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Taiwán celebra elecciones presidenciales en medio de una gran tensión con Pekín 

Los taiwaneses decidirán si consolidar las políticas del Partido Demócrata Progresista, cercanas a EEUU y sus aliados del Pacífico, o dirigir su mirada al gigante asiático, que considera la isla como una pieza indivisible de su territorio.

La bandera nacional de Taiwán ondea durante un mitin de campaña del Kuomintang, en Kaohsiung, a 10 de enero de 2024.
La bandera nacional de Taiwán ondea durante un mitin de campaña del Kuomintang, en Kaohsiung, a 10 de enero de 2024. Yasuyoshi CHIBA / AFP

Los taiwaneses acuden a votar este sábado en unas elecciones presidenciales y parlamentarias que marcarán el devenir de las relaciones con Pekín. En esta cita con las urnas, los residentes de la antigua Formosa decidirán entre consolidar las políticas progresistas, cercanas a EEUU y sus aliados del Pacífico, o dirigir su mirada al gigante asiático, que considera la isla como una pieza indivisible de su territorio.

Las últimas encuestas, recogidas por The Economist, reflejan un triunfo –nada claro– del gobernante y con tendencia independentista Partido Demócrata Progresista (PDP), encabezado por Lai Ching-Te, actual vicepresidente de la República. Le sigue de cerca el nacionalista Kuomintang (KMT), de Hou Yu-ih, y el outsider Partido Popular de Taiwán (PPT), de Ko Wen-je.

El sistema electoral de Taiwán consiste en un sufragio directo basado en un escrutinio mayoritario uninominal. Esto significa que el candidato más votado será investido como el nuevo presidente, incluso si obtiene mayoría simple.

En los comicios participan 45 partidos, la mayoría formaciones que representan a grupos étnicos minoritarios. Sin embargo, son los tres grandes partidos los únicos que tienen posibilidades de obtener representación y optar al poder.

"Lo que han mostrado los taiwaneses durante mucho tiempo es un consenso triple", explica a Público Francisco Luis Pérez, periodista, escritor y profesor universitario en Taipéi. "En primer lugar, quieren mantener su democracia y su estilo de vida, y no someterse al control del Partido Comunista Chino".

"Pero tampoco quieren provocar una guerra con China", expone. En este sentido, se puede explicar por qué Taiwán no ha declarado oficialmente su independencia de Pekín, a pesar de que en la práctica funcione como tal.

La balanza de la tensión con China

Los tres puntos que muestra Pérez son la única hoja de ruta del futuro Gobierno, cuyo margen de maniobra es escaso y se reduce a un juego de retórica. Lo que está en juego es la consolidación del control político del PDP, cuyas políticas buscan cuanto antes una separación definitiva de su poderoso país vecino, así como un mayor acercamiento a EEUU. 

Los progresistas llevan en el gobierno dos mandatos consecutivos, con Tsai Ing Wen como actual presidenta. De lograr un tercer gobierno, sería el primer partido en conseguirlo, pues hasta la fecha se ha ido produciendo una alternancia del PDP y el KMT. Ante la imposibilidad, marcada por la Constitución taiwanesa, de volver a presentarse a unos nuevos comicios, Tsai Ing-wen ha pasado el testigo a Lai, descrito a sí mismo como un "trabajador pragmático por la independencia de Taiwán".

Un mandato del tradicional Kuomintang significaría, sin embargo, un mayor acercamiento –lejos de hacer concesiones reales– a China. Una victoria de los nacionalistas reduciría, asimismo, las tensiones entre Taipéi y Pekín, a pesar de que la única solución válida para el líder chino pasa por "culminar la unificación antes de 2049". 

El tercer candidato, considerado un outsider, busca situarse más allá del bipartidismo y de la pugna con China. En un primer momento, el KMT y el PPT consideraron presentarse a estas elecciones en coalición para hacer frente a Ko Wen-je. Fueron las discrepancias entre ambas formaciones por designar al candidato las que acabaron por deshacer esos planes y decidir presentarse por separado.

A pesar de las diferencias notables entre las tres formaciones, "gane quien gane, lo que está claro es que la postura de Taiwán seguirá siendo evitar ser absorbido por China y acercarse a Estados Unidos lo más posible", afirma Pérez. 

Un pigmeo entre dos gigantes

La última palabra sobre la autonomía de la isla la tienen los líderes de China y de EEUU, quienes "se pueden tomar de un modo u otro las acciones o las palabras de los taiwaneses", según este experto español afincado hace décadas en Taiwán. 

Taiwán es actualmente una democracia liberal, desarrollada, económicamente exitosa y con una población mayoritariamente identificada como taiwanesa, por encima de la nacionalidad china. Estos aspectos presentan a su vez un desafío para Pekín, que ve a la isla como una "provincia rebelde" que debe ser "reunificada". 

