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El compromiso de 'la Forqué' con la sonrisa

La actriz hizo de la ingenuidad y el descaro un estilo propio. Una artista única que incluso cuando todo hacía aguas apostó por la comedia. El desparpajo llevaba su nombre.​

Verónica Forqué.- FERNANDO SÁNCHEZ
Verónica Forqué en su domicilio de Madrid durante una entrevista el pasado 24 de septiembre de 2020.- FERNANDO SÁNCHEZ.

'La Forqué' no se ha ido del todo. Nos queda Kika, esa maquilladora de carácter ingenuo que se inventó Almodóvar a finales de los ochenta, o Gloria, la voluble actriz porno en ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Nos queda Pepa, aquella madre tan extravagante como solícita de Pepa y Pepe. O la inolvidable Chusa en Bajarse al moro.

Haber crecido en los ochenta en este país es, de algún modo, haber crecido junto a Verónica Forqué. Con su voz almibarada, su histrionismo dulzón y esa ingenuidad tan de la casa, la actriz despachaba comedia sin inmutarse. Un talento puro que le valió cuatro Premios Goya y un lugar de honor en la historia de nuestro cine.

Voz, sonrisa y gesto. Un tridente que la madrileña gestionaba con maestría y oficio. Desde que debutara sobre las tablas en el 75 con Divinas palabras, de la mano de Núria Espert y con apenas 20 años, su presencia en los escenarios y los rodajes no ha cesado hasta convertirse en icono. Un periplo que se cierra de forma abrupta este lunes 13 de diciembre.

Verónica Forqué era pura comedia, incluso cuando te hablaba de dolor. Se movió siempre en el alambre, ella hizo de esa compleja frontera entre la risa y el llanto una obra de arte, quizá porque reía desde el dolor, porque construía su comedia sin andamiajes ni estructuras, a tientas, consciente de la dignidad que entraña cada sonrisa. El desparpajo llevaba su nombre.

Dos reveses le hicieron languidecer por un tiempo. Un divorcio y la muerte de su hermano la sumieron en una depresión de la que logró salir a base de terapia y medicación. Forqué regresó y volvió a blandir su mejor arma, la sonrisa. Se agarró a ella como quien se agencia un salvavidas, a sabiendas de que de su lado todo iría mejor, todo pasaría.

"Lo he pasado muy mal, tuve una depresión horrorosa en 2014 cuando me di cuenta de que había dejado de querer al amor de mi vida. La superé con medicamentos y psicoanálisis, pero luego murió mi hermano y fue otro mazazo. Y a los cuatro años, en 2018, falleció mi madre. Todo eso se te va marcando en la piel y te conviertes en mejor actriz, son Verónicas que vas almacenando y dejando atrás", evocaba en una reciente entrevista con Público.

Con todo, Verónica no renunció a su sonrisa. Una sonrisa triste que lindaba con el llanto, pero sonrisa a fin de cuentas. Tampoco renunció a su talento. Su último trabajo en el teatro fue Las cosas que son verdad, de Andrew Bovell y dirigida por Julián Fuentes, por la que cosechó en 2020 el premio Max a mejor actriz protagonista.

Porque su talento era inagotable, incluso cuando todo el resto hacía aguas. Luego llegaría el celebrity de marras, luego llegarían las mofas de parte de una audiencia ávida de carne y el festín catódico que todo lo engulle, incluso a una de nuestra mejores sonrisas. Pero como nos recuerda Maruja Torres: "Los concursos pasan. Las buenas actrices quedan".

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