington) debe 'introducirse' y 'conducir' un cuerpo que no es el suyo y dirigirlo a una batalla entre los humanos y los alienígenas Navi. El entorno es un planeta llamado Pandora, idílico, frondoso y sintético como en los buenos videojuegos.

No es el único préstamo que Cameron toma del videojuego, y más ahora que esta industria y la de Hollywood andan de la mano, compartiendo actores, tecnologías y estrategias para la conquista del mismo mercado. La historia de Cameron se desarrolla como una partida: comienza con el tutorial de rigor, pausado y minucioso, en el que el héroe debe formarse. Y termina con una batalla intensa e interminable contra un final boss de los clasicazos: una vez muerto, resucita con nuevas habilidades porque tiene más vidas que un gato. En medio, a ratos, Avatar muestra en pantalla masivas peleas de ejércitos, como en un juego de estrategia en tiempo real. Otras, unas luchas con enemigos a escala colosal, tipo God of War. En otras, es un precioso título de rol japonés, con su inventario de razas, flora y fauna extraterrestre.

Su problema es que en este terreno lleva todas las de perder. Cameron prometía una nueva forma de hacer cine y, más que inaugurar nada, Avatar es el último en llegar a una tradición de trilogías mesiánicas. El suyo es un producto conservador hasta en el uso de la tecnología: nada nuevo (ni en la presencia de CGIs, ni el motion capture, ni el 3D) que no se haya visto antes, aunque Cameron ofrezca más cantidad y calidad que nunca. De la historia, sobada y sin riesgos, mejor ni hablar.

Pero lo peor que se puede decir de Avatar es que, una vez fuera del cine, te deja con ganas de más. Así de insaciable es el hype que todos alimentamos. Sólo podemos pedirle cuentas una vez estrenada y es entonces cuando uno piensa que Avatar debería dar el triple de lo que ofrece. Para, justo después, olvidarse de ella y empezar a pensar en Tron Legacy, el siguiente fenómeno por el que suspirar. Así es de voraz es nuestra hambre como espectadores.

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