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El sonetista que no sabía morir

Luis Gaspar, cansado de haber sido acribillado en un sinfín de spaghetti western, no quiere irse de aquí sin haber contado en verso su teoría sobre el origen del hombre

HENRIQUE MARIÑO

Desde la terraza del bar se advierte el traje de luces de una tragaperras y a un individuo que hace desaparecer calderilla rendija abajo. 'Todo el mundo se lamenta de su suerte, pero apuesta por ella', reflexiona Luis Gaspar con la prudencia que proporcionan varios metros de distancia y más de siete décadas de vida. La suya, su suerte, fue la de una moneda que lanzó al aire en Burgos y cayó de canto en Madrid, adonde llegó fugado de la casa de sus padres para convertirse en actor.

Sin un duro, se coló en los Estudios CEA. Allí trabajó media hora como escayolista, hasta que lo cazaron: los arabescos de la película Cuentos de la Alhambra requerían la mano de un experto y él sólo era un chaval rebelde de provincias con ganas. Se plantó ante el señor Asensio, realizador de decorados, y pidió disculpas por el desaguisado. 'Me moría de hambre y vi que necesitaban un escayolista', le confesó Luisito l'Academia, su mote hasta entonces, heredado del negocio que regentaba su progenitor en la burgalesa calle del General Sanz Pastor.

Lejos de abroncarle por haber estropeado el molde de gelatina, lo sentó a su mesa y terminó ejerciendo de padrino. Al señor Asensio le debe el ingreso en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), que abandonó en segundo curso, poco después de alcanzar la mayoría de edad. 'Tuve que pedir la devolución de la matrícula porque llevaba varios días sin comer', recuerda antes de enumerar los 'papeles nutricios' de un futuro que ya ha quedado atrás. 'Quiero morirme habiendo contado la principal razón de mi existencia: averiguar mi propio origen'.

Lo hará, dice, en La metamorfosis del mono asesino, un monodrama que repasa su biografía y expone una teoría que abraza las tesis de Raymond Dart: 'El desencadenante de la evolución de los homínidos fue un cambio de pautas de combate en los árboles'. O sea, que si caminamos a dos patas es porque un mal día necesitamos las extremidades superiores para luchar. 'Lo único que me ha interesado no ha sido la vida artística sino el origen del hombre'. Descubrir por qué. Y luego contarlo en verso, como ya avanzó en la semblanza Diálogo con el silencio (Fundación Aisge), que toma el nombre de la primera obra teatral que dirigió e interpretó.

Luis Gaspar, un actor con alma de antropólogo que no se anda por las ramas. 'Hago sonetos para retrasar el alzheimer, no me atrevo a llamarme poeta'. También soliloquios, género cumbre de la clausura. 'Tiendo a hablar conmigo mismo', reconoce este intérprete de cabello leonino, cano, mansamente ensortijado, quien cree que el kilometraje del vivir no deja la menor huella en la memoria, apenas un mojón. 'Juntando todos los recuerdos que conservamos, quizá podríamos llenar una semana'. Esto lo suelta cuando intenta recuperar infructuosamente títulos de películas y nombres de personajes, toda esa letra pequeña que asalta la pantalla cuando se ilumina la sala. 'Tengo talento para un par de cosas, aunque soy un imbécil para la mayoría'. Las que se esconden en el reverso de lo práctico.

Fue finalista en Caras nuevas, donde se enfrentó a José Luis Ulibarri. Hizo giras teatrales con Berta Riaza. Fue actor de teleseries de antes (Curro Jiménez) y de ahora (Hospital Central). 'A veces veo una película y, de repente, un tío se pone a hablar con mi voz'. Porque Luis también fue un jornalero del doblaje: habló por boca de Trevor Howard y Rex Harrison y, cuando aquí se doblaba todo, por la del secundario de lujo Luis Ciges, que así lo exigía en el contrato.

Luego están todos esos spaghetti western crespusculares: La muerte cumple condena, Los pistoleros de Paso Bravo, Un hombre y un Colt... Hasta ejerció de especialista sin serlo: 'No tenía ni idea de montar, pero tuve que hacerlo para no perder un papel. Me dieron un caballo entero y no sé cómo no me mató, porque lo intentó más de una vez'.

De aquellos filmes rodados en el desierto almeriense, salió un guionista. Escribió Relevo para un pistolero, aunque le desgraciaron el texto porque había poca sangre. 'En Los cuatro de Fort Apache me matan, pero yo cometo la torpeza de morir con los ojos abiertos'. Quien dispara es Stephen Boyd, Globo de Oro por Ben-Hur, el hombre que paradójicamente le enseñó a desenfundar un revólver. 'Siempre he hecho muchas tonterías al morirme en las películas', reconoce Gaspar mientras cuenta las monedas antes de que llegue la dolorosa.

 


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