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Internacional EEUU asume la vitola de primer productor de crudo del mundo

La Administración Trump usa el petróleo como brazo ejecutor de su política exterior, y el ‘fracking’ ha otorgado a Washington el cetro de primer productor global, con su recuperada capacidad para extraer más de 10 millones de barriles diarios

Un tanque de petróleo amarrado junto a una refinería en Bayonne, Nueva Jersey.  Lucas Jackson/ Reuters 

DIEGO HERRANZ

El mercado ya baraja un escenario a medio plazo -a finales de año- con la cotización del petróleo por encima de los 80 dólares. Si EEUU así lo desea. Porque la mayor economía del planeta se ha erigido también en el primer productor de crudo del mundo. Su cuota extractiva supera los diez millones de barriles diarios, algo que no sucedía desde tiempos de Richard Nixon, que abrió las reservas de crudo del país para hacer frente a la gran crisis del petróleo de 1970. En gran medida, por el uso del fracking, técnica que, paradójicamente, se propagó durante el mandato del líder republicano que dimitió por el caso Watergate tras varios años de fase experimental. En esencia, se trata de un método de extracción de gas y de petróleo por el que somete a una fuerte tensión al subsuelo, a través de voladuras aparentemente controladas con agua a muy alta presión, que están dirigidas a fracturar la roca y recopilar el combustible de las llamadas pizarras bituminosas, que contienen elevadas proporciones de combustibles fósiles.

Entonces, el barril de crudo se pagaba a 1,8 dólares por barril. Ahora, después de la recuperación de 2017 -en el que los contratos de futuros elevaron su valor un 12% y un 17% el precio del barril de Brent, de referencia en Europa- se mueve por encima de los 65 dólares. Lejos quedan ya los días de bonanza. Como el 3 de julio de 2008, en el que registró su cota histórica: 146,08 dólares. A sólo dos meses vista de la quiebra de Lehman Brothers.

La superación de la psicológica barrera de los ocho dígitos de producción diaria de EEUU la acaba de certificar la propia Agencia Internacional de la Energía (AIE), que data el evento en el pasado mes de noviembre, cuando los inventarios americanos (el stock acumulado de crudo) alcanzó la cifra de 418,4 millones de barriles, un nivel de autosuficiencia más que notable para hacer frente a los recortes de 20.000 barriles al día decretado, el pasado mes de enero, por la OPEP. Nunca, en las cuatro décadas desde la crisis energética de los setenta, EEUU ha adquirido tanto poder para regular los flujos de crudo y de gas. Porque con estos datos sobre la mesa, las importaciones de combustibles, lógicamente, se han desplomado. Hasta niveles desconocidos desde 1973. Por debajo de los 2,5 millones de barriles al día. Cuando hace un decenio adquiría más de 12 millones de barriles. El efecto del fracking ha convertido a EEUU, pues, en superpotencia petrolífera.

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Una plataforma petrolera en la costa de Huntington Beach, California. Lucy Nicholson / Reuters

Más madera energética con Trump

La Administración Trump disfruta de este momento de gloria. El America first encaja como anillo al dedo con esta coyuntura. Porque esta peligrosa técnica medioambiental no ha sido el único factor que ha catapultado la capacidad productiva de EEUU. Los deseos del líder republicano de permitir a las petroleras estadounidenses el acceso a labores de exploración y de extracción en las aguas del llamado Refugio Nacional de Vida Salvaje del Ártico, añadirían más cuotas de crudo. Sería curiosamente también el primer permiso oficial en 40 años. Un arsenal energético sublime que se sumaría a las reservas, valoradas en más de 11.800 millones de barriles, detectadas bajo el subsuelo de Alaska y que, tecnológicamente, las firmas americanas están ya en disposición de sacar al exterior. Y una espita que la Casa Blanca de Trump tiene pensado abrir. Por mucho que los tres años precedentes hayan sido los más calurosos desde el Siglo XIX. De todos es conocido el nulo entusiasmo de Trump con el cambio climático. O su escasa predisposición a dar su brazo a torcer. A pesar de que gobernadores de los estados de la costa atlántica le hayan advertido recientemente de los devastadores efectos de aplicar su política extractiva en estos santuarios para otra industria de alto valor, la turística, que registra ingresos multibillonarios al año.

