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Margarita Xirgu, la actriz que impulsó a Lorca, se opuso a Franco y cambió la historia del teatro en España

Empezó en los ateneos populares de Barcelona, trabajó con Valle-Inclán, Alberti o Pérez Galdós, descubrió a un joven poeta granadino con el que formaría un dúo irrompible y acabó muriendo en Montevideo tras vivir 33 años en el exilio. 

20/07/2023 - Margarita Xirgu
Margarita Xirgu triunfó como actriz en América Latina y fue directora de la Escuela Municipal de Arte Dramático de Montevideo. Wikimedia

Toda gran historia empieza brotando de una escena pequeña, minúscula. Margarita Xirgu (Molins de Rei, 1888 - Montevideo, 1969) nació en una casa donde eran frecuentes las visitas. Pero así como a otras niñas o niños, cuando acaban de comer los invitados, se les pide que canten o bailen o enseñen sus dibujos, a Margarita sus padres le pedían que recitara fragmentos de obras clásicas.

Y con esa imagen chocante, la de una cría declamando con una gracia infinita un texto complejo delante de varios adultos, comienza a explicarse la vida de una mujer que perforó como un rayo el mejor teatro español del siglo XX.

De Margarita Xirgu se dijo que su vocación había llegado con ella al mundo. Que era intuitiva, pasional, creativa. Que no tuvo hijos. Que sus prestaciones arriba del escenario eran, sencillamente, inexplicables. Que bordó los personajes más indomables, de Salomé a Medea, pasando por Juana de Arco. Que fue la piedra angular de esa cosa enorme y prodigiosa que es el teatro lorquiano.

Que se casó dos veces sin estar enamorada y que tuvo un romance con la periodista Irene Polo. Que era una mujer inquieta, comprometida. Que participó en homenajes a obreros represaliados, que escondió en su casa a republicanos perseguidos, que anuló una gira por Italia como protesta contra las tropas fascistas de Mussolini.

Que en Fermín Galán, de Rafael Alberti, cogía una bayoneta, miraba al público y, con los ojos brillantes, decía: "Yo defiendo a la República y a los revolucionarios / ¡Abajo la monarquía! / ¡Salid conmigo a los campos!". Que grabó su nombre a los acontecimientos escénicos más importantes de la época.

De Margarita Xirgu, Antonina Rodrigo, autora de Margarita Xirgu. Una biografía, escribe que cuando llegó de Montevideo la noticia de su muerte, más de uno en España preguntó: "Pero ¿aún vivía?".

Llevaba mucho tiempo al otro lado del Atlántico. En 1936, Xirgu, una estrella consolidada, zarpó hacia una nueva gira americana. El viaje tenía que durar seis meses. Se alargó 33 años. Todo se torció cuando estalló la guerra civil.

Xirgu era vista por los países que la acogían como una ventana orientada al futuro

Rodrigo expone que cuando falleció, ya retirada, en nuestro país su nombre pertenecía más a la leyenda que a la realidad. "Había adquirido ya contornos de mito, y los mitos casi siempre suenan mejor muertos".

Pero en América Latina la reacción a la muerte de la artista tenía que ser otra. A la fuerza. Vivió, siguió actuando y triunfó en Argentina, Chile, México, Uruguay. La fama que traía de España tumbó la puerta de nuevos públicos y ciudades y escaló otra dimensión.

Xirgu era vista por los países que la acogían como una ventana orientada al futuro: estrenó obras que en Europa ya eran imprescindibles y ayudó a que el teatro evolucionara en sitios donde la vanguardia apenas existía.

Además, se volcó con la labor didáctica. Fundó centros, dio conferencias, trabajó con jóvenes intérpretes. En 1949 obtuvo el cargo de directora de la Escuela Municipal de Arte Dramático de Montevideo. La institución, hoy, lleva su nombre como homenaje.

Todo esto, mientras en la intimidad se estremecía por las novedades que llegaban de casa. Los bombardeos diarios. El recuento de víctimas. Las olas de exiliados. Los fusilamientos. Desde la distancia, tuvo que digerir el asesinato de García Lorca, su querido y admirado amigo. O, una vez terminado el conflicto, su procesamiento por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, que le confiscó todos sus bienes.

El mensaje del franquismo era claro: el regreso no era una opción. A lo que Xirgu respondió ayudando en las colonias de niños refugiados, integrándose en el Front d'Acció per a la Defensa de la Cultura catalán o convirtiéndose en delegada del Govern en el exilio.

