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El cuento chino de la maternidad

"Ser madre es una bendición", "no hay nada como ver crecer a un hijo", "una experiencia única"... La mitificación de la maternidad es y ha sido hegemónica. Cada vez más mujeres se rebelan ante un rol que consideran interesa perpetuar.

Madre e hijo

Se abre el telón y aparece Beyoncé en la gala de los Grammy. Ataviada con lentejuelas, transparencias y oro, mucho oro, muestra un estado avanzado de gestación y convierte su actuación en una oda a la fertilidad y un canto al poder creador de las mujeres. La imagen, quizá por su espectacularidad, no da lugar al matiz; la glorificación de la maternidad es tal que cualquier puntualización al respecto resulta pejiguera.

Pero no es así. O no tiene por qué serlo. La mitificación de la concepción, entendida casi como bendición, causa un creciente recelo entre muchas mujeres que se rebelan ante esa aureola deífica de la madre abnegada. “Ser mujer se ha identificado durante siglos con tener hijos y percibo aquí una cierta ambivalencia; por un lado tenemos el discurso de que está muy bien que seamos cada vez más independientes, pero por otra parte hay cierto interés en perpetuar ese rol de madre sublimada y bendecida por la maternidad”. Quien habla es Silvia Nanclares, autora de Quién quiere ser madre (Alfaguara), un testimonio en primera persona de una mujer que, pese a los continuos e infructuosos intentos, se encomienda al deseo innegociable de ser madre.

Silvia Nanclares: "La maternidad es un estamento protegido, sin los cuidados esto se va al carajo"

En una sociedad capitalista que se nutre de ese binomio mujer-madre y que lo hace además de forma gratuita, la posibilidad de un escenario que altere este equilibrio puede sonar a distopía. “La maternidad es un estamento protegido, sin los cuidados y la natalidad esto se va al carajo. No es de extrañar que haya tanta reacción en contra”, apunta Nanclares, que no duda en reconocer que esa idealización de la mujer sublimada a través de la crianza y bendecida socialmente genera autoestima, pero al mismo tiempo “provoca mucha ansiedad e insatisfacción”.

No empatizar con el discurso predominante sobre lo que se supone que tiene que significar la maternidad no es asunto fácil. Y si no que se lo pregunten a la también periodista Samanta Villar, que se expuso al vilipendio público en las redes sociales tras reconocer abiertamente que “tener hijos es perder calidad de vida”, a lo que apostilló: "Yo no soy más feliz ahora de lo que era antes". Villar alude a un discurso hegemónico para explicar esa reacción tan furibunda. “Es sorprendente que resulte tan provocador algo que es una obviedad y que muchas mujeres te reconocen en petit comité. Creo que tiene mucho que ver con la normatividad, en especial en aquellos temas en que se mezcla mujer y sexo o sexualidad”.

Samanta Villar: "Es importante decir desde la maternidad que la vida puede ser igual de maravillosa sin hijos"

Se trata de un relato que prefigura cómo debe vivirse la sexualidad —con emoción, cariño y en pareja estable, a poder ser—, y que determina también cómo será la experiencia de la maternidad —maravillosa, ilusionante, gratificante. Elevadas expectativas que no siempre se cumplen —o quizá sí— pero de las que Villar responsabiliza en gran medida a las propias mujeres: “Nosotras somos a fin de cuentas las que educamos, lo hacemos en privado no en la esfera pública, pero en cierta forma lo que hacemos privadamente atañe a la moral colectiva y por tanto somos nosotras las que marcamos esa normatividad, y las que nos rebelamos o nos resistimos cuando alguien la rompe o amenaza”.

La obstinación de ser madre

Solo una lengua como la germánica podía engendrar un palabro que aluda al deseo de tener hijos pero también a la infertilidad. El vocablo en cuestión es Kinderwunsch y, en palabras de Silvia Nanclares, referencia esa “tierra de nadie en la que ni eres madre ni eres no-madre, porque en realidad lo que quieres es serlo”. Salas de espera, incertidumbre, la frialdad de la tecnología reproductiva… El castellano no tiene palabras, no tiene relatos que expliquen esa experiencia agotadora que supone la concepción asistida.

“Me planté en los 39 con el deseo de ser madre un poco en el aire, pero con la certeza de que debía tomar una decisión. Es obvio que hay un condicionante biológico que te obliga a tomar una decisión, sin contar con la presión social que juega un papel importante”. Así las cosas, Nanclares decidió dar el paso y emprender una viaje de probetas, historias in vitro y asépticas salas de espera.

Un camino muy similar siguió la periodista Samanta Villar, quien, tras cuatro años de intentos infructuosos por ser madre, recurrió a la reproducción asistida. “Quería tenerlos, supongo que es fruto de una buena relación sentimental y, cómo no, de un reloj biológico que está ahí. Pero también se trata de una inercia cultural, y ahí es donde me rebelo y digo: oye, pues tener hijos está tan bien, como no tenerlos. Creo que es importante decir bien claro y desde la maternidad que no hay que magnificar las cosas, que la vida puede ser igualmente maravillosa sin hijos”.

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