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Las últimas horas de Saleh

El dictador de Yemen se aferra al poder y acusa a Al Qaeda e Israel de fomentar las revueltas en su contra

GUILLAUME FOURMONT

Alí Abdalá Saleh es el dictador más hábil del mundo árabe. Yemen, que gobierna con mano de hierro desde la reunificación de 1990 ya dirigía desde 1978 el Yemen del Norte, es uno de los países más pobres del mundo, con Haití y Níger, figura cada año en la lista de los 'estados fallidos', con Somalia y Afganistán, se enfrenta a una rebelión armada en el norte y a un movimiento secesionista en el sur, y es, según EEUU, el escondite de Al Qaeda. Pero ahí está Saleh, aferrado al poder. Yemen, cuna de la legendaria reina de Saba, lleva años al borde del abismo. Sin embargo, y a pesar de las habilidades ¡y la represión! de Saleh, puede que sea el próximo país en ver a su déspota buscarse tierra de exilio. Desde el 27 de enero, los yemeníes gritan: 'Saleh, ¡lárgate!'.

Por primera vez en su historia, la sociedad yemení, que se basa en un sentimiento más tribal que patriótico, parece unida. Islamistas, laicos, comunistas, secesionistas del sur, clérigos, tres generales del Ejército, embajadores y algunos ministros que dimitieron quieren acabar con el régimen. Y el dictador está nervioso. A finales de diciembre de 2010, Saleh pensaba seguir en su cargo para otro mandato; en los dos últimos días, propuso dos veces su dimisión para finales de año, aunque dejó claro que sólo se iría después de elecciones.

Los enfrentamientos entre leales al régimen y opositores causaron un centenar de muertos

Pero la represión acabó con la paciencia de los manifestantes. Los choques con los leales al Congreso Popular General, el partido del presidente, y las fuerzas de seguridad causaron más de cien muertos. No hay cifras oficiales. El momento más trágico ocurrió el día 18, cuando francotiradores dispararon contra la muchedumbre, matando a 52 personas. Los pro-Saleh ocupan la plaza Tahrir (Liberación) de Saná. Levantan pancartas con fotos de Saleh, 'símbolo de estabilidad'. La oposición, por su parte, ha convertido el campus de la universidad de la capital en su cuartel general, desde donde corean: '¡Alá, por favor, deshazte de Saleh!'. Para los yemeníes, exigir la salida del tirano no sólo es una cuestión de geoestrategia. La inflación, el paro al menos el 35% de la población, la pobreza el 45% de los yemeníes viven con menos de dos dólares al día y la corrupción endémica han llevado a cientos de miles de personas a manifestarse.

'Yemen es un país reciente, pero con una verdadera diversidad política. Esta vez han coordinado sus acciones en el Encuentro Común, una plataforma que denuncia el monopolio del jefe de Estado en las instituciones del país', explica Michel Tuchscherer, director del Centro Francés de Estudios Sociales de Saná. 'El problema es que la nación yemení no parece aún capaz de unirse detrás de una misma bandera, como en Túnez o en Egipto', añade. Tuchscherer se refiere a la diversidad que hay en Yemen: desde la reunificación de 1990, los chiíes del norte y los habitantes del sur (donde se ve a gente enarbolando fotografías de Alí Salem Al Bid, exlíder de la República Democrática y Popular de Yemen) nunca han aceptado obedecer al poder central. Yemen se ha convertido en un país de todos los tráficos, de armas y de esclavos, que benefician a los jefes tribales y al propio Saleh.

El déspota cuenta con el respaldo de EEUU y se irá sólo después de elecciones en 2012

Y ahí está la clave: las tribus. El presidente del poderoso Consejo de Asuntos Tribales de Yemen, el jeque Duaid, lleva semanas recibiendo a los principales jefes tribales. Su papel es básicamente llamarles a unirse a Saleh. En la plaza Tahrir, el régimen les pagaba hasta la comida para estar presentes. Pero desde la matanza del 18 de marzo, muchos son los que ya no quieren saber nada del tirano. 'Vamos a deshacernos de 40 años de desgobierno', dijo el potente jeque Hamid Al Ahmar, de la misma tribu que el general y número dos del Ejército, quien se pasó a la rebelión el pasado lunes.

Saleh se aferra a su último argumento: 'O la estabilidad o el caos'. El analista Tuchscherer es optimista para el futuro: 'Yemen es un país donde todo el mundo posee un arma. Las terribles guerras civiles del pasado aún están en la mente de la gente y un Gobierno es mejor que lo desconocido'. Para la oposición, la 'estabilidad' es sin Saleh.

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