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Un arte promiscuo y generoso

JUAN J. GÓMEZ

El jazz es un género propenso al maridaje con otras artes, a las que suele dar, por cierto, mucho más de lo que recibe. Con la fotografía se ha llevado bastante bien (William Claxton, W. Eugene Smith, Lee Friedlander), aunque la pintura (Stuart Davis, Piet Mondrian, Henri Matisse), la literatura (Boris Vian, Julio Cortázar, Jack Kerouac) o sobre todo el cine (Bertrand Tavernier, Clint Eastwood, Woody Allen) han encontrado con frecuencia en el jazz, sus músicos y su ambiente motivo de inspiración sin que, la mayoría de las veces –con excepciones, como las mencionadas–, sea el resultado un honroso tributo.

Durante el siglo XX el jazz sirvió asimismo de soporte, literalmente, a través de las cubiertas de los discos –la música entonces tenía cubierta–, a la creatividad de ilustradores y diseñadores (Alex Steinweis, Jim Flora, David Stone Martin), además de acoger obras pictóricas de artistas consagrados (Jackson Pollock, Andy Warhol, Giorgio de Chirico). Incluso hubo grandes músicos del género (Django Reinhardt, Charlie Parker, Miles Davis) que supieron expresarse con las artes plásticas.

Frente a tanta promiscuidad creadora, sorprende que el jazz no haya obtenido hasta ahora una mayor atención en las historietas –también en esto hay excepciones, también son contadas–. El cómic es un arte tan del siglo XX –y tan explotado en EEUU, y tan prestigiado en Europa– como el jazz o como el cine –éste, por cierto, sí se ha entendido siempre con las viñetas–. De manera que el emparejamiento cómic-jazz era sólo cuestión de tiempo.

Es cierto que no hay razón para confundir la actual coincidencia editorial, apenas una docena de títulos jazzeros entre los miles de historietas lanzadas al mercado español, con el nacimiento de un subgénero. Pero cabe darles la bienvenida y disfrutarlos. Cuando menos, distraerse con un tebeo es otra forma de olvidar que llevamos ya 40 años sin John Coltrane.

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