Chico conoce chica. Cien millones de películas después la fórmula sigue dando resultados, quizás porque hay millones de combinaciones posibles. Yo, también que se estrena mañana tras su exitoso paso por el Festival de San Sebastián, donde su reparto se hizo con dos premios cuenta la historia de amor entre un chaval con síndrome de Down, pero con la cabeza en su sitio (Pablo Pineda, en un papel con tintes autobiográficos), y una mujer en la flor de la vida, pero con la cabeza un tanto enloquecida (Lola Dueñas).

Las cosas, por tanto, no son como parecen a primera vista. Ni en la película ni en la realidad. 'Pablo Pineda no representa la normalidad dentro de las personas con síndrome de Down. Es un caso especial', explica Naharro. En efecto, Pineda fue la primera persona con el síndrome que obtuvo un título universitario en Europa, lo que en un principio fue una buena noticia, aunque lo situara en una tierra de nadie que también atenaza a Daniel, su personaje en el filme: 'Se sitúa en un lugar complejo, no está ni aquí ni allí, esa indefinición le causa dolor', dice Pastor.

Una indefinición, por cierto, que tampoco le garantiza llevarse bien con su padres: 'El camino de un padre o una madre hacia la aceptación de un hijo con síndrome de Down puede durar unas semanas... o toda la vida. Aunque, bien pensado, la realidad de estos padres no es tan lejana: los hijos nunca salen como uno quiere que salgan. ¿Alguien ha visto alguna vez a un hijo normal?', se pregunta Naharro.

Los cineastas, a pesar de haber dirigido una ficción, no han parado de responder estos días a preguntas sobre la realidad de las personas con síndrome de Down en España. 'La pedagogía y el cine no casan bien. Hay otros vehículos para hacer pedagogía sobre este asunto', zanja Naharro sobre una historia que, para bien o para mal, bascula entre la sociología y el cine.