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Lo que era interesante

LYDIA DAVIS

A ella también le cuesta escribir este relato o, mejor dicho, le cuesta escribirlo bien. Se lo ha dado a leer a un amigo, que le ha dicho que le falta interés. Se siente decepcionada, aunque ya sabía que solo una parte era interesante. Trata de averiguar por qué el resto no.

Puede que no haya forma de hacerlo interesante porque la historia es muy simple: a una mujer, un poco borracha, pero no tanto como para no poder hablar de un plan para el verano, su amante, el hombre con el que pensaba que iba a discutir ese plan, la mete en un taxi y le dice que se vaya a casa.

Ella le pregunta a su amigo si al menos eso es algo que podría herir a una mujer o si no significa nada. Él opina que la heriría y que en eso tiene razón, pero que no tiene mayor interés.

Él la había metido en un taxi junto con otros dos hombres a los que no les hacía gracia compartirlo con ella, como tampoco a ella le apetecía, debido a hechos complicados sucedidos años atrás. Hablaba con ellos por cortesía, pero estaba enfadada con el hombre que le había hecho eso.

En el relato no queda claro por qué motivo la enfurece tanto el hecho de que ese hombre la meta en un taxi. O, mejor dicho, ella lo tiene muy claro, pero resulta difícil explicárselo a otra persona, aunque ella sabe que cualquiera se enfadaría si se viera en aquel taxi con aquellos dos hombres.

Nada más llegar a casa lo llamó por teléfono. Se puso como una fiera y él se echó a reír; ella se enfureció aún más y él se disculpó levemente, siguió riéndose y le dijo que tenía sueño y que quería irse a la cama. Ella colgó. Siguió llorando y luego se puso a beber. Se sentía tan furiosa que le habría gustado darle de puñetazos, pero él no estaba allí, sino en la cama, dormido, probablemente con una sonrisa en los labios. Mientras bebía no paraba de pensar, llena de ira.

¿Qué era lo que él pretendía hacerle esa vez?, se preguntaba. No tenían muchas ocasiones de verse y estaban cenando el uno frente al otro, poco antes habían empezado a hablar de hacer un viaje juntos en verano, algo que nunca habían hecho y que ni siquiera habían mencionado, y él hasta le había enseñado una foto de la casa. Habían decidido volver a hablarlo después de la cena y ella estaba encantada, sentía que por fin su amor se convertía en algo sólido, algo con lo que podía contar. Y, entonces, cuando estaba lista para irse con él calle abajo, con el estómago lleno y un agradable mareo en la cabeza, de pronto, sin avisar, él la cogió del brazo y la llevó a un taxi justo cuando montaban aquellos dos hombres. Y, como había más gente que ambos conocían, ella no pudo decir nada y tuvo que hacer como si no le importase. Pero ¿qué pretendía él con eso? ¿Y qué podía pensar ella, qué podía hacer?

Cuando llevaba un rato dándole vueltas, furiosa, decidió que tenía que renunciar a la idea de hacer planes para el verano con él. Si le había hecho eso entonces, ¿qué no le haría durante el verano o, peor, después? Conque se puso a beber más para dar rienda suelta a su decepción.

El hecho de que mantuviesen una relación sentimental debería haber resultado interesante, ya que por lo general cualquier tipo de relación es más interesante que la ausencia de una, y una complicada debería ser más interesante que una fácil. Por ejemplo, una mujer feliz que camina del brazo de su amante después de cenar con amigos en un restaurante ruidoso, disfrutando de lo alto que es y del contacto de su mano con el pelo suave de él cuando levanta el brazo para acariciarlo, caminando juntos y haciendo planes para el verano, como estaba segura de que iban a hacer, puede resultar menos interesante que verse forzada a entrar en un taxi con prisas, de forma embarazosa, o buscar unas llaves que se le habían perdido, como hizo después, y no cabe duda de que la idea de una llave resulta más interesante que la idea de un taxi, y la idea de algo perdido que se encuentra lo es más que la idea de saber de antemano dónde estaba, primero en el taxi y luego en casa, aunque no se podía negar que en términos más generales ignoraba en qué punto se encontraban los dos, qué esperaba él de ella y qué esperaba que sucediese entre ellos.

Tal y como la llevaban, su relación sentimental era irregular, intermitente y dolorosa para ella, dolorosa porque cuando decidían hacer algo, muy de tarde en tarde, después de que pasaran meses, él siempre hacía alguna cosa que ella no se esperaba y que solía estar en contradicción con el plan que habían hecho. Por ejemplo, ella pedía prestado un piso expresamente para que tuviesen un lugar cómodo donde encontrarse y él accedía a ir allí por la noche, pero luego no aparecía y, después de llamarlo para ver dónde estaba y oír su voz somnolienta, ella se paseaba de una habitación a otra del piso prestado estrujándose las manos. En otra ocasión, él le aseguraba que no iría al piso prestado y luego aparecía sin avisar. O quedaban para comer nada más y de pronto él le proponía ir a un motel. En el motel, para sorpresa de ella, le decía que quería conservar la habitación y reunirse allí con ella por la noche, y ella se alegraba y se pasaba la noche en casa, esperando a que él la llamase para decirle a qué hora podían verse, y al final lo llamaba y se enteraba de que no había conservado la habitación y de que no podía quedar con ella.

