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Hoy en Ucrania ganará Rusia y perderá la Alianza Atlántica

Moscú se beneficiará de las elecciones presidenciales tanto si gana el prorruso Yanukóvich como la carismática Timoshenko. La integración ucraniana en la OTAN quedará descartada

LUIS MATÍAS LÓPEZ

Los ucranianos eligen hoy presidente entre dos ex primeros ministros: la glamourosa Yulia Timoshenko, protagonista, con Víktor Yúshenko, de la Revolución Naranja de 2004, y el tosco Víktor Yanukóvich, que perdió entonces la jefatura del Estado tras la anulación de los resultados por el fraude masivo.

Yúshenko fue el ganador de aquella batalla, cuyo desenlace prometía encarrilar por la senda de la democracia de corte occidental a este país de 46 millones de habitantes que un día fue considerado granero de la URSS. La humillación que sufrió el pasado 17 de diciembre en la primera ronda de los comicios (5,5% de los votos) fue consecuencia del caos interno, las peleas de gallos en la coalición de gobierno, el fracaso económico y el choque suicida del presidente con el oso ruso.

Es un duelo entre una hábil política y un tosco gigante sin carisma ni oratoria

Yanukóvich quedó en cabeza con el 35,3% de los votos, lo que a priori lo situaba como favorito frente a Timoshenko (25,1%), pero el pronóstico es incierto. Esta última tiene más posibilidades que su rival de arañar votos entre la clientela de otros candidatos. No sólo entre la de Yúshenko, sino sobre todo en la de Serguéi Tigipko (13,1%), de imprecisa vitola liberal y que, pese a declararse neutral, ya tiene la oferta de ser jefe del Gobierno.

Timoshenko, la princesa rubia, tiene un carisma que la sitúa a años luz de la tosquedad de un Yanukóvich de aspecto imponente (casi dos metros y más de 100 kilos), que habla ucraniano peor que ruso y que se embarulla si no tiene un papel delante. Tal vez por ello no asistió el lunes al acto cumbre de la campaña: un debate televisado con Timoshenko. No quería, explicó, entrar en una competición de 'mentiras y suciedades', y la despachó con un toque machista: 'Si quiere ser tratada como una mujer, que demuestre su talento en la cocina'. Su rival le fulminó durante dos horas, se dirigió a la silla vacía y le mostró su desprecio: 'Siento su olor, el olor del miedo, y no quiero que un vulgar cobarde se convierta en líder de nuestra nación'.

Pase lo que pase, ya hay un ganador y un perdedor. Ganará Rusia. Perderá la OTAN.

La deriva antirrusa de Yúshenko llegó a hacer sonar los tambores de guerra

Rusia ganará porque Yúshenko, la bestia negra de Moscú, ya ha perdido. Fue incapaz de conducir a su país hacia el modelo democrático y de progreso occidental sin quebrar la relación con el oso ruso, que sigue viendo Ucrania como parte de su esencia nacional, con origen hace más de 11 siglos en la Rus de Kíev. A Yúshenko, como a Saakashvili en Georgia, le ha faltado mano izquierda y le ha sobrado ambición.

Para evitar que su país se convierta en un protectorado de Moscú, Yúshenko se dejó embrollar en una guerra del gas que no podía ganar, apoyó la aventura de su homólogo georgiano en Osetia del Sur y amenazó con no renovar el alquiler de la base rusa en Sebastopol que caduca en 2017.

El mayor peligro es que un resultado incierto lleve a un estado de excepción

El pasado agosto, uno de los dos líderes del Kremlin, el presidente Dmitri Medvédev, hizo pública una carta abierta en la que, con tono insultante, denunciaba la deriva antirrusa de Yúshenko. Llegaron a sonar tambores de guerra, alimentados en un supuesto fermento independentista en Crimea, que Nikita Jruschov regaló a Ucrania cuando no imaginaba que la URSS saltaría un día en pedazos. Timoshenko y Yanukóvich (este con más énfasis) ya han dejado claro que no tropezarán en la misma piedra y desarrollarán una relación privilegiada con Rusia.

