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Isabelle Huppert se asoma al borde del abismo

La actriz francesa renuncia a los bienes materiales en 'Villa Amalia'

ANDRÉS PÉREZ

Dejarlo todo, desaparecer y dejarse llevar por el viento para vivir otra vida bajo el sol. ¿Quién no ha pensado en alguna ocasión en realizar ese sueño? La cinta Villa Amalia, que se estrena esta semana en España, dedica una hora y media a paisajes sublimes y callejones oscuros, con la delicada Isabelle Huppert (París, 1953) como centro, para desentrañar ese misterio. Porque, como escribió Roberto Rosellini, el cine 'consiste en seguir a un ser, con amor, en todos sus descubrimientos y todas sus impresiones'.

La película se abre con la opresiva circulación nocturna en los arrabales de París. Una mujer sola conduce, angustiada, bajo esa lluvia tan pertinaz y machacona que vuelve agrios a los parisinos al volante. Atmósfera de thriller; el espectador espera al violador que transformará a Isabelle Huppert en un guiñapo. Pero lo que ocurre es todo lo contrario al horror y la cinta, habitada por la muerte, abandonará el asfalto y la urbe para abrir velas, recordar la infancia y poner trapos al sol.

'Cambia su vida de confort por la vida real', dice sobre su personaje

Huppert, una de las actrices de mayor plenitud, se sienta pequeña y frágil, y se pide un café en el coquetón hotel parisino donde recibió a la prensa española. 'En Villa Amalia, la protagonista es una mujer confortablemente instalada en su vida, que no es una vida mediocre', contesta, y se lo piensa ensimismada: 'Ella rompe con ese confort porque esa vida deja de satisfacerla, busca la vida en sí misma, la vida real. Y desaparece de su mundo, el que conocía, porque quiere ir al encuentro con esa otra vida'.

La pianista psicorrígida de Villa Amalia, dirigida por Benoît Jacquot, recuerda en ciertos aspectos a aquella Erika Kohut de La pianista (2001), también interpretada por Isabelle Huppert bajo la dirección de Michael Haneke. También a la Huppert de otra película más reciente, White Material, de Claire Denis, en la que interpreta a una mujer igualmente atada a una propiedad y a unos rituales en un mundo que se viene abajo.

'Esta mujer se mueve entre la plenitud y el filo de la navaja'

La actriz acepta el paralelismo. 'Es cierto que las mujeres de White Material, de La pianista y de Villa Amalia comparten una cierta radicalidad, inexplicable e inexplicada. Por un lado, se mueven en las sombras del misterio; por otro, exigen ser las que deciden las estrictas reglas del juego', dice.

Entonces, cabría deducir que esta actriz, conocida por controlar férreamente los papeles que escoge, va siempre hacia ese tipo de mujer, será porque ella es así. Respuesta: 'En un filme siempre hay algo autobiográfico, como decía Antonioni. Pero no lo que usted cree'.

'No fue para nada un personaje que exigía un trabajo psicológico', dice absorta. 'No, porque el filme no aporta ninguna respuesta, ninguna explicación a los interrogantes que la protagonista se plantea'.

Y es cierto que la gran virtud de la película es abrir miles de interrogantes sobre cada gesto de Ann, la pianista que deja de ser pianista, la propietaria de un piso envidiable que dejará de serlo. Interrogantes que luego son dejados cuidadosamente en suspenso, sustituidos por mil sensaciones y situaciones ambiguas.

Es, a la vez, un filme simple y complejo. Porque no aporta explicaciones, sino sensaciones. 'Pero a la vez es muy complejo porque esa indefinición hace que al lado de las sensaciones de placer y de plenitud, también se está constantemente al filo de la navaja', explica la actriz.

Culminación de esa lujuria sensorial es la Villa Amalia que da título a la película, la casa al borde de un precipicio y frente al mar que la mujer vagabunda ocupará para vivir con placer y no con confort.

'Es en Villa Amalia donde se ve esa ambigüedad. Es un lugar muy bello, de una naturaleza muy potente y acogedora. Al mismo tiempo, es una casa realmente al borde de un acantilado. Una casa que de alguna manera te encierra', señala la actriz.

Y zanja misteriosa: 'Viví sensaciones muy fuertes por esa omnipresencia del acantilado'.

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