Los primeros pasos

Barcelona fue el comienzo de todo. Allí fue a parar su familia con el objetivo de salir adelante. Siendo todavía una niña, Xirgu frecuentaba los ateneos de la mano de su padre, donde entró en contacto con el teatro de aficionados.

Xirgu subía con la fuerza de lo que ya no puede recular y en 1910 creó su propia compañía

Al principio, le daban papeles acordes a su edad. En ocasiones también declamaba octavillas o panfletos anarquistas. Cuando acababa su jornada en el taller de pasamanería, donde trabajaba desde los 12 años, regresaba al centro y retomaba los ensayos. Sus ojos eran negros como la noche; su voz, una fuente de matices; su figura en el escenario, un tornado imposible de parar.

El primer salto vino con Émile Zola. Juli Vallmitjana y Rafael Moragas habían traducido Teresa Raquin al catalán y la ciudad se preparaba para descubrir al autor naturalista en la Societat del Cercle de Propietaris de Gràcia.

La actriz que debía interpretar el papel principal, sin embargo, enfermó a última hora, y los dramaturgos se acercaron a la calle Santa Rosa, donde sabían que ensayaba una compañía amateur en la que destacaba una joven con unas condiciones muy prometedoras.

"¡Pero si esto es larguísimo!", reaccionó Xirgu cuando le mostraron el guion. Lo estudió y se lo aprendió en unos pocos días. La función fue un éxito, ella lo bordó y su carrera avanzó la primera casilla.

Solo tenía 18 años. La contrataron inmediatamente para actuar en el Romea: Mar i cel, de Àngel Guimerà. Luego vino Terra baixa. O Salomé, en el Principal de Barcelona. O Elektra, otro trabajo que impactó a los asistentes y a la crítica.

Xirgu subía con la fuerza de lo que ya no puede recular. En 1910 creó su propia compañía. Y en 1913 se produjo otro golpe de esos que precipitan los acontecimientos.

Antonina Rodrigo: "la actriz era algo familiar, que pertenecía a todos"

Una noche, después de acabar la función, la abordó Faustino da Rosa, un empresario argentino muy conocido en el mundo del espectáculo. Le presentó una oferta para hacer una gira por América durante un año. Xirgu, con su inocencia habitual, esa despampanante naturalidad que la acompañaría toda su vida, empezó rechazándola. Pero sabía que no podía dejar escapar la oportunidad.

"La noticia corrió atropelladamente por mentideros, tertulias y redacciones de periódicos", escribe Antonina Rodrigo. Algunos temían perderla para siempre. "Y es que la actriz era algo familiar, que pertenecía a todos", sigue Rodrigo; "de ahí que muchos calificaran de deserción el que se decidiera a aceptar".

A los pocos meses, estaba actuando en el Teatro Odeón de Buenos Aires delante de mil espectadores. Cuando en 1914, recién llegada a Madrid para debutar en el Teatro Español, el periodista José María Carretero le preguntó por ese tintineo singular que marcaba su acento, ella contestó: "Yo siempre he hablado catalán y mi teatro era catalán. El castellano lo aprendí en menos de un año: imagínese con qué miedo trabajaba las primeras veces... ¡Horroroso!".

La consagración definitiva

El Premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente dijo en una ocasión que "Margarita Xirgu pone al descubierto bellezas de las obras que sus propios autores no sospechábamos". Quizá por esto tantos le mandaban cartas repletas de elogios juntos a sus borradores. Quizá por eso el éxito de la intérprete se elevó a la altura de lo incontestable.

Valle-Inclán: "Haber visto trabajar a la Xirgu será un orgullo para los públicos"

De su boca salieron, mejores, frases de casi todos los grandes dramaturgos de su tiempo. Sin ella, más de uno no hubiera visto representadas sus creaciones. Con algunos tejió amistad y compartió viajes, lecturas, cenas, conversaciones.

Valle-Inclán, por ejemplo, con el que siempre la unió una relación llena de tiranteces, llegó a decir: "Nunca ha existido una actriz como esta. Haber visto trabajar a la Xirgu será un orgullo para los públicos".

Palabras que hubieran suscrito Unamuno, Alberti, Azaña, o  Pérez Galdós, que le pidió que diera vida a Marianela, papel con el que, según Rodrigo, "la prensa colocó a la actriz catalana en el máximo pedestal de la escena española".

