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Zaida derriba la muralla para denunciar el acoso
en las Fuerzas Armadas

La aparición en televisión de la comandante del Ejército contando el acoso sexual y laboral que sufrió ha espoleado a otras víctimas a acabar con el silencio en el mundo militar.
Dos de ellas han relatado sus experiencias a 'Público'

Zaida Cantera, que denunció a un mando por acoso sexual.

MADRID.- "Desde que vi el programa de Zaida apenas he dormido. He pedido una cita con la psicóloga porque me ha removido muchas cosas. Me veo reflejada en todos los sentidos, aunque en mi caso solo fue agresión y acoso laboral". Con la voz quebrada, la palabra "solo" se cuela en el relato de V.P. cuando rememora el caso de la comandante Zaida Cantera, que denunció el acoso sexual de un superior, a lo que siguieron años acoso laboral.

Los hechos que narró la oficial del Ejército de Tierra le han animado a contactar con la redacción de Público. Aunque ella no es militar, le han demostrado que el acoso en el mundo castrense no tiene por qué quedar en silencio. 

Todo empezó en un pequeño despacho. Su memoria lo transforma "en un agujero". Acompañaba, como representante sindical, a una trabajadora de la Residencia Militar A.S.A.M. (Acción Social de Atención a Mayores) "Guadarrama". Enfrente se sienta el capitán jefe de personal, de seguridad y secretario del coronel, que es el oficial al mando del centro.

Lo que parecía una discusión laboral sin importancia pasó a mayores cuando los ánimos del capitán se fueron calentando, tal y como relata V.P. en su denuncia al Juzgado Togado Militar Nº11 de Madrid, admitida a trámite y pendiente de juicio. "Fue todo muy rápido, yo llevo 13 años en esto y creo que tengo una capacidad para que no se alteren, pero no me podía esperar algo así".

"De golpe y porrazo, tira para atrás la silla de ruedas. La silla pega contra la pared. Veo que viene hacia mí, de repente me lo veo encima, me agarra del brazo, me lleva a la puerta del despacho, que estaba abierta y, dando golpes, me señala: ¿qué pone aquí, qué pone aquí?, señalando su nombre y cargo".

Según relata al juez, a continuación el capitán empujó a V.P. y a la trabajadora de la residencia fuera de su despacho e intentó cerrar la puerta violentamente: "La puerta me pilló la pierna y volvió contra él, que entonces sí cerró de un portazo".

"Esto se tiene que quedar aquí"

"Perdona, me estoy poniendo hasta nerviosa", se interrumpe V.P. para tomar aire y recuperar el tono de voz. Como en el caso de Zaida Cantera, los superiores del capitán intentaron evitar la intervención de la Justicia. 

Los superiores del capitán intentaron evitar la intervención de la Justicia

Su primera reacción fue comunicárselo al coronel y denunciar los hechos ante la Policía. "Esto se tiene que quedar aquí", les ordenó el oficial al mando del centro ya en su despacho. "Cuando dije que el capitán era un maltratador, el coronel respondió: 'por dios, no diga esa palabra'", explica. Consiguió su objetivo: "Tres horas después, salimos de allí diciendo que no íbamos a trasladar el tema a ningún sitio".

Cinco meses y "muchas noches sin dormir" después, V.P. pidió la baja por depresión, que dura ya más de un año, y denunció.

No ocurrió lo mismo, sin embargo, con R.M., que en su caso, aunque ya no tiene nada que perder —"he perdido la salud, no puedo perder nada más importante que eso"—, no existe denuncia alguna. No hay pruebas. Sólo "testigos mudos". Tampoco confía en la justicia castrense: "Yo hubiera denunciado, pero he trabajado en el Juzgado Militar y sé cómo funciona. Ahí todo se archiva”.

Zaida Cantera tuvo la suerte de que la compañera que presenció su acoso tuviera el valor de decir la verdad en un juicio, pero no todos están dispuestos a asumir el riesgo. O lo estaban. Ahora que su caso ha visto la luz, el miedo va dejando de enmudecer las voces que durante tanto tiempo han ocultado la forma de operar de algunos mandos militares.

El imperativo del miedo

Consciente de que no era la única que había sufrido las consecuencias de esa superioridad, tras escuchar el testimonio de Zaida en televisión, R.M. comenzó a investigar en la Red cuando se topó con la plataforma del teniente Luis Gonzalo Segura, militar condenado a varios arrestos disciplinarios por la publicación de su libro Un paso al frente y la colaboración con varios medios de comunicación, entre ellos este diario, a través de los que denuncia las irregularidades del Ejército.

"La gente vive con temor. No es que impongan respeto, es que imponen miedo"

Su salud no resistió el "imperativo del miedo" que se practica en el Hospital Militar donde trabajaba. Un lugar que ella define como “una casa de filias y fobias”, en clara alusión a que "estás con ellos o contra ellos", tal y como la llegaron a advertir. Hoy afronta una fibromialgia que, según los médicos, es fruto de los traumas que allí vivió. "Hay un ambiente de trabajo horrible. Allí se pierde la dignidad. La gente vive con temor. No es que impongan respeto, es que imponen miedo".

Su error fue no comulgar con el Administrador del centro, un teniente de los de ordeno y mando, el "sheriff", como ella le llama, del que muy pocos cuentan con el privilegio de poder dirigirse a él. Tenían un amigo en común, también militar, que de alguna manera le otorgaba un pase vip a un grupo de aliados al que ella nunca quiso pertenecer. "Cuando vio que no entraba en su juego, empecé a ser molesta para él. Tienes que ser como ellos. No puedes quejarte de nada ni les gusta que digas algo en contra de otro militar", sostiene.

Tras años de acoso laboral, por el que confiesa seguir teniendo pesadillas por las noches, se vio obligada a coger la baja médica por depresión. "Cuando vuelva se va a enterar", dijo entonces un general del séquito del teniente. Y así fue.

"Aquí no se hace nada sin mi permiso"

En los cinco años que estuvo trabajando en el centro, la "movieron como peón de ajedrez", llegando a cambiar de puesto en nueve ocasiones. "Un día, harta de que boicoteara mi trabajo, acudí a un general en vez de a él. Entró en la oficina gritándome. Se oían las voces desde el pasillo. Me dijo que no se hacía nada sin su permiso o el del general (dependiente de él). Ahí empezó una guerra contra mí", denuncia.

Relata incrédula los entresijos de aquel centro que, a juzgar por el tratamiento recibido por el personal, se asemejaba más a un colegio que a un hospital. "El teniente dio orden a otro teniente coronel para que éste pasara todos los días llamando puerta por puerta diciendo 'vámonos'. Hasta que eso no sucedía, no podíamos irnos a casa. Una vez estábamos unos compañeros y yo en el pasillo y nos dijo '¿qué hacéis aquí?, yo no he dicho que pudierais salir'".

Aunque todo el mundo es testigo de lo que allí sucede, asegura, "nadie va a destapar nada". Sabe cómo funciona la política militar. "A ellos no les conviene que haya una persona que manche su carrera. Sólo quieren irse limpios a casa. Pero es de dominio público lo que hace este señor". Llegó a contar con un aliado, pero pronto entendió lo que eso significaba. "Un comandante me defendió y tuvo represalias por ello. Le dijeron que tuviera mucho cuidado, que hasta ahora su vida militar había ido bien, pero que se podía torcer", concluye.

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