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Europa agita el miedo de una guerra con Rusia en medio de la creciente fatiga ciudadana

Desde Polonia hasta España o Bélgica, las autoridades están lanzando mensajes de alarma sobre que el choque directo con Moscú puede estar a la vuelta de la esquina.

El Ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, y el Ministro de Defensa francés, Sebastien Lecornu, firman junto a otros ministros un documento de apoyo en defensa aérea a Ucrania en la sede de la OTAN, en Bruselas el 14 de febrero de 2024.
El Ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, y el Ministro de Defensa francés, Sebastien Lecornu, firman un documento de apoyo a Ucrania, en Bruselas, el 14 de febrero de 2024. Ansgar Haase / EUROPA PRESS

"Existe riesgo real de que el presidente ruso, Vladimir Putin, ataque un país de la OTAN a corto o medio plazo (...) No hay que bajar la guardia". Estas declaraciones de Margarita Robles, ministra de Defensa española, se unen a una batería de alertas, informes y advertencias recientes de altos mandos en diferentes países europeos, desde Polonia hasta Alemania o Suecia. Llegan en el segundo aniversario de la guerra en Ucrania y después de un consenso generalizado en los países europeos y la OTAN de que Moscú no se atrevería a dar el paso de atacar territorio aliado. La pregunta que surge es ¿por qué esta alarma ahora?

Una fuente aliada afirmaba recientemente que creía que todo ello se debía a la necesidad de despertar a la sociedad europea en un momento en el que se comienza a notar la fatiga bélica. Una encuesta reciente difundida por el European Council of Foreign Relations (ECFR, por sus siglas en inglés) señalaba que solo el 10% de los ciudadanos europeos confía en una victoria de Ucrania sobre el terreno. Un grueso de la opinión pública cree que el conflicto solo se resolverá en la mesa de negociación en un proceso de paz del que, por el momento, nadie habla ni en Moscú, ni en Kiev ni en Bruselas.

El primero en dar la voz de alarma fue Suecia, el paraíso nórdico que previsiblemente el lunes –con la ratificación húngara de su entrada en la OTAN- romperá dos siglos de neutralidad y no alineamiento. A comienzos de este año, dos altos mandos militares instaron a la población sueca a preparase para un escenario de guerra con Rusia. Estas llamadas, secundadas por miembros del Gobierno, generaron bastante preocupación y ansiedad en las calles escandinavas, provocando a su vez rechazo de la población por considerarlas alarmistas. "La situación es grave, pero también es importante aclarar que la guerra no está a nuestras puertas", afeó la ex primera ministra Magdalena Andersson.

Hace unas semanas, el diario alemán Bild se hizo eco de un plan esbozado por el Gobierno alemán en que contemplaba el escenario de una escalada entre Rusia y la Alianza Atlántica que podría desembocar en una guerra abierta. En paralelo, la semana pasada, la ministra de Defensa belga se unió a estos llamamientos advirtiendo de la posibilidad de guerra abierta y apeló a la población a que se haga reservista.

Polonia, país que más ha sentido el aliento de la expansión del conflicto después de que varios meses misiles impactaran en su territorio en 2022, habla de la posibilidad de un ataque ruso a Europa “en unos pocos años”, en línea con las declaraciones de Robles. Su primer ministro, Donald Tusk, aprovechó para pedir a sus socios que refuercen la capacidad militar.

Es difícil calibrar qué hay de realpolitik en todos estos movimientos y qué de informes internos fiables sobre una posibilidad abierta de guerra total, que tendría consecuencias devastadores e incuantificables. Especialmente teniendo en cuenta que, desde la OTAN, el propio Jens Stoltenberg, secretario general, ha manifestado en varias ocasiones durante estos dos años que no creía que entre los planes de Moscú estuviera comenzar un ataque contra un país aliado. Por un lado, Vladimir Putin es un líder imprevisible. Pero por el otro, cuesta imaginar cómo podría beneficiarse de un choque directo con 31 países, que incluyen a Estados Unidos, Francia o el Reino Unido, potencias nucleares.

En cualquier caso, el contexto de todas estas declaraciones es revelador. Ucrania encara su segundo aniversario bajo las bombas en un momento complicado. La popularidad interna de Volodimir Zelenski está menguando, el conflicto en Oriente Próximo está acaparando mucho de la atención mediática y política, el vita paquete de ayuda financiera y de armas continúa bloqueado en el Congreso estadounidense, las filas ucranianas están padeciendo una fuerte crisis de escasez de munición y este año macro-electoral podría dejar en la UE una mayor presencia de fuerzas pro-rusas y en Estados Unidos una reelección de Donald Trump, crítico con la ayuda a Kiev.

En paralelo, las sociedades europeas están acusando el hastío de la guerra. Las fuentes aliadas lo achacan principalmente a ello, a una llamada de atención a que la opinión pública no se relaje y pierda el miedo ante una "amenaza tangible". Además, esta llamada a "no bajar guardia" se produce en un momento de gasto en seguridad y defensa sin precedentes, que va en ascenso y no ha tocado techo todavía. El año pasado, los miembros de la Alianza Atlántica incrementaron el presupuesto de estas partidas en un 11%. Este 2024, 18 de sus 31 países alcanzarán el objetivo del 2% de PIB en partidas destinadas a la defensa.

Hace unos días, Donald Trump animó a Rusia a atacar a los países que no alcanzasen este umbral –comprometido en la cumbre de Gales-. España es uno de ellos con el 1,3%. Pero la tendencia es al alza. Desde la Segunda Guerra Mundial, nunca antes Europa había invertido tanto en la industria bélica. La propia Ursula von der Leyen hará del fortalecimiento de la industria de la defensa uno de sus buques insignias y prioridades si se confirma su reelección a los mandos de la Comisión Europea. La doble necesidad de movilizar a los europeos para que no decaigan en su apoyo a Ucrania y para que estén dispuestos a aceptar esta remilitarización europea pueden ayudar a explicar los llamamientos a que un choque con Rusia puede estar más cerca de lo que piensan.

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