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La izquierda aún busca la brújula

Veinte años después la izquierda en su conjunto sigue sin encontrar el equilibrio ideal entre igualdad y libertad

PERE RUSIÑOL

Fue un socialista español, Fernando de los Ríos, quien en un viaje de exploración a la Unión Soviética en 1920 le planteó a Lenin, el líder de la Revolución de Octubre, la pregunta clave. ¿Y la libertad? La respuesta de Lenin pasó a la historia: '¿Libertad para qué?'

Mañana se cumplen 20 años de la caída del Muro de Berlín, que dio la estocada a todo el campo soviético que creó Lenin, aterrorizó Stalin y convirtieron en un cartón grotesco de cinismo y represión todos los apparatchiks que siguieron hasta Gorbachov, su enterrador. Pero tantos años después la izquierda en su conjunto sigue sin encontrar el equilibrio ideal entre igualdad y libertad. El capitalismo está inmerso en la peor crisis desde 1929, pero es la derecha la que avanza y gobierna en Europa mientras la izquierda busca su brújula.

Judt: 'La izquierda no ha incorporado la libertad a su narrativa de forma confortable'

'Se echa de menos un replanteamiento del punto de partida político y ético del centro-izquierda que abrace sin problemas libertad e igualdad', opina el historiador británico Tony Judt, que está trabajando ahora en la crisis de la socialdemocracia. Judt es uno de los historiadores que más ha subrayado desde la izquierda el absurdo de regalarle a la derecha la bandera de la libertad en el siglo XX, salvo excepciones.

A su juicio, 'ahora ya no hay duda de que la izquierda mayoritaria reconoce abiertamente la libertad como valor'. Pero añade: 'El problema es la herencia de la vieja izquierda ideológica, que a pesar de no haber sido nunca activa contra la libertad no ha logrado incorporarla de forma confortable a su vocabulario y su narrativa'.

En los antiguos países del bloque del Este que hoy forman parte de la Unión Europea (UE), los partidos comunistas son residuales. En los países bálticos siguen prohibidos y el único lugar donde mantienen cierta importancia es la República Checa. Este país fue también el único del bloque en que los comunistas tuvieron un apoyo popular importante antes de ser subsumidos manu militari por la Unión Soviética de Stalin. Justo antes de la dictadura del proletariado alcanza-ron el 40%.

Hoy, el Partido Comunista checo se presenta sin esconderse y suele moverse por encima del 10% de los votos, pero su influencia es mínima en un país gobernado desde hace años por la derecha más atlantista y radical. En el Parlamento Europeo se integran en el mismo grupo de Izquierda Unida (IU), al igual que el alemán La Izquierda que, aunque no es estrictamente comunista, representa la única experiencia exitosa de raíz marxista nacida en un país del bloque soviético. La fusión de los herederos del antiguo partido único del este con la escisión socialdemócrata del oeste superó el 12% en las elecciones del pasado septiembre y está a punto de romper el cordón sanitario que aún lo aísla del poder.

Sin embargo, la gran mayoría de los antiguos partidos únicos se reconvirtieron rápidamente en socialdemócratas y fueron aceptados por la Internacional de la que forma parte el PSOE. Casi todos han gobernado, en Polonia, en Hungría, en Bulgaria, en Rumanía...

La República Checa es el único ex satélite con un partido comunista que supere el 10%

'Todos los partidos socialistas del este de Europa incluyen la libertad en su vocabulario, apoyan la Unión Europea, la OTAN, el capitalismo y los derechos civiles', recalca Tibor Dessefy, presidente de Demos Hungría y miembro de ECFR, prestigioso think tank paneuropeo. Y añade: 'El cambio no ha sido necesariamente por convicción, pero la tendencia se ha convertido en canon incuestionable en el este de la UE'.

La filósofa Agnes Heller, discípula de Georg Lukács, rara avis que dentro del bloque soviético se interesó por la libertad, va todavía más allá y considera que en estos países la causa de la libertad ha pasado de la derecha a la izquierda: 'En todo el antiguo bloque la izquierda está mucho más comprometida con la libertad, la sociedad abierta y el mercado. Ahora es la derecha la que tiene como agenda la renacionalización, incrementar el poder del Estado paternalista y el anticapitalismo', subraya.

Esta conversión ha tenido grandes costes electorales en los lugares donde los socialistas eran más fuertes. Su base tradicional se ha sentido desamparada ante el desmantelamiento del Estado paternalista en la vorágine de la globalización. Los ajustes más duros en el este de Europa, con un programa directamente neoliberal, los han dirigido los socialistas polacos y los húngaros.

Tras sus reformas radicales, los socialdemócratas polacos cayeron en 2005 del 40% al 10% y en elecciones sucesivas se han consolidado en torno a estos porcentajes. Algo parecido sucede en Hungría. En 2006, vencieron con el 43% y pusieron en marcha un durísimo plan de ajuste. A un año de los comicios, los sondeos les otorgan el 15%, muy lejos del 60% atribuido al conservador Fidesz, socio del PP.

Pal Tamás, director del Instituto de Sociología de la Academia de las Ciencias húngara, considera que 'la aceptación del principio según el cual el mercado lo arreglará todo ha llevado al colapso de la imagen de los socialistas'. Tamás, que se define como socialdemócrata, recalca que, desde que este partido dirigió la ruptura con el sistema comunista un proceso que en Budapest se inició en 1988, nunca habían bajado del 30%. 'Ahora, después de tres años de aceptación acrítica del modelo neoliberal, puede quedar de pronto por debajo del 10%', dice.

En la Europa occidental sucede algo similar: dos de los grandes bastiones socialdemócratas, que desde la II Guerra Mundial tenían un suelo superior al 35%, están bajo mínimos después de años de abrazar posiciones neoliberales. El laborismo británico cayó al 16% en las europeas. Y los socialdemócratas alemanes se quedaron en el 23% en las generales de septiembre.

Algunos de los historiadores más prestigiosos de tradición marxista, como el español Josep Fontana y el británico Eric Hobsbawm, coinciden en que los viejos partidos socialistas de tradición obrera se han convertido en la práctica en una suerte de formaciones liberal-progresistas con un papel similar al del Partido Liberal en el siglo XIX, antes de la irrupción del movimiento obrero organizado.

'La izquierda ha sido reemplazada, quizás temporalmente, por grupos de presión especiales a favor de asuntos a veces identificados con la izquierda en el pasado, que no son completamente idénticos al programa general de la izquierda, como la emancipación de las mujeres, el liberalismo cultural o el medio ambiente', opina Hobsbawm.

La paradoja es que si un imposible bolchevique emulara a De los Ríos y viajara hoy a algún bastión socialista, lo más probable es que se encontrara con otra pregunta retórica: '¿Igualdad para qué?'

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