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24 horas en Tarragona: viaje al corazón de la Hispania romana

Mirar la ciudad desde lo alto de la torre del Pretorio, sentarse en las graderías del Circo o contemplar la arena del Anfiteatro, donde los cristianos eran arrojados a los leones, permiten en Tarragona, como en ningún otro lugar de Espa&ntil

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Tarragona es medieval y es modernista; es patrimonial y es marinera, pero sobre todo es romana: la ciudad española que mejor representa la pujanza del imperio de los césares en la Península Ibérica. No en vano durante casi dos años, entre el 27 y el 25 a.C., sustituyó a la mismísima Roma como capital del Imperio, cuando el emperador Augusto se trasladó aquí para seguir de cerca la campaña contra los cántabros, los astures y los vacceos, que habían osado desafiar a las legiones romanas.

Mucho de aquel antiguo esplendor queda todavía en Tárraco, la ciudad de la 'continua primavera', como la describió el poeta clásico Lucio Anneo Floro, una urbe mediterránea donde los grandes monumentos romanos conviven con plazas bulliciosas permanentemente dispuestas para el encuentro, con una rambla que se asoma a un espectacular balcón sobre el Mediterráneo, o con infinidad de restaurantes, tiendas y locales de todo tipo donde los usos de la modernidad conviven con sorprendentes restos arqueológicos de los primeros siglos de nuestra era.

Por eso, para comprender mejor de qué manera la ciudad de hoy se levanta sobre la estructura de la antigua ciudad del siglo II d.C., conviene iniciar nuestra visita por la maqueta romana que se exhibe en la plaza del Pallol, antes de atravesar la ciutat vella para llegar hasta la plaza del Rei, donde se encuentra el Museo Nacional Arqueológico, uno de los más ricos y sorprendentes de su género; allí nos esperan los mosaicos de Medusa y de los Peces, en un edificio que preside la estatua del emperador Augusto, y en cuyos bajos se conserva un lienzo completo de la vieja muralla romana.




Muy cerca del museo se encuentra la torre del Pretorio, donde la leyenda cuenta que vino a refugiarse un tarraconense llamado Poncio Pilato, arrepentido por haber abandonado a su suerte a Jesús de Nazaret, en realidad una de las grandes torres que delimitaban el espacio del antiguo Foro o Concilio Provincial, una gran plaza de representación de la provincia tarraconense que ocupaba buena parte de la actual 'ciudad alta'; las vistas desde la torre son espectaculares.

Un pequeño pasadizo une el Pretorio con el Circo, que conserva todavía sus magníficas gradas del extremo oriental, y que permite al viajero imaginar cómo eran las carreras de carros que tanto gustaban a los ciudadanos del Imperio. La gran tríada romana de Tarragona se completa con la visita al vecino Anfiteatro, situado prácticamente en el playa del Miracle, muy cerca del mar, un espacio mágico que conserva todas sus proporciones, y en cuya arena se pueden admirar todavía los restos de la iglesia cristiana medieval de Santa María del Miracle, levantada en el mismo lugar donde murió el mártir san Fructuoso, patrón de la ciudad, en el año 259.

Empleada la mañana en recorrer todos estos testimonios romanos, que son sólo una pequeña parte de los muchos que guardan la ciudad y sus alrededores inmediatos, la hora de comer puede aprovecharse para conocer alguno de los espléndidos restaurantes de la capital catalana, o también para disfrutar, al aire libre, en alguna de las terrazas de la plaza de la Font, la plaza del Fórum o la plaza del Rei, tres lugares perfectos para reponer fuerzas en un entorno monumental privilegiado.


El recorrido por la Catedral, levantada sobre el mismo templo romano de Augusto, ocupará buena parte de la tarde, a no ser que el viaje se realice en invierno, entre noviembre y marzo, cuando el templo sólo abre por las mañanas, con lo que habría que programar las visitas al revés; el claustro románico y gótico, el sepulcro de don Juan de Aragón o el magnífico retablo mayor, obra de Pere Joan del siglo XV, son algunas de las joyas que se distribuyen a lo largo de un itinerario lleno de estímulos artísticos.

Con tantas y tan importantes obras de arte en la cabeza, nada mejor para culminar la tarde que seguir una de las costumbres favoritas de los tarraconenses, 'rambleando' por la Rambla Vella y la Rambla Nova hasta 'tocar ferro' en el espectacular Balcón del Mediterráneo, aquel del que el emperador Carlos V aseguró que era el más bello mirador sobre el mar de todas las ciudades de su imperio.

Por la Rambla Nova hay que ir bien atento a la arquitectura, sobre todo a las magníficas muestras del Modernismo que se distribuyen a su alrededor, incluidos el teatro Metropol, un delirio marino de tierra adentro firmado por el arquitecto Josep María Jujol (que puede visitarse por dentro) o la joya de la iglesia del Santuario de Jesús y María, la primera obra fruto del genio de Gaudí.

Queda, todavía, bajarse callejeando hasta el puerto o hasta el Serrallo, el barrio marinero de Tarragona, donde los mariscos y pescados de la zona traen todo el sabor del Mediterráneo al final de una jornada llena de sensaciones...





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