Este artículo se publicó hace 15 años.
La España de toros y flamenco o la marina inspira el lujo de París
La mujer española, tanto torera y flamenca -pero 'sin pandereta'-, de la mano increíble de Gaultier, como con el toque marino y exquisito que le dio Josep Font, fue hoy la protagonista en la tercera y última jornada de la pasarela de alta costura para la primavera-verano 2009.
Y no fue la única gran propuesta de la jornada, pues las calles de París que inspiraron a Franck Sorbier, el reciclaje de lujo de Margiela y el kimono japonés con las sublimes criaturas de Elie Saab le hicieron rotunda competencia.
En la pasarela de Gaultier la inspiración mostró también complicados arabescos caligráficos y el estilo futurista del contratenor alemán Klaus Nomi (1944-1983), traducido en hombreras puntiagudas y conjuntos negros y blancos con escotes en "V".
Por su parte, Josep Font, para su tercera colección de alta costura en París, presentó diez modelos de rara exquisitez, cuyo punto de partida fue un bolero de Jorge Sepúlveda "Mirando al mar", según explicó a Efe.
De ahí surgió una idea de mujer con la cabeza inundada de juguetes, no siempre tan inocentes, pues junto a aviones, veleros de varios mástiles, estrellas, salamandras o regaderas, las aparatosas peinetas de Font, negras o blancas, incluían algún que otro revólver.
Su receta de lujo mezclaba además música y poesía en su intento de captar "los colores del mar, el blanco de la espuma o el brillo de las escamas" de una sirena medieval, en volantes y asimetrías, de tul, puntillas, encaje o 'macramé', plumas de marabú y organza.
Voluminosas faldas de pequeños volantes -recuerdo de oleajes espumosos- combinadas con chaquetillas de corte militar muy estructuradas, vestidos cortos 'evasé' de color carne y transparencias en negro.
Así como enormes faldas-corola y un par de mangas farol de amarillo intenso fueron algunas notas de Font para el verano del mayor lujo español.
También risueña, aunque infinitamente más terrenal, la mujer Gaultier de alma andaluza portará osadas transparencias de tules y puntillas en vestidos negros o blancos de volantes superpuestos, adornados con velos y peinetas cúbicas.
Esta mujer tan torera y/o tan flamenca, según se mire, lucirá pantalones muy ajustados, de talle alto y con bolero negro.
Negro como casi toda la colección, en la que sólo otro color le hizo competencia: el blanco, y una invitada inesperada, Inés de la Fressange, la ex musa de Chanel, quien retomó la pasarela décadas después de haberse colocado al otro lado.
La ex top model hizo dos pases: en el primero, recibió aplausos. En el segundo, arrasó con ese humor irreverente y ligero que 'antaño' le hizo deliciosamente famosa.
En las antípodas, la Maison Martin Margiela presentaba previa cita su colección alta costura-reciclaje con maniquíes irreconocibles, pues ocultaban su rostro -"como siempre"- para que la atención se concentrase en la creación, no en quienes la portan, recordaron a Efe sus portavoces.
Imposible pues alcanzar la gloria que hoy mostró tener aún Fressange o que poseen todavía sus colegas de aquella lejana era de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado.
El concepto clave era aquí el reciclaje y la recuperación de vestidos, accesorios y objetos, en los que "el paso del tiempo" es un valor añadido y uno de los fundamentos de la expresión creativa.
Con él, Margiela mostró prendas-mosaico, únicas, de viejos pantalones vaqueros, troceados y bordados; peinetas de materiales diversos para una sonora minifalda o de cordones blancos de zapato.
Modistos como Elie Saab tradujeron hoy la necesaria austeridad que impone el siglo con un voluntario abandono de sus dorados y plateados aptos para las mil y una noches, a beneficio de tonos "maquillaje", carne, verdes, turquesas, rosas, celestes, muy claros, de técnica perfecta, corte supremo y bordados de ensueño.
Los aplausos resonaron mucho tiempo en el Palacio de Tokio, donde presentó sus creaciones este artista libanés que entre sus clientas tiene a la reina Rania de Jordania.
Hoy fue también el día grande para Franck Sorbier, quien a falta de presupuesto para organizar un desfile promovió la creación de un filme con sus diseños estivales.
Como la película, interpretada por una sola actriz-maniquí, sus modelos, austeros, nada de aparatosos bailes ni construcciones complejas, se inspiraban con brillo en los más peculiares nombres de las calles de París.
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