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El Puerto Maravilla, epicentro de la especulación inmobiliaria en Río

La postal de los los Juegos Olímpico se ha convertido en el mayor ejemplo de financiación pública con lucros exclusivamente privados cuyas consecuencias han sido cientos de familias sin casa, aumento de la violencia y una burbuja inmobiliaria a punto de estallar

Vista del Puerto Maravilla en Río de Janeiro.

AGNESE MARRA

RÍO DE JANEIRO (BRASIL).- Para Edilson Rodrigues las Olimpiadas comenzaron en febrero de 2011 cuando don João, su vecino, entró desesperado en su casa para contarle que le iban a echar. Su vivienda sería una de los 365 inmuebles que deberían desalojar en el Morro de la Providencia para comenzar las obras del Puerto Olímpico. Para Roseta Machado, que nació en esta favela hace 54 años, todo empezó en 2010 cuando se instaló la primera Unidad de Policía Pacificadora (UPP): “Desde entonces la policía no nos ha dejado ni un minuto en paz”, dice esta ama de casa visiblemente enfadada. Su hijo Francisco se suma al enojo: “Hemos tenido helicópteros sobrevolando nuestras casas durante dos años, como si fuéramos criminales”.

La favela más antigua de Río de Janeiro, con más de un siglo de historia, se enteró de cómo sería la mayor obra de rehabilitación de la ciudad a fuerza de desalojos y rondas policiales. Cinco millones de metros cuadrados para reformar y convertir las viejas fábricas y los enormes edificios administrativos en desuso, en suelo rentable con vistas al mar.

El alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, ha hecho de la obra del puerto olímpico su tarjeta de visita a la ciudad maravillosa. Quizás por ello le añaden al puerto el mismo adjetivo: Porto Maravilha. Sólo el fin de semana pasado, alrededor de 250.000 personas recorrieron los tres kilómetros de paseo marítimo, conocido ahora como Bulevar Olímpico. En el espacio hay instaladas varias pantallas de televisión para ver las competiciones desde la calle, mercadillos y modernos food trucks para picar algo. Un espacio de ocio para los que no tienen acceso a las arenas olímpicas, rodeados de edificios de oficinas a punto de estrenar.

Este puerto también es hoy el símbolo de la especulación inmobiliaria y de las polémicas asociaciones público-privadas con las que se ha construido todo lo relacionado con las Olimpiadas. La fórmula siempre es la misma: suelo público abandonado que necesita de alguien que quiera invertir en él. Al menos así lo ha explicado el alcalde carioca cuando alegaba que para las empresas “no era rentable” invertir en esos espacios sin recibir ayuda, justificando así la donación de suelo público durante algunos años a los conglomerados empresariales. Según el Instituto de Políticas Alternativas para el Cono Sur, no hay nada nuevo bajo el sol: “En estos mega eventos siempre se intensifican las relaciones público-privadas. Es más, las presentan como la única manera viable de hacer los proyectos”.

Raquel Rolnik, profesora de Urbanismo en la Facultad de Arquitectura de Sao Paulo, denuncia estos mecanismos de apropiación de suelo público desde hace años: “El Puerto Maravilla es otra operación inmobiliaria ejecutada por empresas privadas y financiada, de manera engañosa, con recursos públicos y en terrenos públicos”. Los recursos de los que habla Rolnik son casi un billón de euros de los fondos de las pensiones de los brasileños empleados en grandes inversiones inmobiliarias". "Prometieron hacer casas populares para todos los desalojados y no se ha hecho ni un tercio de lo acordado”, dicen desde el Movimiento de Vecinos del Morro de la Providencia. No sólo se refieren a los habitantes de la favela sino a los centenares de sin techo que ocupaban los edificios abandonados del ayuntamiento, y que hoy pertenecen a las grandes constructoras.

“Si iban a hacer una rehabilitación como ésta, con cuatro años de obras, lo mínimo que podía hacer también el ayuntamiento era ponernos escuelas, mejorar los servicios de la zona, pero sólo han construido apartamentos para abogados”, dicen los vecinos de Providencia.

El elefante blanco

Aunque el bulevar olímpico estos días esté lleno de gente, nada parece sugerir que con los nuevos edificios de oficinas que le rodean ocurra lo mismo, sino todo lo contrario. Cuando en 2011 se anunció el proyecto, constructoras de todo el mundo quisieron formar parte. Hasta el candidato a la presidencia norteamericana, Donald Trump, se planteó construir tres torres de apartamentos en el paseo marítimo. Pero la crisis económica que asomó en 2013, el año de las grandes manifestaciones sociales en el país, hizo que los inversores extranjeros dieran marcha atrás y que sólo se quedaran las principales constructoras brasileñas.

Terminadas las obras, apenas se han vendido los emprendimientos inmobiliarios. El alquiler de las oficinas ha bajado, varias empresas internacionales han abandonado el país o reducido su plantilla y los nuevos inmuebles no tienen por quién ser ocupados. La crisis económica que atraviesa Brasil, y especialmente el estado de Río de Janeiro, no da muchas esperanzas al sector que empieza a hundirse en una burbuja inmobiliaria.

Para mejorar la situación, las constructoras que rápidamente se unieron al proyecto son las mismas que ahora están en apuros, investigadas por el mayor escándalo de corrupción del país, la operación Lava Jato. El billón de euros de las pensiones brasileñas que liberó el expresidente del Congreso, Eduardo Cunha, está siendo analizado. Ricardo Pernambuco, de la construtora Ingeniería Carioca, aseguró hace cuatro meses que Cunha había permitido sacar ese dinero a cambio de una propina que deberían ingresarle en una cuenta israelí. Las obras del Parque Olímpico y del estadio de Maracaná también están bajo investigación.

“Estamos ante un proceso de mercantilización de la ciudad y el Puerto Maravilla es el mejor ejemplo. Colocan ciertas áreas de la ciudad en zonas de negocio al servicio del capital y no de las personas”, explicaba Orlando Santos Junior, profesor de Urbanismo en la Universidad Federal de Río de Janeiro.

Sin embargo, desde el ayuntamiento carioca defienden su inversión en cultura y el legado social para sus ciudadanos, con el Museo del Mañana como el mejor ejemplo. Este centro diseñado por Santiago Calatrava, que parece el esqueleto de un barco que acaba de encallar en el puerto, es otra de las grandes postales de los JJOO. Este museo tiene como objetivo denunciar el despilfarro, la contaminación y plantear nuevas formas de construcción sostenible. En la misma zona portuaria, pero no mirando al mar, está el Museo de los Pretos Novos, dedicado a los esclavos que murieron al llegar a Brasil. Un espacio mínimo, que apenas se encuentra y que recuerda cómo el puerto de Río de Janeiro llegó a ser el mayor cementerio de esclavos de las Américas. Por allí no pasan los turistas. El artista plástico Guilherme Teixeira, crítico con la remodelación del puerto, no puede evitar señalar la ironía: “Un museo enorme para mirar al futuro, y uno pequeño y marginado para no mirar nuestro pasado”.

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