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El parto doloroso de Sudán del Sur

El país más joven del mundo formaliza hoy su independencia del Norte, pero la línea fronteriza entre ambos países aún no está clara

GEMMA PARELLADA

Por estas mismas aguas he visto flotar decenas de cadáveres', suelta Longa, con la mirada fija en el Nilo imponente que baña Juba, la capital de la nación más joven del mundo. El río más largo del planeta es testigo mudo del sufrimiento de los sursudaneses y de su lucha por la libertad. Aunque a menudo se asocia con Egipto, quien ejerce el dominio sobre su cauce gracias a un acuerdo que algunos de los países nilóticos desean ahora modificar, esta serpiente de vida riega y atraviesa nueve países del continente africano. Diez, a partir de hoy. 'Pero la justicia se ha hecho realidad y el pasado no será en vano, al fin tenemos la libertad', sigue Longa aún mirándose en el espejo del Nilo.

Con unos ocho millones de habitantes un cuarto de ellos sin acceso a la sanidad y 650.000 kilómetros cuadrados de territorio prácticamente virgen, sin desarrollar; con apenas cien kilómetros de carreteras asfaltadas, pero con reservas petroleras, ganado y agua, la nueva nación llamada República de Sudán del Sur necesitará del Nilo para la agricultura y para generar electricidad, entrando de lleno en la política de un polémico recurso, el agua, fundamental y delicado para la región.

La disputa por la región de Abyei ha obligado a huir a 260.000 personas en pocos meses

La gestión del agua es uno de los grandes retos que las nuevas instituciones sursudanesas tendrán que afrontar desde el primer día, pero no el único. Tras una segunda guerra civil de 21 años (cinco décadas si se cuentan las dos guerras) y los dos millones de muertos, seguidos de un periodo transitorio que arrancó en 2005 con el Amplio Acuerdo de Paz, el movimiento de liberación del sur, reconvertido en formación política, tendrá que empezar desde prácticamente cero. O incluso menos.

El divorcio del norte y de la Administración de Jartum, que dividirá en dos el país más extenso de África, se celebrará hoy en Juba, vestida de gala, delante de los testigos de la comunidad internacional venidos hasta esta ciudad habitualmente caótica y polvorienta. Pero la separación sucede sin que se haya determinado parte de la frontera y cuando en su confuso límite, norteños y sureños batallan aún causando un terrible impacto en la población local. En los últimos meses 260.000 personas se han convertido en desplazadas internas, 100.000 de ellas al huir del conflicto en la contestada región de Abiey.

Los dos vecinos deberán entenderse para poder beneficiarse de las reservas petrolíferas

Hasta la semana pasada, el Ejército del Norte, bajo el mando del presidente Omar al Bashir, siguió bombardeando civiles en la provincia de Kordofan del Sur, una zona que, aunque pertenece al norte, cuenta con un gran número de simpatizantes del sur. Y en Abyei, la región rica en petróleo y reclamada por ambas partes, la situación humanitaria es alarmante. Las fuerzas de paz deben desplegarse allí en los próximos días, en una zona desmilitarizada que servirá de contención. Pero eso es porque no lograron acordar, antes de la independencia, a quién pertenece.

Las relaciones con el Norte, ahora su vecino, son el gran reto y la gran amenaza del recién nacido Estado. Y el petróleo, aunque no solamente, se sitúa en el corazón de la discordia. Jartum perderá, con la escisión, el acceso a tres cuartas partes de su oro negro, pero el oleoducto con el que lo exportan pasa por el norte, como el Nilo, obligando a los dos enemigos a entenderse.

Juba, la capital del nuevo Estado, se ha reconvertido en la última semana. La operación limpieza ha cambiado la cara a la parte que se mostrará hoy al mundo, colocando luces públicas, señales de tráfico e incluso papeleras. Se han tapado los agujeros en las calles principales y también se han trasladado los desplazados. Las familias rotas y harapientas que viven encima de la basura se han apartado de la vista, en algunos casos tapándolas con placas de chapa.

Con la independencia de hoy se culminará el Acuerdo de Paz de 2005 y con él, finaliza el mandato de la Misión de Naciones Unidas en Sudán (UNMIS), que mantiene ahora unos 10.400 efectivos. Pero ya se ha decidido la puesta en marcha de la misión en Sudán del Sur, cuyos 7.000 cascos azules y 900 policías relevaran a los de la UNMIS y acompañarán, por un año, los primeros pasos de los sursudaneses.

El Banco Central recién constituido deberá sacar adelante la nueva moneda; el Gobierno revisará los acuerdos petrolíferos que fueron firmados sólo con el Norte y piensa diversificar un mercado dominado ahora por los asiáticos con China al frente ; y con una legislación aún confusa deberá recibir a los inversores internacionales que culminan la ola de emprendedores arriesgados que empezaron negocios en 2005.

'Los mejores tratos se hacen en los peores conflictos', advierte Joe, un emprendedor keniano que lleva cuatro años haciendo buenos negocios en Juba, 'se puedesacar mucho partido de la falta de organización'.

 

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