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El Atlético se deja pisotear

El Hércules golea con comodidad a un rival indolente y cadavérico

ÁNGEL GARCÍA

 

Pudieron morder, y lo hicieron sin intención. El Hércules se encontró una horma a la que moldear hacia el desastre, pero antes, ante la falta de fe, se magullaron a pellizcos ante la sorpresa, se lastimaron por la emoción de golear a un rival que no fue tal, que apenas opuso batalla, que firmó la rendición a base de errores, con el rostro encajando bofetadas. Por eso, su sorpresa, su expectación al descanso como indicador de la supremacía mostrada, de la gallardía con la que desfilaron ante un Atlético menguante, encogido en la lucha y sin signos de identidad de los que hacer alarde.

Los de Esteban seguirán en vela muchas noches, recordándose en pleno regocijo por un duelo que escondió los fantasmas de los lunes, de las derrotas habituales, de un rival que sí pareció, en muchos momentos, emerger de otra etapa, de otra edad de fútbol tardío, sin pasión ni expectativas. Parecían, los del Hércules, galácticos, jugadores sobredimensionados por el talante de un Atlético que hizo, durante muchos minutos, de la indolencia su estandarte.

Los alicantinos decoraron su escenario en el segundo acto con la paciencia del modesto

Exceptuando los primeros diez minutos, el resto dinamitó una factoría creativa que vagabundeó con constancia. Asfixiados con premura, hasta el descanso callejearon burlados por la actitud de un Hércules nutrido por la apatía atlética. Inventariaron goles al ritmo de llegadas; cada vez que saludaban a De Gea era para marcar. El meta ayudó con cortesía desde su puesta en escena. Regaló el primero a Tote y pasó la vez a sus zagueros, que mostraron sus mejores galas para continuar en la feria. Domínguez regaló el segundo, Godín, el tercero y Ujfalusi no quiso ser menos en el cuarto en un carrusel de despropósitos que minimizó la talla de una defensa arrodillada y, por momentos, en edad escolar. El descanso, al menos, camufló su audiencia hasta la reanudación.

Sin querer viciarse, los alicantinos decoraron su escenario en el segundo acto con la paciencia del modesto. Pese a recular metros y dar el balón a los de Quique, no tardaron en volver a la palestra ante un rival sin orgullo que, ni con el remate al palo del Kun, quiso despertar. Fritzler le replicó dos minutos después anticipando el atropello con el que transitaban los visitantes. Caricaturizados, cambiaban de dibujo con desazón, alternaban nombres en las bandas, buscaban balón con la brújula desnortada. Pisoteados.

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