El lobby petrolífero que se ha vuelto a instalar a sus anchas en Washington tras expulsar, durante el actual mandato, al de las energías limpias, declara abiertamente su intención de neutralizar, por un lado, la influencia política de los estados del Golfo y de Rusia -con férreos controles sobre la cotización del crudo, que les permitan obtener beneficios sin tensiones en los mercados; es decir, un precio que oscile este año entre 65 y 70 dólares- y, por otro, de mitigar el emergente poder de las renovables, que ya se ha hecho un hueco con el vehículo eléctrico y que reduce a marchas forzadas la proporción de los carburantes fósiles dentro del mix energético global. Si la cotización del crudo rebasa los 80 dólares, como pretende la OPEP, Rusia y Arabia Saudí restarían automáticamente independencia energética a EEUU. Además de adquirir nuevos colchones de financiación con los que abordar sus espurios intereses geoestratégicos. No siempre ni del todo coincidentes con los de EEUU. En especial, en Oriente Próximo.

Por si fuera poco, el fracking también ha ayudado a las firmas americanas a solventar su cuenta de resultados durante la crisis. Deteriorada hasta tiempos bastante recientes. Porque todavía en 2014, la extracción cayó a 8,5 millones de barriles diarios, llevando a la bancarrota a algunas refinerías de Texas o Dakota del Norte, con la consiguiente pérdida de miles de empleos.

Gendarme de los flujos energéticos globales

La irrupción de la denominada Shale 2.0, la versión moderna y más innovadora del fracking, ha devuelto la estabilidad financiera a los amigos empresarios de Trump, como Harold Hamm, de Continental Resources. Pero también a Exxon Movil o Chevron aunque, en general, a las gigantes del sector. Y, de paso, ha otorgado un arma diplomática de gran calibre a la Casa Blanca. Porque si la producción de crudo a través de la mejorada técnica Shale 2.0 mantiene a raya los precios -o, dicho de otro modo, Washington aplica el regulador del suministro más eficiente del último lustro- Moscú no tendrá tanta abundancia de recursos para actuar a su antojo en Siria o Ucrania. De forma que se verá en la obligación de seguir contribuyendo a la política de rebaja de cuotas de la OPEP. Estrategia que separa a los oligarcas de Vladimir Putin. Por si fuera poco, la elevada calidad del crudo 2.0 está transformando las cadenas de procesado del crudo en las refinerías americanas. Por lo que es cuestión de tiempo que se reemplace parte del abastecimiento del combustible de baja calidad que llega desde México, Venezuela, Canadá o, incluso, Arabia Saudí. De hecho, las compras estadounidenses de crudo saudí están en el nivel más bajo de los últimos 30 años, lo que ha obligado a Riad a incrementar las ventas hacia China o Japón.

Por si fuera poco, la firma del mega-contrato de armas de EEUU a la monarquía saudí -superior a los 110.000 millones de dólares- y la época de vacas flacas presupuestarias por el descenso de los precios del crudo desde enero de 2016 y el creciente coste de la guerra en Yemen, de la que Riad es su máximo patrocinador, ha obligado al príncipe heredero Mohamed Bin Salman (MBS) a acelerar sus planes de modernización. Que pasan inexorablemente por cambiar el patrón de crecimiento a una economía menos crudodependiente. Es la encomienda que le ha hecho a su ministro de Economía, Mohamed Al Tuwaijri, figura con la que se va a jugar su prestigio como reformista (suya es la Visión Saudí 2030, la estrategia transformadora del reino wahadí) y, sobre todo, su futuro como monarca. Y un objetivo que pasa inexorablemente por alinearse con la nueva estrategia de EEUU en la región. La puramente diplomática, pero también la energética, en la que jugará un papel determinante el caudal de la espita del fracking. Aun a costa de aliarse con Israel, Estado hereje para Riad, tierra santa musulmana, frente a su rival común, Irán y, si fuera el caso, contra Rusia -su gran aliado fuera de la OPEP en política energética- en el conflicto sirio o ante cualquier intromisión política o bélica en El Líbano o en los territorios de Palestina.

