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Allan Sillitoe marcha sin tregua

El autor octogenario que tocó techo con La soledad del corredor de fondo brilla en el festival Cosmopoética de Córdoba

PEIO H. RIAÑO

Allan Sillitoe sigue siendo el joven rebelde que concilió sueño y realidad gracias a las largas distancias del trote salvaje, que protagonizaba uno de sus personajes en La soledad del corredor de fondo. Más de 50 años después este libro de relatos ha ganado la carrera de la eternidad, al pasar por las manos de los lectores que algún día creyeron que podrían llegar a cambiar algo si se lo proponían; 81 años más tarde, su autor parece mantener el músculo en activo. Ahora, la carrera le ha traído hasta Córdoba, donde ayer impartió un taller magistral, en la ciudad con más poetas por metro cuadrado entre marzo y abril, gracias a la sexta edición del festival Cosmopoética.

Al alumbrar la inevitable lucha de clases en un ambiente rancio y opresor, en el que para ser aceptado como ciudadano de primera clase había que encarnar el ideal del 'correcto caballero', desnudó las bases de una trasnochada sociedad británica. Sillitoe sigue en activo, esta vez plantándole caraa unos tiempos críticos. Está convencido de que el arte no sirve para hacer un mundo nuevo, que cree no haberlo conseguido en su extensa obra en poesía, novela, relato corto, teatro, libros de viaje o literatura infantil. Simplemente se conformaría con haber hecho bien las cosas, una buena poesía. Por eso sí reconoce su capacidad de intervenir en los afectos del lector: 'Es la única manera de conseguir algo, con la mejor poesía posible'.

Trabajo duro

'Lo único que puedo hacer por el mundo es no levantar el trasero de mi escritorio y trabajar, trabajar y trabajar, como un minero', explica a este periódico con una cervecita y almendras saladas cerca. De hecho, asegura serio que todavía escribe todos los días. '¡Pero no me mato!', suelta entre risas. 'Mira, la escritura es una obsesión, no una ocupación. O si se quiere, una ocupación a tiempo completo, que te ata todo el día a un bloc de notas'. De vez en cuando suelta alguna frase en castellano, herencia de su paso por Mallorca en los cincuenta, donde escribió gran parte de su obra. No olvida el piso en el que vivió en Almería, sobre una ruidosa imprenta que marcaba los pasos de los primeros capítulos de La soledad del corredor de fondo a golpe de máquina y martillo.

'Disciplina, voluntad y poca vida social', dicta las claves del éxito para llevar una tranquila vida de poeta octogenario, que decidió muy pronto que la escritura sería su principal preocupación en la vida. En parte porque se unió a la Royal Air Force en 1946, con la que llegó en misión a Malaya, donde enfermó de tuberculosis. Y fue entonces cuando, hospitalizado, empezó a leer y a escribir. Fue así como a Allan Sillitoe, a los 21 años de edad, retirado, jubilado, con cinco libras de pensión, escasa para Londres, suficiente para Mallorca, le sonrió la fortuna. Lo repite: 'He sido muy afortunado. Así fue como pude dedicarme a la poesía en libertad'. Es una forma de verlo.

Lectores a la fuerza

Y con él, siempre, Ruth Fainlight (Nueva York, 1931), su mujer, poeta también y de una tierna lucidez que le lleva a afirmar que todos los dictadores del siglo XX fueron 'escritores frustrados'. ¿Por eso los poetas tienen algo de dictadores? 'Bueno, yo no dije eso matiza entre risas, pero no se les debería permitir acercarse demasiado al poder, son peligrosos', más risas para aclarar que está frivolizando.

Como Sillitoe, sigue trabajando. 'Me siento cada día en mi escritorio a ver qué pasa y a veces pasan cosas', cuenta. Como su marido, en esos momentos frente a la hoja en blanco se ríe '¡¿Cómo voy a salvar el mundo?!'. 'El poder de la poesía es enorme frente al lector. La buena poesía es mucho más influyente que el poder político' y revela que si se introduce un matiz práctico y útil en los poemas, la poesía termina por corromperse.

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