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Adiós a la máquina de destrucción cómica

Blake Edwards, director de comedias como 'El guateque', muere a los 88 años

CARLOS PRIETO

Se congeló la carcajada. El director estadounidense Blake Edwards (Tulsa, 1922) murió ayer en Brentwood (California) a los 88 años. Aunque su nombre se suele asociar a la risa y el desmadre cómico, un repaso reposado a su filmografía permite concluir que también fue un maestro del melodrama.

En Días de vino y rosas (1963) contó la historia de Joe Clay (Jack Lemmon), un tipo aficionado a la botella que arrastra a su mujer (Lee Remick) al alcoholismo, destruyendo así su feliz matrimonio. Un filme realista e implacable sobre el abismo de las adicciones convertido en un acontecimiento tras su estreno en Estados Unidos: Lemmon y Remick se llevaron sendos Oscar por su trabajo.

Por su parte, Desayuno con diamantes (1961), sobre una joven neoyorkina que va de sarao en sarao en busca de pareja, es una de las falsas comedias más legendarias de la historia del séptimo arte. Falsa porque detrás de su fachada cool y sus escenas jocosas, se esconde un doloroso estudio sobre la soledad contemporánea y el hastío existencial. El filme, basado en un libro de Truman Capote, supuso la entronización icónica de Audrey Hepburn.

Con todo, su mayor hito se llamó El guateque (1968), la desternillante historia de un afamado y extremadamente zopenco actor hindú (interpretado por Peter Sellers) que solo consigue trabajar como extra en Hollywood. Un día aparece en la fiesta casera de un gran productor y, tras una serie de equívocos absurdos, acaba provocando sin querer una ola destructiva a su paso.

Por refrescar la memoria: todo va más o menos bien hasta que Sellers, en un alarde asombroso de torpeza, se muestra incapaz de hacer sus necesidades sin hacer añicos el cuarto de baño. Y eso es solo el principio de una antológica demolición de todo lo que se le pone por delante, en un ejercicio de estilo que el dúo Edwards/Sellers había ensayado antes en La pantera rosa (1963), inicio de una saga de sobre un titán de la ineptitud llamado Inspector Clouseau.

Un agente de la ley con al menos dos particularidades: a) Es incapaz de entrar en el despacho de su jefe (el desesperado comisionado Dreyfus) sin acabar prendiendo fuego a la estancia o infringiendo un terrible castigo físico a su superior (por error). b) Con el objetivo declarado de mantenerse siempre en alerta y en forma física, Clouseau ordena a su criado oriental (Cato) que le ataque cada vez que llegue a casa. Luego se arrepentirá, pero para entonces Cato está tan enfebrecido que le agrede con furor homicida cada vez que entra por la puerta (la casa, cómo no, acaba siempre hecha añicos).

Conclusión: la mezcla entre el hieratismo de Sellers y la pericia de Edwards para el gag cómico sofisticado ha provocado algunos de los ataques de risa más agudos jamás tenidos por el hombre. Respeto máximo.

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