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"No hemos recibido agua ni comida en tres días"

El Gobierno chino centra la ayuda en las ciudades más pobladas, pero descuida a las demás

ANDREA RODES, enviada especial

Eran las seis de la tarde, pero el reloj de la plaza principal de Hanwang, en la provincia de Sichuan, marcaba ayer las 2.28. El reloj se quedó parado cuando un terremoto de 7.9 grados empezó a sacudir el lunes pasado esta remota región de China, dejando la cifra de 50.000 muertes, según las últimas informaciones del Gobierno.

Frente a la torre del reloj -uno de los pocos edificios de la ciudad que se mantienen intactos- un grupo de soldados, equipados con picos y palas, buscaba cuerpos enterrados bajo los escombros de una casa. Una multitud de curiosos, con el rostro sucio y el cabello grasiento, después de dormir en la calle durante tres noches seguidas, observaba cómo una grúa levantaba el cadáver de una mujer en el aire.

En Hanwang, una de los últimas ciudades en recibir equipos de rescate tras el terremoto, donde ayer el olor de decenas de cadáveres todavía enterrados obligaba a llevar mascarillas, pocos mantienen la esperanza de encontrar a alguien con vida. Los vecinos han instalado sus tiendas en la calle y pasan el rato cocinando fideos en hornillos de butano o durmiendo sobre un colchón, si lo han logrado recuperar de sus antiguas casas. Otros deambulan por la calle, en busca de alimentos y bebidas que traen cientos de voluntarios.

Devolverles la esperanza

'Hay que devolverles un poco de esperanza', dice Zhu Hong, un joven de clase alta de Chengdu, que ayer pasó el día circulando en su 4x4 por los pueblos afectados por el terremoto. 'El Gobierno central está enfocando toda la ayuda en el epicentro, donde están las ciudades más pobladas, pero está dejando de lado el resto', dice Zhu.

Vestido con una elegante camisa rosa y unas gafas de sol oscuras, Zhu para en cada pueblo para estrechar las manos de los campesinos que han perdido sus tierras o escuchar pacientemente sus quejas. 'Nos sentimos ignorados', dice una campesina de Xiangyang, una pequeña aldea a cinco kilómetros de Beichuan.

'No hemos recibido agua ni comida en tres días', se lamenta la mujer, mientras hace cola con un bidón vacío para llenarlo de agua en el primer camión de bomberos que llegó a Xiangyang. 'Los pozos se han secado. ¿Cómo vamos a regar ahora?', añade.

Los pueblos llevan cuatro días sin agua corriente ni electricidad. Los campesinos se aglomeran el arcén de las carreteras, para llamar la atención de los voluntarios, gritando: '¡Queremos agua! ¡Queremos comer!'. La asitencia no es suficiente, a pesar de los numerosos camiones militares cargados de soldados y de ayuda humanitaria que circulan por la autopista de Chengdu.

Se oye el zumbido de los helicópteros de rescate volando en dirección a la remota región de Wenchuan,el epicentro del terremoto, que no pudo ser alcanzado hasta el miércoles por culpa del mal tiempo. Muchos de estos helicópteros despegan del aeropuerto de Mianyang, a unos 60 km. de Chengdu, convertida en una especie de campo de refugiados para los damnificados por el terremoto.

'Nos dijeron que aquí nos darán comida y agua', dice Wang Zhou, un anciano flaco, de rostro arrugado, que hace cola para entrar en el pabellón de Mianyang, donde más de 30.000 personas reciben ayuda y atención médica. Huyendo de Beichuan, Wang caminó durante toda la noche junto a su mujer y su hija, y llevando a su nieto de meses en brazos, para llegar hasta aquí.

'Lo hemos perdido todo', dice Wang. Los Wang tienen la suerte de estar vivos-el terremoto les sorprendió fuera de casa, dando un paseo, aprovechando que su hija tenía fiesta-, pero se preocupan por saber de qué vivirán ahora.

Sus ingresos dependían cada vez más de su hija, empleada en una fábrica de componentes electrónicos. Pero la planta ha quedado reducida a escombros, matando a la mayoría de trabajadores. 'Estoy esperando a que mi madre venga a buscarme', dice Chen Jiao, una niña de 14 años, con unas oscuras ojeras que estropean su rostro risueño.

Chen también logró escapar con vida de Beichuan y ahora espera que su madre, trabajadora inmigrante en una ciudad de la industrializada costa este, venga a buscarla a Mianyang. Chen juega con dos niñas que sobrevivieron como ella cuando la escuela primaria de Beichuan se desplomó, matando a más de 1.000 niños. 'Vi morir a muchos de mis amigos', dice Chen, mientras agarra el panecillo que le ofrece un voluntario.

Críticas e insultos al Gobierno

'Nadie nos ha dicho cómo nos van a compensar', dice Wu Zhanghu, padre de una familia de siete. Sentados bajo la sombra de un árbol, frente al pabellón de Mianyang, los Wu comen panecillos y se lamentan por la pérdida de su casa, un edificio de ladrillo de una sola planta, construido por ellos mismos hace 14 años.

El impacto del terremoto se ha dejado sentir más en las nuevos núcleos urbanos, como Hanshang o Beichuan, aparecidos con el crecimiento desenfrenado de China. Los edificios, construidos de manera rápida y sin tener en cuenta los parámetros de seguridad, no han sobrevivido al terremoto, rompiendo los sueños de unos ciudadanos que empezaban a beneficiarse del desarrollo económico.

Los vecinos de Xinshui, en el distrito de Mianzhu, expresaban ayer con furia su frustración a cualquier visitante que se acercara e insistían en mostrar los lugares donde aún hay gente enterrada. 'El Gobierno local no hace nada por nosotros. Nos oculta la verdad sobre lo que sucede', dice una mujer, con lágrimas en los ojos.

El clima de crispación quedó reflejado cuando los vecinos se pusieron a gritar e insultar a un miembro del comité local del Partido Comunista al verle pasar en coche por la calle. '¿Por qué no vienen más periodistas chinos por aquí?', dice la joven. Esta periodista se marchó de Xinshui con una larga lista de quejas que los vecinos insistieron en escribir en su libreta.

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