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El último delirio de Chopin

‘Eternal Sonata’ fantasea con las últimas horas del compositor.

JESÚS ROCAMORA

Quieto como una estaca sobre la cama, Frédéric François Chopin delira a causa de una tuberculosis, medio ahogado, medio dormido, mientras en el centro de su cerebro estalla una revolución. Según el médico, “está inmerso en un viaje y de su resultado depende que vuelva o que acepte la muerte”.

En plena agonía, después de arrastrar durante casi toda su vida un catálogo de enfermedades respiratorias, no diferencia el mundo real de su propio sueño. Un sueño en el que no existe París ni Varsovia y donde los que están a punto de morir son capaces de realizar magia; un universo con aspecto de jardín gigantesco donde florecen notas musicales; donde las ciudades tienen nombres como Barroco o Ritardando; donde deberá embarcarse en una aventura hacia su propia consciencia con unos compañeros llamados Polka, Jazz, Arpa o Viola. Se supone que un compositor debe tener creatividad, pero, ¿también una imaginación desbordante?


A grandes rasgos, esta es la tarjeta de presentación del preciosista Eternal Sonata, una pequeña sorpresa de temporada –todo apunta a que es ideal para Navidad–, narrada como si de un cuento infantil se tratase pero que esconde en su interior mucho más de lo que muestra por fuera, que no es poco. Para empezar, un estilo gráfico digno de una película de animación, suave y muy cuidado, y cierta sensibilidad ‘arty’ que impregna toda la producción, desde unos decorados que parecen pintados a mano a su banda sonora, compuesta partir de obras de Chopin. El propio compositor es un protagonista más a ambos lados de la realidad y su biografía atraviesa el argumento de principio a fin, haciendo que la mezcla de mundos (el “histórico” y el “interior” de Chopin) sea fantásticamente confuso y encantadoramente febril: en un momento dado, mientras Varsovia asiste a su revolución, dentro del cráneo del enfermo Chopin sus personajes imaginarios también se levantarán contra el poder opresor, muy al estilo de los típicos protagonistas de los Final Fantasy.

Sin separarse casi nada del desarrollo de un típico juego de rol de acción ‘a la japonesa’, su mejor baza es lo fluido que resulta jugarlo; más que moverse, sus imágenes se deslizan como un poema visual. Es decir, nada que ver con las escenas fatalmente editadas del algo tartamudo Blue Dragon, que parecen avanzar a trompicones. Mucho más parecido al mágico Kingdom Hearts, Eternal Sonata es mucho más que un juego bonito (su obsesión por la muerte planea todo el juego) y lo tiene todo para enamorar a duros y blandos, ‘hardcoretas’ y ocasionales. Una vez más, la imaginación al poder.

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