Pero, si él siempre hacía lo que no se esperaba y ella lo sabía, ¿por qué no era más previsora y se daba cuenta de que nunca iba a hacer nada de lo que decía, fuese lo que fuese? Aunque no era una mujer tonta, no hacía eso. Y las cosas inesperadas que él hacía eran también casi siempre desagradables, aunque tal vez eso resultase más interesante que si fuese amable y se pudiese confiar en él, cosa que tanto deseaba ella, además de encantador y abierto con ella, como lo era muchas veces: qué contento parecía la última vez que lo había visto, sentado a su lado en el bar donde acababan de encontrarse, con cara de absoluta felicidad, hasta que ella le dijo que parecía contento y le preguntó por qué, y él dijo primero otras cosas y luego la verdad, que estaba contento de verla, después de lo cual empezó a parecer un poco menos feliz.

Aún no se había cansado de llorar y ponerse furiosa, pero le resultaba imposible quedarse en casa, en un lugar que parecía contenerla solo a ella, solo lo que había sucedido y la decepción que le había provocado. Estaba de rodillas en la alfombra del salón, tratando de recordar dónde había puesto unas llaves, las llaves del piso de un amigo. Quería ir allí aun sabiendo que su amigo no estaba ni pensaba volver a casa. No debía acudir a él con su problema y, aunque la borrachera le nublaba los pensamientos, suponía que tampoco debería ir a su casa con su problema. Pero no había forma de impedirle hacer algo que deseaba tanto. Necesitaba dejar que las paredes de una casa distinta, que pertenecía a otra época, la aliviasen un poco, de sí misma y de lo que acababa de ocurrir.

Cogió un cajón grande y pesado del escritorio y lo vació en la alfombra. Le costó trabajo transportarlo y luego volcarlo. Aunque no veía bien, revisó todo lo que había dentro, pero no consiguió encontrar las llaves, de modo que volvió a meterlo todo dentro y colocó de nuevo el cajón en el escritorio. Luego cogió de una estantería una caja de zapatos, mucho más ligera y más fácil de transportar. La vació en la alfombra, pero tampoco allí estaban las llaves, así que siguió llorando de rodillas y luego tumbada bocabajo en la alfombra, porque no conseguía encontrar las llaves. Y, como no las encontraba, no sabía qué hacer consigo misma.

Dejó de llorar, se lavó y se secó la cara, y trató de recordar dónde las había visto por última vez. Luego cayó en la cuenta de que no estaban sueltas, sino metidas en un sobre blanco cerrado, y en cuanto recordó ese detalle supo dónde había visto ese sobre arrugado hacía poco y lo encontró en una bandeja del escritorio. Se metió las llaves en el bolsillo, llamó a un taxi, salió del piso, atravesó las calles silenciosas de distintos barrios, pasó por dos hospitales a oscuras, en dirección a la casa de su amigo y, una vez allí, se quedó dormida en la alfombra del salón, más gruesa y cómoda que la suya.

Se despertó cuando la luz limpia del alba empezaba a entrar por las ventanas altas del piso y se fue poco después, para evitar encontrarse con él. Ya podía regresar a su casa, como si hubiese estado escalando hasta llegar a un lugar elevado e inaccesible durante la noche y hubiese descendido por la mañana.

No le diría a su amigo que había dormido en su casa. Hacía mucho que no usaba las llaves. Si llegase a saberlo, la reacción de él sería interesante. De hecho, ese amigo podría haber sido la parte más interesante de la historia, si ella lo hubiese incluido en el relato en vez de su piso.

Aquel día estuvo enferma por causa de lo que había bebido. Habría sido más interesante que en vez de ponerse enferma se sintiese bien a pesar de haber bebido tanto, pero ese día ella prefería sentirse enferma a sentirse bien, como si fuese una celebración del cambio que había tenido lugar, del hecho de que ese verano no se sentaría bajo el sol del Mediterráneo con su amante. Después de aquello, prácticamente ya no tenía nada que hacer con él. No contestaría a sus cartas y apenas le dirigiría la palabra si se encontraba con él por casualidad, pero esa ira que tenía dentro, que duraría tanto, sin duda le resultaba más interesante, porque, a fin de cuentas, le parecía más difícil de explicar que el hecho de haberlo querido durante tanto tiempo.

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