Precisamente estas elecciones tienen un importante significado para la política exterior de Xi Jinping y sus intenciones de eliminar cualquier "interferencia extranjera". Pero también lo es para reforzar su figura dentro de China, deteriorada como consecuencia de la crisis del sector inmobiliario que padece el gigante asiático.

"Como el discurso marxista-leninista ya no funciona tanto y el progreso económico ha tocado techo, el único elemento que justifica el liderazgo único, absoluto y unipersonal, a la maoísta, de Xi Jinping es el nacionalismo chino, basado en una política expansionista, y en la represión como política interior".

Así opina el embajador retirado Juan Manuel López-Nadal, quien ha estado destinado en China y Hong Kong, y quien recuerda a Público la represión que ejerce Pekín sobre minorías étnicas como los uigures y los tibetanos, así como contra aquellos que se levantaron por la democracia en Hong Kong.

"La reunificación de Taiwán es históricamente inevitable", fueron las palabras de Xi Jinping en su discurso de Año Nuevo. También aludió a la cuestión durante su reunión con el presidente estadounidense, Joe Biden, el pasado diciembre. En aquella cita, en California, Xi expresó que su intención es llevar a cabo una reunificación por medios "pacíficos", algo que, a priori, no va a ocurrir.

Seis meses antes de aquella reunión de la APEC, celebrada en San Francisco, el Ejército chino llevó a cabo numerosas incursiones militares alrededor de Taiwán en respuesta a la visita de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi, a Taipéi.

La reunión entre los mandatarios de las dos superpotencias representa el escenario que vive Taiwán, que lo reduce a un pigmeo entre dos gigantes. Un pulso entre la hegemonía de EEUU y China.

La ambigüedad estadounidense, cuestionada

La visita de Pelosi y las palabras de Biden han supuesto un giro en la tradicional política de EEUU hacia Taiwán y han dejado atrás la ambigüedad estratégica que ha permitido el statu quo vigente desde hace más 50 años. Es decir, Washington siempre ha apoyado y respaldado a Taiwán, pero no lo reconoce públicamente. Es por eso que el estrecho de Formosa ha seguido siendo, por décadas, uno de los últimos reductos de la Guerra Fría.

La coexistencia de dos Chinas durante décadas se explica así: está la comunista, es decir la República Popular China, fundada por Mao Zedong. La otra es Taiwán, también llamada República de China, donde se refugiaron los nacionalistas del KMT, liderados por Chiang Kai-shek, cuando fueron derrotados por el Ejército Rojo en 1949. Desde entonces, el conflicto no ha cesado y esa zona ha sido una de las más militarizadas del mundo.

El desenlace de esta lucha por el territorio quedó zanjada en 1971, cuando la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 2758 que reconocía como "único representante legítimo de China" a la República Popular de China. Sin embargo, nunca se produjo la ocupación de facto y Taiwán, sin serlo, se ha comportado como un Estado, además democrático, a diferencia del régimen de Pekín.

Desde 1972, tras la visita del presidente Nixon a Mao, Washington se adhiere a esta resolución, pero, al tiempo, desde 1979, dispone de una ley que permite a EEUU suministrar el "armamento necesario" para que los taiwaneses defiendan la isla.

Estados Unidos también celebrará elecciones en 2024, y la sombra de un eventual regreso de Donald Trump a la Casa Blanca añade incertidumbre a las relaciones, ya tensas, entre Pekín y Washington. Taiwán, una vez más, se convierte en un elemento de disputa entre las potencias.

El blindaje de los semiconductores

Taiwán es el líder global de fabricación de semiconductores avanzados. Sus fábricas de microchips, que cubren cerca del 60% del mercado global, son esenciales para nuestros smartphones, ordenadores, automóviles, electrodomésticos y, en definitiva, de cualquier aparato electrónico.

El sector vive una auténtica batalla por el control de los chips y, sobre todo, por el refuerzo de sus economías. EEUU, Corea del Sur, Japón y la Unión Europea han movilizado millones de euros con el fin de reducir la dependencia del territorio taiwanés y elevar su industria en el mercado.

En Washington son conscientes de lo que supondría que China se haga con el control de la producción y logre autosuficiencia. Tras la visita de Pelosi, y bajo amenazas de una invasión china, los estadounidenses hicieron un pacto en el que estarían implicados Taiwán, Japón y la empresa ASML de Países Bajos (el principal productor de la Unión Europea) con el objetivo de aplicar restricciones para sus ventas a China y así crear un escudo protector, una maniobra que tampoco fue vista con buenos ojos por el Gobierno de Pekín.

El resultado de estas elecciones serán importantes, no tanto por la política interior de Taiwán, si no por la respuesta futura de Pekín y la estabilidad del mar de China Meridional.

La tensión en el Pacífico es otro factor de incertidumbre al que se añade una profunda crisis en Oriente Medio por la guerra de Israel contra los palestinos y la invasión rusa de Ucrania, que en febrero cumplirá dos años. Todo indica que nos encaminamos hacia un nuevo orden mundial y lo que ocurra en el Pacífico puede ser definitivo.

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