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Koeman se pone duro para arañar un punto

Osasuna y Valencia empatan en un partido muy trabado.

Ángel Luis Menéndez

Fuera caretas. Ronald Koeman, viejo zorro, se cuidó mucho de prometer espectáculo o veleidades similares cuando aterrizó en Valencia. Adivinó lo peliagudo de la situación y avisó: lo más importante es el resultado. Desde entonces, la tensión, lejos de disminuir, ha crecido. Y con ella, la fea propuesta del holandés.

Ayer tocaba visita a Osasuna. Un equipo y un campo peleones, coartadas perfectas para prescindir de estilistas con escasa querencia por el choque como son Joaquín o Fernandes. Ausente Albelda, Koeman le dio el mando a Marchena, reforzó el centro del campo con el incansable Sunny y colocó arriba al largo e inquieto Arizmendi.

A tal guión tal película. Golpes, patadas, revolcones, gritos de dolor, alguna simulación sobre el frío césped, pero ni rastro de fútbol. Osasuna y Valencia firmaron ayer un infame partido. Una cita prescindible, obligada por el calendario y sin nada que recordar.

Si acaso, una intervención de Cañizares con el pie derecho. Un alarde de reflejos, un fogonazo que iluminó leve y brevemente una noche de negro bostezo.

Atasco con alcances

El encuentro se convirtió en una enorme atasco en el centro del campo con constantes alcances entre los contendientes. Un barullo plagado de imprecisiones, pérdidas de balón y roces con distintos grados de violencia. Koeman pidió entrega y sus hombres se vaciaron.

Ante tan infumable ceremonia está de más escudriñar en apartados estadísticos, pero quizás habría que otorgarle a Osasuna el beneficio de una pizca más de mérito, aunque sólo sea por tres ocasiones de gol. Una clara, la que detuvo Cañizares, y otras dos más bien opacas.

El Valencia rocoso que Koeman pretende edificar, quizás para ir adornándolo luego con toques de belleza, no es permeable a la calidad de Joaquín y Morientes. Ambos pisaron el verde cuando faltaba media hora, y su aportación fue insignificante. El extremo se perdió en obligados quehaceres defensivos que a punto estuvieron de costar un disgusto. El delantero olfateó una pelota tras otra, pero no pudo echarse ni una a la cara. Osasuna, sorprendido por tan enérgico enemigo, no se amilanó pero jugó con la mirada puesta en el retrovisor. Frenado, envuelto en la bruma de la nulidad.

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