El talento de Xirgu era uno de esos talentos que nadie consigue explicar: un talento de verdad. A Barangó Solís, cuando la vio en una de sus primeras obras, lo dejó aturdido.

"Su rostro, en el que se reflejaban con una simultaneidad inconcebible los sentimientos más intensos y las pasiones más confusas, el odio y el amor, la repugnancia y el placer, quedó ya grabado para siempre en mi mente como una de esas imágenes que vemos una vez en nuestra infancia y ya no olvidamos más", dijo Barangó Solís.

Josep Pla dijo que era una persona que, por el mero hecho de estar en un lugar, creaba a su alrededor "un ambiente, un clima". También abundan los testimonios que destacaban su enorme y desconcertante sencillez.

Su modo de hablar cuando se bajaba de las tablas, muy bajito, "porque decía que se reservaba para el grito del drama y la tragedia", recordó la también actriz Isabel Pradas.

La conexión con Lorca fue algo a otra escala. Como si dos cometas chocaran en un punto impreciso del universo

Federico García Lorca firmó la descripción definitiva: "Una mujer sensata y desnuda de esa frivolidad brillante pero vacía que arrastra su profesión". La conexión con Lorca fue algo a otra escala. Como si dos cometas predestinados chocaran en un punto impreciso del universo.

Se conocieron en 1926. Xirgu volvía de una de sus travesías y se encontró con Lydia Cabrera en un hotel de Madrid. Esta le contó que había descubierto a un joven poeta granadino, "qué poeta, el mejor de los jóvenes", que la había dejado maravillada y que había escrito una obra que le quería ofrecer. Se trataba de Mariana Pineda.

Acordaron un encuentro los tres. La propia Xirgu rememoraría tiempo después aquella cita: "Se sentó con nosotros. Era la hora del aperitivo. Ellos pidieron whisky. Me supo a petróleo y lo dije... Federico se reía". El autor del texto tuvo que esperar varios meses para recibir el sí de la intérprete, que, a diferencia de él, ya había alcanzado un enorme reconocimiento.

No fue sencillo: algunas cartas de aquellos años muestran la desesperación que a Lorca le produjo ese silencio, hasta el punto de plantearse si debía renunciar a su sueño de ser dramaturgo.

Mariana Pineda la habían rechazado antes otras artistas y teatros: nadie parecía verle demasiado potencial. Cuando finalmente la estrenaron en Barcelona, con una escenografía preparada por un tal Salvador Dalí, la ovación fue atronadora.

Un Lorca liberado y eufórico salió a saludar al público, cogió la mano de su protagonista y le comentó por lo bajo: "¡Hasta las viejas aplauden!". Desde ese momento, sus genios se fundirían en uno. Yerma, Doña Rosita la soltera, Bodas de sangre. Un hito tras otro.

Lorca en el cuaderno, Xirgu en el escenario: una mezcla avasalladora. El primero le debía a la segunda que su teatro se hubiese podido abrir camino. La segunda le debía el primero, precisamente, su teatro, que reavivó su amor por la profesión.

Más que amigos, eran como hermanos. Hasta el 30 de enero de 1936, cuando se separaron, sin saberlo, para siempre. Xirgu se marchaba desde Santander hacia Cuba para iniciar la gira de la que ya no regresaría; Lorca le prometió que se reencontrarían al cabo de unos meses en México. El resto es sabido.

Después de conocer el trágico suceso, la intérprete tuvo que esperar ocho años a que le llegara un manuscrito que no la dejaba dormir por las noches. Aún se acordaba de cuando supo que el poeta iba a ponerse con ese texto.

"Y ahora, ¿qué papel quieres que te haga?", le soltó un día Lorca antes de volver a Madrid. "Un papel de mala", le pidió ella. "Te lo haré". Ese diálogo detonó un milagro: La casa de Bernarda Alba, obra póstuma del granadino y título destacado de la historia contemporánea del teatro español.

La propia Xirgu se encargó de buscar a las 15 actrices que debían acompañarla en el reparto. Estrenaron en el Teatro Avenida de Buenos Aires.

Cuando se cayó el telón y el público "estalló delirante en aplausos y vítores", escribe Rodrigo, ella se acercó al proscenio y, "con la voz quebrada por las lágrimas", dijo: "Él quería que esta obra se estrenara aquí y se ha estrenado, pero él quería estar presente y la fatalidad lo ha impedido. Fatalidad que hace llorar a muchos seres. ¡Maldita sea la guerra!". Y el grito resonó hasta en la última fila del patio de butacas.

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