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El psicólogo de Forlán

Tabárez ha sabido esperar a que el delantero del Atlético se convierta en el líder de Uruguay

 

ALFREDO VARONA

Forlán ya era un futbolista de prestigio en 2006 cuando Tabárez volvió a dirigir a Uruguay. Había sido Bota de Oro con el Villarreal en Europa. 'Agarraba la pelota y desequilibraba solo', recuerda el técnico. Tenía fútbol de ídolo y hasta pinta, con esa melena larga, rubia y rizada en un país que, fracasado Recoba, buscaba un rápido heredero para Francescoli. Forlán cumplía el retrato, pero Tabárez se dio cuenta de que había algo que les diferenciaba. Francescoli era el príncipe de los humildes en la primera etapa de Tabárez con la celeste (1988-90). Forlán, sin embargo, era otra forma de ser. 'A Diego no se le veía compartir muchas cosas con sus compañeros y no era ni por asomo el líder'. Pero Tabárez no trató de corregirle. 'Debía ser el tiempo, no yo', admitió el técnico, un hombre educado y académico. 'Quizá porque soy de pensar mucho y hablar poco'.

Padre de cuatro hijas, defensa central entre 1967 y 1978, Tabárez, maestro y director de escuela, sólo dejó esa profesión, 'porque en la enseñanza se ganaba muy poco'. Suma ya treinta años de entrenador en los que no ha conocido a demasiados futbolistas como Forlán, con esa capacidad para desconectarse del resto. Máxime en un país como Uruguay con la sensibilidad futbolística a flor de piel. Pero Tabárez que, en general, huye de 'las visiones periodísticas', nunca pretendió forzar nada con Forlán. 'Los genios deben integrarse al grupo por sí mismos'. Y sabía que era distinto.

'Los genios deben integrarse en el grupo por sí solos', dice el técnico uruguayo

En 2006, ya tenía pasado en la profesión y una vida de emigrante que le había hecho crecer. Había jugado en el Manchester United, donde aprendió de gente que imponía en el vestuario como Blanc, Verón o Roy Keane. Pero nada de eso se traspasó a él que, a pesar de ser hijo y nieto de futbolistas, sentía en la niñez mayor adoración por el tenis que por el fútbol. Y quizá ahí estuviese una de las razones de su innato individualismo, de esa huida de la palabra en el vestuario, donde no tenía nada que ver con el futbolista que goleaba en el césped. 'Era, efectivamente, un hombre de perfil bajo', recuerda Tabárez. Y todo eso pasaba en un grupo donde las voces, todo autoridad, de Lugano o Abreu, alimentaban el orgullo patriótico. Forlán, sin embargo, representaba la distancia, lo que no enfurecía a Tabárez. Seguía pensando que 'el tiempo convencerá al futbolista de su importancia'.

La mirada de Tábarez representa credibilidad. Todavía se le recuerda en Oviedo, donde fue entrenador en los noventa. A los futbolistas les dice que 'los imponderables no se entrenan' y les deja libertad para ser como son. Sólo les pide que escuchen y observen la realidad, y sigue siendo, como también se recuerda en el Oviedo, 'el hombre de las tres p (pasta, pescado y pollo) a la hora de comer'. Más allá de eso, no es un tipo estricto, quizá por ello llegó ese día que no olvida, que no forzó él, 'lo forzó la realidad'. Y acudió a un partido en Puerto Ordaz, en Venezuela, en el que la derrota amenazaba con motivo. 'Pero en el segundo tiempo Forlán se echó el equipo al cuerpo y, desde entonces, su aportación subió mucho en el grupo'.

Hoy, Tabárez juzga a Forlán como 'una referencia' y el futbolista se refiere al técnico 'como un padre'. Habla con un compromiso bestial ('jugamos cada partido a morir'), suma más internacionalidades que nadie (82 con la de hoy) y no ve el final ('a los 35 años podría jugar el Mundial de Brasil'). Pero antes se dispone a lograr esta noche la Copa de América, que aquella maravillosa selección uruguaya que lideraban Francescoli, Rubén Sosa, Perdomo o Beengoechea consiguieron en Buenos Aires en 1987. Tabárez entonces entrenaba a Peñarol y Forlán era un niño de ocho años que dudaba entre la pelota de fútbol o la de tenis.

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