Moscú apuesta a los dos caballos en carrera, con lo que no puede perder. Tal vez prefiera a Yanukóvich, pero también se entendería con su rival. Putin lo dejó claro tras negociar un nuevo acuerdo sobre el suministro y transporte de gas que ha evitado una guerra como la de hace un año y que media Europa vuelva a pasar frío.

La integración de Ucrania en la OTAN queda descartada por ahora. Rusia, impotente, ya miró a otro lado cuando entraron en la Alianza las primeras tres repúblicas de la antigua URSS (Letonia, Lituania y Estonia), pero no toleraría que ocurriera lo mismo con países más esenciales, como Georgia y Ucrania. Ya quedó claro en la guerra de agosto de 2008 en la república caucásica y la confrontación del tándem Medvédev-Putin con Yúshenko lo ha vuelto a poner de manifiesto. La OTAN cree que la fruta aún no está madura y prefiere evitar el choque con Rusia. La agenda de Yanukóvich nunca incluyó sumarse al Tratado de Washington y Timoshenko, en teoría más atlantista, tampoco cree llegado el momento de pelar esa cebolla.

Por su parte, la Unión Europea (UE) empata porque los dos candidatos están de acuerdo en avanzar hacia un acuerdo de libre comercio y, en su momento, la plena integración en la UE. Pero en la balanza, el platillo ruso estará más cargado que con Yúshenko. El camino será largo y repleto de obstáculos. Timoshenko parece más europeísta, pero Yanukóvich (que quiere evitar la etiqueta de títere de Moscú) también reconoce que la UE es la principal opción de progreso. En Bruselas, no hay prisas. Las últimas ampliaciones han resultado difíciles de asimilar y hay demasiados candidatos que llaman a la puerta. Ucrania tendrá que esperar.

Lo más importante ahora no es quién va a ganar, sino que, sea quien sea, lo haga con claridad, para que sea imposible otra revolución como la de 2004 y a la que sería difícil encontrar color, porque el arco iris no da para tantas. Entre insulto e insulto, los dos candidatos acusan al rival de preparar un fraude masivo y aseguran que intentarán ganar en los tribunales o en la calle lo que les nieguen los votos. Ella reaccionó airadamente a la reforma de la ley electoral aprobada el miércoles en una agria sesión parlamentaria que cambió las normas de funcionamiento de los colegios.

Cuando Timoshenko se pone la toga de fiscal, recuerda los antecedentes de Yanukóvich: su fallida elección presidencial y su ficha penal, con dos encarcelamientos por robo y asalto cuando era joven. Pero también él recuerda que ella pasó un mes en la cárcel acusada de corrupción y sostiene que ha mandado imprimir millón y medio de papeletas fraudulentas.

Un batallón de observadores internacionales, que no hallaron graves irregularidades en la primera vuelta, intentará evitar el pucherazo. Un detalle preocupante: la destitución esta semana del ministro de Interior por una maniobra parlamentaria de las huestes de Yanukóvich. Se ha llegado a evocar un escenario aterrador, aunque improbable: que Yúshenko aproveche el caos tras un resultado incierto y proclame el estado de excepción.

El nuevo presidente necesitará toda la legitimidad democrática para sacar al país de la ruina y superar el bloqueo político. Un cambio constitucional aprobado en 2006 ha hecho bailar el poder los últimos años entre el Parlamento y el presidente, y ha hecho ingobernable el país. Timoshenko quiere recuperar la primacía del jefe del Estado y Yanukóvich promete clarificar la división de poderes. Para que todo encaje, puede ser necesario convocar elecciones legislativas.

Pese a tanta incertidumbre, Ucrania es el país más democrático de los surgidos de la descomposición de la URSS (excluidos los tres bálticos miembros de la UE y la OTAN) y el que puede presumir de mayor libertad de prensa. Que dure.

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