Dominio público

20.000 especies de retrocesos

Ana Pardo de Vera

Solo desde el desconocimiento más absoluto o la maldad más profunda se puede negar a las mujeres trans. Y eso lo hemos sabido con ellas, a su lado, escuchándolas y aprendiéndolas contra tanta marginación, tortura y muerte sufrida a lo largo de la historia. Cuando pregunté a la entonces vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, en el programa La Hora de la 1 de TVE si consideraba que "las mujeres trans eran mujeres" y ella me contestó un "Sí" bastante contundente, pensé que la lucha por la igualdad real del colectivo trans la había ganado éste y quienes apoyamos de la A a la Z sus reivindicaciones.

Después de esa entrevista, Calvo se abstuvo cuando se votó la ley trans del Ministerio de Igualdad, pero el resto del Grupo Parlamentario Socialista lo hizo a favor. Bien, un avance teórico más en esta lucha perpetua que es el camino lleno de obstáculos del cumplimiento de derechos humanos, pensé; ahora falta hacerlo práctica y cultura, lo más complicado, sobre todo, en medio de la ola reaccionaria en la que vivimos, donde el problema no es solo el fascismo, sino quienes lo normalizan. Y no me refiero únicamente a la llamada derecha del PP, que pacta con Vox mientras da lecciones de ética al resto; o a la de Macri en Argentina, que avala a Milei, sino que destaco a liberales como Macron, presidente francés que ha pasado de renegar de Le Pen a defender postulados de la ultraderecha; o a la aceptación de una ley como la última migratoria europea, asumida por los países miembros, España incluida. Es desolador.

Antes de las elecciones del 23-J, la dirección del PSOE ya afirmaba que el Ministerio de Igualdad volvería a manos de este partido de poderse repetir la alianza de Gobierno entre los socialistas y Sumar, algo en lo que tampoco confiaban demasiado. Había enfado y frustración por cómo se habían gestionado los efectos inesperados de la ley del solo sí es sí, sobre todo por parte de Igualdad y Podemos, con las rebajas de penas y excarcelaciones de condenados, y argumentaban integrantes del Gobierno que este asunto les estaba machacando en las encuestas, como se confirmó en las elecciones autonómicas y municipales de mayo, a favor de Feijóo y Vox. Solo un resultado contundente de Sumar, más cercano al del PSOE podía abrir esa batalla por un Ministerio decisivo para la izquierda, pero los números ya los conocen ustedes (PSOE, 122; Sumar, 31)

Debido al tema que centra de este artículo, hay críticas muy duras a Sumar desde el sector de Podemos por no haber batallado por ese Ministerio en la negociación para formar Gobierno, concretamente, para Irene Montero. Incluso, se informa desde este ámbito que a Díaz se le ofreció pero acabó rechazándolo, algo que ésta nunca ha dicho, pues Sumar siempre manifestó que había luchado por mantener Igualdad hasta el último segundo. Sea lo que sea, en estos momentos, creo que meterse en una guerra personal y de partidos resulta no sólo inútil, sino vergonzoso y una falta de respeto a las verdaderas víctimas del último nombramiento del Ministerio de Igualdad.


Reconozco que no conocía apenas a Isabel García, la nueva directora del Instituto de las Mujeres del departamento de Ana Redondo, más allá de situarla lejanamente en el círculo del poder socialista en el País Valencià. Fue cuando saltó la polémica este jueves que pude ver sus tuits y sus posicionamientos en la teoría tránsfoba del borrado de las mujeres, de la que es una líder destacada Amelia Valcárcel, que renegó alborotadamente del PSOE para hacerse votante confesa de Feijóo (PP), precisamente por su rechazo a la ley trans, entre otras afirmaciones delirantes -y conste que, como todas las feministas, supongo, he leído y seguido a Valcárcel años ha-. Cuando supe de la elección de García, buceé en su blog, en sus tuits, vi las informaciones sobre ella, escuché testimonios personales de amigos y amigas LGTBI+ ... no podía creer ese nombramiento.

El día de la concentración en la madrileña Puerta del Sol contra el recorte de derechos LGTBI+ (¿o debería decir "anulación"?) consumado por Isabel Díaz Ayuso, a la nueva ministra de Igualdad se le preguntó por la ley trans: Redondo dijo que no solo no se iba a tocar, sino que se iba a incrementar la financiación para su aplicación. Además, recomendó a la presidenta madrileña que viera la película 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola, sobre la infancia de Lucía, una niña trans de 8 años, y sobre más temas de mujeres que no quiero destripar. Solo coincido con Redondo: véanla si no lo han hecho. ¿La habrá visto García? ¿Y la propia Redondo, más allá de recomendarla? ¿Se puede ser inmune al sufrimiento, no de Lucía, que también, sino de la realidad de las mujeres trans hasta que han llegado adonde estamos, que no es en absoluto suficiente?

Entre mis lecturas favoritas de este año está La mala costumbre, de Alana S. Portero, colaboradora de Público, a la que además sigo con admiración y con la que comparto un grupo feminista maravilloso y plural. Leí esta novela dos veces seguidas, siempre por la noche, que es cuando intento leer novela para desconectar de este absorbente oficio: reía, lloraba, sufría, se me cortaba la respiración, volvía a llorar ... Y no soy la única: la novela de Portero es un éxito mundial, ha sido traducida a multitud de idiomas y es un auténtico fenómeno literario. Hace tiempo que no me entretenía tanto ni aprendía ídem; tampoco me he emocionado de esta manera con un libro desde hace mucho, mucho tiempo: no hay en esa novela nada que tenga que ver con mi infancia y adolescencia, más allá de querer atravesar techos de plomo incomparables en grosor, y sin embargo, es una novela que recomiendo y regalo a todo el mundo, como si fuera un poco mi descubrimiento. Porque yo sabía de las mujeres trans y tienen todo mi reconocimiento, solidaridad y lucha desde hace años, pero lo que sale de La mala costumbre entra por las venas y no abandona jamás a quienes supimos tarde, siempre demasiado y a quienes sabían casi al nacer. Tanto me impactó que yo creía que después de publicarse esta novela, nadie con un mínimo de empatía e inteligencia podría renegar de las mujeres trans como mujeres, apartándolas a un círculo aparte, sin serlo del todo. Yo ya estaba convencida, pero este libro nos daba la fórmula -creía- para convencer a quienes no quieren o no saben convencerse de lo que hay y es. Por eso la releí y volveré a hacerlo, para no olvidar ni una letra de esa prosa brutal ni un detalle de ese relato tierno y feroz, reflejo de lo que tenemos aquí al lado.


Creo que el nombramiento de la directora del Instituto de las Mujeres es un ataque directo contra las 20.000 especies de abejas de Urresola y contra La mala costumbre de Portero; también contra la realidad innegable que representan, cuyos derechos (humanos) no pueden retroceder ahora y de la mano de un partido que se dice progresista: no es solo García per se, es la victoria de lo que representa, incomprensible y cruel desde todas partes. Si desde el Ministerio de Igualdad, desde el PSOE, creen que el grito de denuncia que empezó el jueves es anecdótico, pasajero o cosas de partidos enfadicas que se tiran los trastos a la cabeza (otra vez), se equivocan y mucho: no va de nada de eso, va de libertades y derechos humanos, otra vez. Por favor, reflexionen con el largo y despiadado padecimiento de este colectivo en la mano, en un libro o en una película, pero abran los ojos y no nieguen, como la ultraderecha, una realidad incontestable.

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