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The Eddy 'The Eddy' esconde un drama familiar tras la historia de un club de jazz en apuros

Netflix estrena este viernes The Eddy, serie que cuenta con el director de La La Land y Whiplash tras la cámara de los dos primeros episodios y que centra su acción en un club de jazz en París.

Joanna Kulig y André Holland en 'The Eddy'. Netflix
Joanna Kulig y André Holland en "The Eddy". Netflix

Con un currículum no muy largo y un Oscar en su estantería, Damien Chazelle se ha hecho un nombre en Hollywood. Uno de esos con luces de neón y halagos de la crítica a sus trabajos que provocan que cada vez que estrena título las expectativas se disparen. Amparándose en su fama de cineasta con un estilo muy personal, desde Netflix decidieron apostar por él para que probase suerte en el formato seriado. Así es como llegó a The Eddy, serie limitada creada y escrita por Jack Thorne en la que Chazelle ejerce como director de los dos primeros episodios marcando el camino formal de la historia.

Ambientada en el París de hoy en día, en el complicado y complejo distrito 13 donde quienes lo habitan dan lugar a una suerte de amalgama cultural que habita en edificios muy alejados de la estética parisina más luminosa, el protagonista principal es Elliot Udo. André Holland interpreta a un afamado pianista neoyorquino que se mudó a Francia huyendo de su desgraciada vida familiar y se la jugó, junto con su socio Farid (Tahar Rahim), abriendo un club de jazz. El problema, con el que arranca la trama, es que el negocio no va bien. Los clientes escasean, el dinero no entra, las deudas crecen y un crimen lo enturbia aún más todo.

La situación no es boyante en lo económico para Elliot, pero tampoco en lo personal. El peso de la responsabilidad de ser el jefe es una losa casi tan pesada como la del pasado que no olvida, del que no se recupera y que le arrolla una vez más cuando su hija Julie (Amandla Stenberg) aparece en la ciudad huyendo de una historia turbia que se reservan contarla en el segundo episodio, el suyo. Porque en The Eddy  cada personaje dispone de su propio pedazo de protagonismo en formato capítulo dejando que el club y su dueño ejerzan de nexo de unión o desunión, según se mire, para toda esa retahíla de músicos soñadores confiados en que su oportunidad llegará.

Fotograma de 'The Eddy'. Netflix
Fotograma de 'The Eddy'. Netflix

La tónica dominante a lo largo de los dos capítulos facilitados por Netflix a los medios antes de su estreno y que pudieron verse en el Festival de Berlín hace unos meses es la de unos personajes enredados en una rueda infinita de frustración, presión, tristeza y amargura, pero también cierta ilusión proporcionada por la música como única vía de escape. Una ‘excusa’ que le sirve a Chazelle para recrearse en esas escenas musicales que tanto le gustan con infinidad de planos de manos tocando instrumentos que alargan el metraje por encima de la hora y protagonistas que, como músicos que son, ponen en pausa la trama continuamente para ensayar, tocar, cantar…

En The Eddy se puede entrar pensando que lo que se va a encontrar es una serie sobre un club de Jazz en París –el título así lo insinúa–, pero en realidad se trata de un drama familiar. El de ese padre y esa hija, pero también esa otra familia sin consanguinidad que forman todos aquellos que pululan por el bar. Este estreno de mañana en Netflix es una serie muy de autor a la que le falta el empuje de Whiplash, el atractivo colorido de La La Land o la fascinación que podía despertar conocer un poco más a Amstrong en First Man. Aunque la historia no es suya, tiene un poco de esos trabajos anteriores en cine sin que esto llegue a ser suficiente.

La decisión de rodar con la cámara al hombro o en mano buscando ese toque de cinéma vérité provoca que The Eddy no sea apta para todos los públicos. La sensación tras dos episodios es que la historia se ve lastrada por sus silencios sin diálogos y una música que, si bien hará las delicias de los aficionados a las bandas sonoras de calidad tras la cual están Glen Ballard y Randy Kerber, entorpece el ritmo de la historia que trata de contar.

"Aquí nadie se divierte. Y la música debería ser divertida", dice uno de los personajes en el segundo capítulo tras una disputa tensa y bronca con el propietario del local. Una frase, un concepto, que puede aplicarse a lo visto antes del estreno. Cierto es que en ningún momento esta serie pretendió ser ni siquiera entretenida. Su propuesta formal y el recorrido de sus personajes se mueven por otros caminos, pero la pesadez de su estilo hace que sea difícil entrar en ella y quedarse. Su problema, principalmente, es el ritmo.

Chazelle, que ejerce como productor ejecutivo, dirige solo esos dos primeros capítulos, Elliot y Julie. El resto tienen detrás de la cámara a Alan Poul, cocreador, Houda Benyamina y Laïla Marrakchi.

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