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Celdrán reúne en un libro las "cosas" que han transformado la vida humana

EFE

La curiosidad insaciable de Pancracio Celdrán le ha llevado a interesarse por los temas más dispares desde hace décadas. Prueba de ello es "El gran libro de la historia de las cosas", que publica ahora y en el que cuenta el origen de múltiples objetos que han transformado la vida humana y la han hecho más fácil.

Desde el abanico hasta los zapatos, pasando por el ataúd, la boina, el bolígrafo, los botones, las cerillas, la corbata, el desodorante, el imperdible, las lentillas, los laxantes, el microondas, la peluca, el retrete o el yogur. Esas son algunas de las "cosas" incluidas en la nueva obra de Celdrán, publicada por La esfera de los libros.

"Este libro es fruto de mi curiosidad y de mi convicción como historiador de que las pequeñas cosas son en sí mismas testigo de la capacidad humana para el ingenio, para el hallazgo de todo aquello que permite que nuestra existencia sea más llevadera", afirma en una entrevista con Efe este profesor y lingüista.

Autor de "El libro de los elogios", "El gran libro de los insultos" o "Diccionario de frases y dichos populares", entre otras muchas obras, Celdrán es colaborador asiduo de varios medios de comunicación, y la abundante documentación que contienen las casi mil páginas de su nuevo libro le deben algo al programa "Teletienda" que a finales de los ochenta puso en marcha Antena-3 Televisión, como cuenta Miguel Ángel Nieto en la presentación.

Para ilustrar la historia de los objetos que se vendían en ese programa acudieron a Pancracio Celdrán, "un erudito excepcional", que luego protagonizó en Antena-3 Radio una sección llamada "Historia de las cosas".

Ese espacio desembarcó años más tarde en el programa de Radio Nacional "No es un día cualquiera", dirigido por Pepa Fernández, en el que Celdrán tiene miles de seguidores desde hace años.

¿Sabían que la reina Isabel de Farnesio dejó al morir una colección de más de 1.600 abanicos? Esa es una de las curiosidades que cuenta el autor sobre este objeto que ha servido durante siglos para expresar los sentimientos más diversos. Su historia "es tan larga como la humanidad".

La mujer oriental "se sentía desnuda sin su abanico. Incluso los condenados a muerte recibían uno en el momento de salir hacia el patíbulo", escribe Celdrán acerca de esta "cosa" cuya "consagración y triunfo" llegó en el XVIII.

Las latas de conservas irrumpieron a principios del XIX, pero "las tenían que abrir a bayonetazos", o incluso "si ofrecía dificultades se recurría al fusil", hasta que en 1866 el neoyorquino J. Osterhoudt "inventó la lata de conserva con llave incorporada para su apertura".

Y tal como hoy lo conocemos, el abrelatas es de 1870 y se debe al norteamericano William W. Lyman.

El lector de "El gran libro de la historia de las cosas" se enterará de que en el siglo III a.C. los iberos utilizaban ya las alpargatas, y sabrá también que Viriato las calzaba "porque daba movilidad y soltura al pie y no violentaba su anatomía".

El bolígrafo es imprescindible desde hace décadas, pero tardó en llegar. "El principal problema estribaba en el tipo de tinta a utilizar", y quienes hallaron la solución fueron los hermanos húngaros de origen judío, Laszlo y Georg Biro, que en 1943 registraron su invento.

Muchas vueltas dio el ser humano hasta dar con el formato actual de la cerilla. Lo logró el químico alemán Anton von Schrotter en 1855. Once años más tarde, el sueco J.E. Lundström "situó la superficie de fricción en la parte exterior de la caja" y las cerillas dejaron de suponer un peligro, cuenta Celdrán.

El olor corporal ha sido durante siglos un problema, por más que a Napoleón le gustara que su mujer llevara varios días sin lavarse cuando volvía a palacio después de sus largas campañas. En 1888 "se inventó en Estados Unidos un inhibidor de la humedad de las axilas" que ya podía considerarse un desodorante.

La publicidad contribuyó al éxito de este producto, aunque a veces era demasiado directa. "Señores, señoras: el cuerpo humano puede llegar a oler como el cubo de la basura. Haga algo para que no sea el suyo", rezaba un anuncio de Odorono en 1919.

También olían mal las calles y callejones de medio mundo hasta que se generalizó el retrete, y, de hecho, la toponimia urbana recuerda aquellos usos con nombres como "calle de las agachaderas", "callejón de los menesteres" o "calle de las inmundicias", comenta Celdrán en el apartado dedicado a ese útil "invento".

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