La reforma estrella de MBS es un plan privatizador, que pondrá a la venta, inicialmente, el 5% de Aramco, la petrolera saudí, por la que el heredero pretende ingresar 2 billones de dólares. A la par, Bin Salman quiere crear un fondo soberano, con activos que superarían los 2 billones de dólares -el doble que el de Noruega, el de mayor valor del mercado-, e inversiones en compañías ajenas al negocio petrolífero. Porque el descenso del barril ha generado unos agujeros anuales de 200.000 millones de dólares en los últimos presupuestos, a los que los ingresos del petróleo aportan nada menos que el 90% de sus recursos, casi todos por ventas al exterior. La industria energética aporta más de la mitad al PIB saudí. De ahí que Al Tuwaijri haya reducido los subsidios a la gasolina, la luz y el agua, e instaurado un gravamen, por IVA, y tasas específicas sobre bienes de lujo y bebidas azucaradas que, en conjunto, añadirán unos 100.000 millones de dólares a las arcas a partir de 2020, según sus cálculos. Dice que para “ejercer presión tributaria a las clases más pudientes”. Pero, también, sin duda, para tapar parte del agujero militar que le supone a Riad abanderar la coalición arábiga que combate en Yemen y por la que los emiratos del Golfo sufragan un gasto anual de 197.600 millones de dólares cada año desde 2012, el 12% de los desembolsos bélicos mundiales. La mayor parte de la factura con acuse de recibo a Arabia Saudí.

Cualquier desliz en las cuentas públicas podría dar al traste con la promesa de MBS de recortar el déficit público hasta el 9% del PIB. Tras alcanzar niveles del 16% en 2016. En este difícil tránsito hacia 2030, con un primer examen parcial dentro de dos años, por decisión del propio heredero, el precio del crudo será determinante. La política de austeridad “podría perder sus efectos si la cotización del barril resulta decepcionante”, explica Jean-Michel Saliba, de BofA Merrill Lynch. Y un precio por debajo de 80 dólares a finales de este año lo sería. De lograrse, registraría un alza del 30% respecto a su cotización actual. El banco de inversión Nomura lo ve “más que probable”; sobre todo, si se produce “un incremento de las tensiones” en Oriente Próximo. Una posibilidad entre diez, según una reciente nota de mercado, de que ocurra este año. El primer escenario proclive a las hostilidades es Yemen, “si Riad decide aumentar su presencia militar”, dicen desde Nomura; el segundo, la combinación Líbano/Palestina; sobre todo, después del reconocimiento americano de Jerusalén como capital israelí. Con opciones también en Siria e Irak. El riesgo es elevado, dice el banco japonés. Goldman Sachs estima que se alcanzará los 80 dólares por barril a mediados de año.

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Bomba de petróleo en funcionamiento. Ernest Scheyder / Reuters

Los cinco mayores productores mundiales

La propia Administración de Información de la Energía de EEUU (EIA, según sus siglas en inglés) admite que la mayor economía es, también, el mayor productor de crudo del mundo, con 14,86 millones de barriles al día, contabilizando toda su producción, que incluye petróleo condensado, productos refinados, gas natural, carburantes sin tratamiento y combustibles licuados. Le siguen Arabia Saudí, con 12,39 millones de barriles; Rusia, con una capacidad de 11,24 millones; China, que alcanza los 4,87 millones y Canadá, con 4,59 millones de unidades diarias. Valoraciones de la petrolera BP auguran un volumen total de crudo en el mercado que supera los 92 millones de barriles cada día.

Eso sí, la predicción está sometida, como siempre al analizar el petróleo, a no pocos vaivenes. Los de mayor riesgo de volatilidad inversora, por razones exclusivamente productivas, que no geoestratégicas, son el descenso extractivo del caro crudo de Malasia, con una prima de más de 4 dólares por barril, que abastece especialmente a Hong-Kong y Singapur, pero igualmente muy demandado desde Australia y el resto del sudeste asiático, y al que los recortes de la OPEP obstruye sus cadenas de extracción. El déficit innovador de Petromex para alcanzar su ritmo de colocación del crudo mexicano en el mercado; la losa de la deuda de PDVSA en Venezuela, que dificulta alcanzar sus cuotas y ya ha rebajado su poder de inversión futuro o la sequía de algunas reservas noruegas del Mar del Norte. Frente al aumento de la capacidad de refino de Irak, los países del Golfo, Libia e, incluso, Nigeria, que no tendrían demasiados problemas en colocar más crudo si la ocasión geoestratégica y el grifo energético de EEUU así lo aconsejan

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