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Venecia: los secretos de una ciudad enmascarada

A las 7 de la mañana no hay parejas de enamorados en el Puente de los Suspiros. Sólo hay máscaras para estimular el misterio

GORKA CASTILLO

Un viejo refrán veneciano asegura que cuando a la ciudad le aborda la rutina se abren tres puertas secretas que dan acceso a un mundo maravilloso. Es ahí donde aguarda Corto Maltés, el explorador egoísta que ideó Hugo Pratt, para llevarnos del brazo por un fantástico laberinto de canales mientras juega al escondite. La guía Corto Sconto itinerari fantastici a Venecia acapara los escaparates de las librerías de Italia y bate récords de venta. Decía Goethe que la mejor forma de escribir sobre esta ciudad levantada sobre un lodo cretácico es contar lo que impresiona. Y el maldito marino maltés se empeña en hacernos sentir como Marco Polo y Giacomo Casanova.

El amanecer en la plaza de San Marcos es silencioso y vibrante. A las 7 de la mañana no hay parejas de enamorados en el Puente de los Suspiros. Sólo hay máscaras para estimular el misterio. Fantasmas pétreos que observan con una mirada que muchos escultores intentarían robar. Se asoman al balcón del gran río para cruzarse con el aire del Lido, el mismo que respiró Lord Byron. Y con San Michele, el cementerio veneciano donde Ezra Pound encontró compañía eterna junto a Igor Stravinsky y Joseph Brodsky. En el Harrys bar, una máscara humana con aspecto de Hemingway saborea su cuarto Martini seco dispuesto a catar la 'luz pulverizada del día', como describió Proust de esta ciudad única.

Los gatos sucios y escuálidos que pasean por el viejo Arsenal no saben que uno de los tres leones que custodian la entrada lleva tatuado en el lomo un acertijo que parece llegado de otro mundo. Petroglifos indescifrables de guerreros varegos, rusos en guerra contra todos. Por ellos sudó sangre Cesco Pizzigani, el cantero más famoso de la isla de Giudecca y autor de un hombrecillo imperceptible calzado con un turbante y un corazón en la mano junto al Puente del Diavolo. Corto Maltés apela a la versión negra de esta obra, la que cuenta que un grito hizo saltar las pulsaciones al buen cantero veneciano tras observar la escena. El corazón hablaba al asesino de su madre.

En Venecia nunca se está a salvo de las voces que llegan de los callejones. Sobre el suelo granítico de Dorsoduro, el único seguro de la ciudad, se instaló la Accademia, la mayor colección de pinturas y el Palacio Venier dei Leoni, donde Peggy Guggenheim, una mujer perspicaz como pocas, se enamoró de la vida. Aquí yace bajo una sobria lápida en el jardín de su museo, junto a sus 14 perros.

Pero desde el agua, el Gheto Vecchio judío, en Canareggio, sigue siendo el mejor modelo de la caligrafía urbana veneciana. Pasadizos que se estrechan para que el ojo haga su propio dibujo. Puentes que se superponen para domar la ciénaga. Este barrio es un símbolo para la ciudad. Corto Maltés descifra aquí el enigma que esconde un rosal enroscado a una cruz.

Es de las sociedades secretas que aun subsisten, de la masonería enmascarada junto a Madonna dell Orto y las tres figuras congeladas de Fontego degli Arabi. Son los espejismos venecianos que invitan al anonimato sensual carnavalesco, a no ser que alguien como Maltés se empeñe en enseñarnos lo que no vemos.

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