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El último refugio de los ‘canallas’ chilenos

Un histórico mesón clandestino de la era Pinochet reabre sus puertas

F. PEÑA

Calle San Diego 379. Un cartel escrito a mano sobre una puerta metálica descascarada anuncia: 'Reabrimos en Tarapacá 810'. El boom inmobiliario en las cercanías del Palacio de la Moneda presidencial consiguió lo que el dictador Augusto Pinochet no pudo: demoler el histórico mesón El Rincón de los Canallas, un hito de la Santiago contestataria y subterránea. Pero la historia aún cuenta con su personaje principal. Detrás de la barra, en la nueva sede del mesón, un hombre corpulento, ataviado con un delantal blanco abierto y gafas negras, cuenta la leyenda del último refugio de los valientes que burlaron el sangriento régimen pinochetista para dedicarse a las actividades más subversivas: beber, conversar y mantener vivos los sueños de libertad. Su nombre es Víctor Painemal. Aquí, en su territorio, todos lo conocen como El Gran Canalla.

Todo comenzó en 1980. El rey del pollo asado, que como su nombre indica ofrecía todas las virtudes avícolas durante el día, abría sus verdaderas alas en la clandestinidad de la noche. 'Necesitábamos divertirnos, juntarnos con amigos y debatir. Todos teníamos problemas y nadie que nos cobijara', recuerda Víctor. En aquellos días, el régimen prohibía la reunión de más de dos personas a partir del toque de queda, a las 10 de la noche.

Tras dos incendios nada accidentales, Víctor se refugió en la localidad de Temuco en 1983. El 20 de mayo de 1984 sus amigos le rogaron que volviera. 'No podemos conversar juntos en ninguna parte', se quejaron. Alquilaron una casa y la abastecieron de víveres. Su objetivo era abrir cuando la dictadura cerraba los ojos. Lo bautizaron con el nombre de El Rincón de los Canallas, ya que Pinochet tachó así a sus enemigos.

Dado que el jaleo sucedía a tan solo 500 metros del Palacio de la Moneda, las precauciones debían multiplicarse. Para evadir el espionaje de los carabineros y sus infiltrados, idearon un sistema de contraespionaje para criticar al dictador en sus narices.

'De Arica a Punta Arena. Chile todo bien. Saludos a Roberto que hoy cumple años. Florecieron los maitenes y los canallas siguen igual', decía Tito Arévalo, conductor de un programa en Radio Colo Colo.

Al llegar a la calle San Diego 379, las visitas debían meter la mano por un recoveco detrás de una cortina metálica que camuflaba el mesón, tirar de un cable para hacer sonar la campana, y esperar a que la voz de Víctor preguntara: '¿Quién vive, canalla?'. La respuesta correcta era: 'Florecieron los maitenes'. Una frágil memoria era el peor de los pecados.

Una vez dentro, el país gris y sumiso de Augusto Pinochet encendía las luces. Por un módico precio, poetas, actores, músicos, librepensadores y pintores tenían un vasto menú de platos antiimperialistas: vietnamita, pernil canalla, terrorista, atentado, guerrillero o Barrabás. El humo, el alcohol y el bullicio se fundían con el canto: 'Yo pisaré las calles nuevamente/ de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes', de Pablo Milanés.

En cada calabozo, los salones del centro según la denominación recibida por sus propietarios, las pinturas se acumulaban en las paredes, señal de que se aceptaban trueques cuando flaqueaban los bolsillos de los artistas proscritos. Junto a fotos de Pablo Neruda, podían leerse cientos de leyendas que hablaban del clima de la época: 'Si callas ahora... calla para siempre', 'La mente es tuya ¡que no te la laven!', o 'Los canallas unidos jamás serán vencidos'.

Cada noche se hacía el silencio cuando comenzaba el programa Escucha Chile, emitido en Radio Moscú y captado por onda corta. Ahí recibían noticias prohibidas e información sobre detenidos.

Pese a los precauciones, el mesón fue allanado 67 veces entre 1984 y 1989. Una clave errónea y el grito de 'abran, carajo' eran las señales de los carabineros. Ése era el temor hace 20 años, en la noche del 5 de octubre de 1988, cuando un 55,5% de los chilenos decidió mandar a Pinochet a casa.

'Estábamos abarrotados. Queríamos festejar, sí, pero teníamos miedo a que no se respetara el resultado, a que se pusieran más duros que nunca', recuerda Víctor.

Fue el principio del fin. Con la transición democrática, el mesón inició su declive bajo las nuevas necesidades de una sociedad de consumo. Lo que cotiza hoy son los platos de los centros comerciales y los restaurantes en los barrios de Vitacura, Providencia o Las Condes.

Poco a poco, el elenco estable empezó a diluirse y la llama a apagarse. El negocio flaqueaba y el boom inmobiliario pegó el golpe de gracia. Víctor se rindió. Fueron sus hijos y su nieto, Ariel, un canalla de tercera generación, quienes apoyaron la idea de reabrirlo. Aunque no haya un régimen que combatir, siempre es necesario un lugar para divertirse. 'Siempre se trató de eso', explica Víctor, El Gran Canalla

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