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Irán y Arabia Saudí desencadenan una guerra regional a través de sus aliados

El dinero no es un problema para estos dos países que disponen de billetes casi sin límite, y ninguno de ellos está dispuesto a dar su brazo a torcer

Soldados leales al presidente yemení, en la frontera con Arabia Saudí. REUTERS

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

JERUSALÉN.- Irán y Arabia Saudí mantienen un trepidante pulso militar, religioso, político y económico por la preponderancia en Oriente Próximo y utilizan a sus aliados para mermar la capacidad del rival sin que se vea un punto de inflexión, con independencia de las negociaciones que llevan a cabo en Viena las potencias occidentales con Teherán.

Los frentes internacionales abiertos son Irak, Siria, Líbano, Yemen y Bahréin, todos ellos países con importantes bolsas de población chií, si bien el pulso sin cuartel también se libra en el interior de Arabia Saudí, donde aproximadamente la tercera parte de la población de 29 millones de habitantes es de confesión chií.

La principal diferencia entre los dos contendientes radica en su actitud frente a sus rivales. Mientras los saudíes, de confesión suní, son acusadamente intolerantes con los chiíes en todos los países donde gobiernan, los chiíes son significativamente respetuosos con los suníes, como se ha podido ver y se sigue viendo en Irak, Siria, Líbano, Yemen y Bahréin.

Es más, los chiíes no solo son respetuosos con los suníes sino que han incorporado a los suníes al gobierno en los países donde han podido formar gobierno, de manera que los suníes han desempeñado cargos de mucha relevancia en esos países. En cambio, no ha ocurrido lo mismo en los países donde gobiernan los suníes.

La presencia de chiíes en la provincia oriental de Arabia Saudí ha sido un foco de tensión histórico en el reino, y esta minoría se ha convertido en diana de los militantes suníes en los últimos años. Los atentados suicidas contra los chiíes son frecuentes en Arabia Saudí y sus mezquitas son los lugares más atacados.

Naturalmente, el gobierno de Riad se desmarca de esos atentados, e incluso envía como visitantes a los más altos dignatarios del estado, pero este es un mal que tiene su origen en el odio tradicional que los sunníes han sentido por los chiíes y que sigue vivo en todas las clases de la población, empezando por la familia real. Se podría decir que el odio se promueve desde la infancia mediante la enseñanza de una religión marcadamente sectaria.

Los dos últimos atentados suicidas contra mezquitas chiíes en Arabia Saudí los ha reivindicado el Estado Islámico, pero los ejecutores han sido jóvenes saudíes que sin duda sienten un odio visceral hacia cualquier cosa chií, una aversión que la minoría chií considera, y con razón, que se estimula desde los aparatos del estado. No debe extrañar que millares de jóvenes saudíes estén combatiendo en las filas del Estado Islámico y Al Qaeda.

La posición de Arabia Saudí es en apariencia una posición de fuerza; al menos así se desprende de la guerra que mantiene en todos los frentes citados, pero en realidad el régimen del rey Salman se sostiene artificialmente gracias a la entrada masiva de capitales que obtiene por la venta del crudo.

Sin embargo, el precio del crudo experimentó recientemente una caída de casi el 40% en los mercados internacionales. Esta circunstancia ha causado una acusada disminución en las reservas del reino que también ha conducido a un déficit de 36.000 millones de dólares en el último trimestre. Por supuesto, esta cifra no es en sí misma muy peligrosa pero podría serlo si el déficit se convierte en endémico.

Se ha de tener en cuenta que inmediatamente después de las llamadas primaveras árabes de 2011, el gobierno de Riad ahogó cualquier tipo de subversión invirtiendo a todo trapo 130.000 millones de dólares en mejoras salariales y subsidios, no sólo dirigidos a los militares y la policía sino también al conjunto de los funcionarios. Subsidios generosos en las áreas de vivienda, educación y sanidad sobre todo.

Los militares, además, han vuelto a recibir mejoras salariales adicionales en los últimos meses, tras el inicio de las operaciones armadas en Yemen, una guerra dirigida también contra los chiíes huthis, que, aunque le pese a Riad, están aliados con suníes dentro del Yemen.

En esta coyuntura, las negociaciones de Viena, a las que los saudíes se han opuesto con tanta vehemencia como Israel, pueden significar un serio revés para su política regional. Si las potencias levantan pronto las sanciones que pesan sobre Irán, Teherán dispondrá de más dinero para sufragar la lucha de sus aliados, lo que significa que Arabia Saudí también deberá multiplicar sus inversiones en esas guerras.

Mientras las relaciones del Estado Islámico con Irán son claras, ya que los yihadistas luchan a muerte contra los chiíes, las relaciones del Estado Islámico con Arabia Saudí son confusas. Formalmente, los saudíes han declarado enemigo al Estado Islámico. Y también al revés: el califa Abu Bakr al Bagdadi dijo en noviembre que la monarquía saudí era “la cabeza de la serpiente”.

Sin embargo, el Estado Islámico y el régimen saudí son suníes y las operaciones del Estado Islámico dentro de Arabia Saudí han sido escasas y se han dirigido contra la minoría chií, es decir, se han dirigido contra el enemigo iraní encarnado en los chiíes de Arabia Saudí. En estos momentos, tanto Riad como el Estado Islámico piensan que todo el mal, o casi todo, viene de Irán.

El gobierno saudí está teniendo problemas con la minoría chií de la provincia oriental que se podrían agravar si el monarca decide ejecutar al jeque Nimr al Nimr, quien fue condenado a muerte el año pasado. Nimr es una de las principales autoridades religiosas de los chiíes saudíes, de ahí que el rey Salman todavía no haya tomado una decisión.

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