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Pasos hacia la reconciliación: "Pertenecí a ETA, pero hoy mi arma es la palabra"

JAIRO VARGAS

No es la primera vez que víctimas y victimarios se sientan cara a cara, pero sí es la primera vez que lo hacen en Madrid, 'territorio comanche' para los tres protagonistas. La inusual parroquia vallecana de San Carlos Borromeo acogió el viernes un coloquio entre un ex preso de ETA, la viuda de un ertzaina asesinado por la organización y la hermana de una víctima de los GAL. El objetivo: dar otras visiones sobre el conflicto y avanzar hacia la reconciliación y la normalización tanto en Euskadi como en el resto del Estado.

Su voz se quebró en cuanto le tocó dirigirse al público y las lágrimas empañaron rápidamente sus ojos, aunque no su mensaje. Los aplausos de la gente recomponen su tono y lo dice: 'No represento a ETA, me represento a mí, Josean Fernández. He pertenecido a ETA, hoy mi arma es la palabra y, sobre ella, quiero construir la reconciliación y la paz'. José Antonio Fernández, alias Maguila, fue condenado en 1984 a 28 años de prisión por el asesinato de un comerciante en Santurce, Bizkaia. Ha pasado 22 años en la cárcel y, ahora, al igual que ETA y que la izquierda abertzale, sólo apuesta por el diálogo para avanzar hacia una normalización.

'Hoy mi arma es la palabra y, sobre ella, quiero construir la reconciliación y la paz'Lo mismo, con claros matices, piensa Rosa Rodero, a quien en 1993 ETA le arrebató a su marido, el sargento de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea, también militante del PNV. 'Dolor hay siempre, pero mi marido decía que con el dolor no se va ninguna parte', asegura. Tras 'esos dos años de luto en los que no se siente ni se existe', Rodero decidió seguir adelante con su lucha y la de su esposo para que sus nietos 'vean la Euskadi que siempre quisimos y que ya se ha conseguido': ETA ha dejado de matar, ha reconocido el daño causado y, de forma unilateral, ha comenzado su proceso de desarme.

Más difícil se presenta el discurso para Axun Lasa. Después de ser detenida y torturada durante una semana por la Guardia Civil y de descubrir, 12 años tras su desaparición, el cuerpo de su hermano José Antonio -junto al de José Ignacio Zabala, ambos militantes de ETA- bajo 50 kg de cal viva en Alicante, aún tiene miedo 'de cualquier hombre desconocido que hable castellano'. 'La Guardia Civil cumplió su palabra cuando me dijeron durante mi detención que no volvería a ver vivo a mi hermano'. En 1983, Lasa y Zabala se convirtieron en las primeras víctimas de los GAL. Fueron secuestrados en Baiona, Francia, y tras más de una década sin noticias, sus cuerpos aparecieron con claros signos de tortura bajo una espesa y macabra capa de tierra y cal pagada con dinero del Estado.

Tres historias de dolor, algo igual para todos, en las que el Estado y los medios ha introducido el factor de las categorías, y de eso es consciente el público, al menos es de mayor edad, que no olvida que 'ETA se forjó en las sacristías' y que durante el régimen fue el referente de la lucha antifranquista, en aquellos tiempos en los que 'muchos españoles era un poco etarras'. Bajo el Cristo crucificado de la parroquia -que poco o nada tiene que ver con la Conferencia Episcopal- se mezcla todo: asesinos y víctimas, Madrid y Euskadi, recuerdos de atentados, recuerdos del franquismo. Hay madres de presos de la heroína que recuerdan cómo hacían cola en la cárcel de Carabanchel para las visitas y cómo los guardias civiles les decían que la culpa de la espera recaía en un autobús llegado de Euskadi. Hay personas que se le libraron de milagro de saltar por los aires en un atentado de ETA en el Puente de Vallecas y que se preguntan por qué no pusieron la bomba en la Zarzuela.

Historias hay muchas, por desgracia, tantas como sufrimiento. Lo que no hay es perdón. Tampoco arrepentimiento. Pero esos son, para ellos, conceptos relativos, regurgitados por políticos y asociaciones de víctimas cuyo único papel ha sido el de enquistar aún más el camino hacia la convivencia. Así lo expresa Lasa: 'Me gustaría decir que puedo perdonar, pero no lo sé. Aún no he perdonado ni sé si podría sentarme en esta mesa con los responsables'. Para Rodero, el perdón 'es relativo, algo muy fácil porque a todos nos han enseñado a pedir perdón y a aceptar disculpas'. Ella prefiere otro ejercicio: sentarse frente a frente con Fernández, mirarle a los ojos, 'hablar, aprender del otro', entender los porqués y 'ver otra realidad, que es la que hace seguir adelante', porque esa realidad es palpable y con ella hay vivir. Ese es, también para Lasa, 'el único camino para una convivencia pacífica'.

Cuando entras en ETA no entras para vender piruletas, entras para hacer un daño con el que obtienes algo positivo. Fernández responde a una pregunta con mucho miedo. No de la gente, sino de los que escriben la respuesta para que la lean quienes no le tienen delante. Aun así lo hace, consciente de que 'muchos dirán que no fue correcto'. Pero lo cierto es que 'cuando hice lo que hice, lo hice conscientemente. Cuando entras en ETA no entras para vender piruletas, entras para hacer un daño con el que obtienes algo positivo. En la cárcel tampoco vi nada negativo desde mi perspectiva. Cuando lo hice creo que era lo correcto'.

Pero 22 años de castigo después, Fernández cree que lo correcto ahora es hacer lo que hacen él y Rodero desde que se encontraron el año pasado en un pequeño pueblo de Araba donde pudieron hablar largo y tendido. Desde entonces, de forma personal, sin colectivos ni organizaciones de por medio, se dedican a mostrar con sus historias 'la otra parte de la fotografía', esa que durante décadas se ha ocultado a una gran parte de los españoles. En palabras de Rodero, que 'en Euskadi no hay tanto odio como se ha hecho creer'.

Apenas unas horas después de que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, dijera que seguiría sin reconocer como víctimas del terrorismo a las damnificados del GAL; Rodero, Fernández y Lasa aseguran que es el dolor y el sufrimiento lo que convierte a alguien en víctima, no el odio ni la venganza, y que, en ese sentido, sólo se ha reconocido a una parte de los muertos.

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