Este artículo se publicó hace 15 años.
El hombre que pudo matar a Hitler
La editorial Minúscula publica los diarios inéditos del escritor alemán Friedrich Reck, en los que relata antes de su muerte en Dachau el imparable ascenso nazi
Friedrich Reck no es un héroe. No mató a Hitler cuando pudo hacerlo y pasó su vida tratando de mantener sus privilegios de clase. Había estudiado medicina pero nunca se sintió motivado para entregarse al ejercicio. Con dos breves suplencias descubrió el campo de los diagnósticos erróneos y el riesgo de la profesión. Tenía 27 años de edad, era padre de familia y encontró en las haciendas de su padre el mejor remedio para una vida sin preocupaciones como rentista.
Friedrich Reck fue un aristócrata misántropo que moriría en el campo de concentración de Dachau, dos meses y medio antes de ser liberado por las tropas aliadas. Reck es un modelo de virtudes limitado, pero llevó con rigor la escritura de las estampas del horror en un diario que terminó con el título de Diario de un desesperado, en el que recuerda varios encuentros con Hitler de los que salió vivo.
Como una broma macabra, padeció el testimonio del final del proyecto cultural e intelectual en el que se había acomodado con la llegada del régimen nacionalsocialista, al que no hizo ascos en sus primeras luces. Deslumbrado por la desaforada crítica anticapitalista, se abrazó a las ideas que pretendían proteger la tradición, hasta que entendió el peligro de la locura del proyecto nazi. Entonces cayó en el desengaño y la repulsión. Entonces la escritura desairada y así durante nueve años de mucho odio: "Desde hace más de 42 meses pienso odio, me acuesto con odio, sueño odio para despertar con odio: me asfixia verme prisionero de una horda de monos perversos", escribe en 1941. Todavía le quedaba lo peor.
Debía pasar por la culpa de no haber hecho nada cuando tuvo cara a cara a Hitler. Cuenta que se encontró unas cuantas veces con él, no en sus concentraciones, sino a pocos metros, "y por tanto en campo de caza". La primera vez, en 1920, se encontró a "un extraño santón" en el palacio de un amigo. El criado contaba que no había forma de echarle y ya llevaba una hora allí sentado esperando al director general de los Teatros Reales, invocando su interés por la escenografía operística. "Para hacer esa visita a un desconocido se había equipado con polainas de montar, fusta, perro pastor y sombrero de ala ancha", le describe Reck con toda la acritud. Le llama "cowboy" y "camarero estigmatizado", le recuerda "tan satisfecho como cohibido", delgado, "parecía incluso un poco hambriento".
"Me asfixia verme prisionero de una horda de monos", escribió
Volvió a verlo otras veces, pero ya en 1932, el año en el que "Alemania empezó a tener fiebre", se lo encontró en un local, se sentó junto a su mesa y ya se había convertido en un hombre poderosísimo. Reck vuelve a la carga y entonces ve en el dictador "un Gengis Khan vegetariano, un Alejandro abstemio, un Napoleón sin mujeres, una miniatura de Bismarck que habría tenido que guardar un mes de cama si se hubiera visto forzado a tomar aunque sólo fuera uno de los desayunos del viejo Canciller de Hierro...".
Ese día de septiembre había llegado en coche a la ciudad, Múnich. Escribe que, como las carreteras eran ya bastante inseguras, llevaba encima una pistola lista para disparar. "En aquel local casi vacío habría podido hacerlo, sin más. Lo habría hecho, si hubiera sabido el papel que iba a desempeñar ese puerco y los años de sufrimiento que nos esperaban", se lamenta de no haber visto más que un "personaje de revista satírica". Y no disparó. Se consolaba pensando en todos los intentos de atentados fracasados contra Hitler de los que ya por entonces se hablaba. Para Reck, recalcitrado en el catolicismo hasta sus huesos, Dios se había echado a dormir y se desentendía de la suerte del pequeño ogro.
Por esas leyes extrañas que rigen el mercado editorial, han tenido que pasar 62 años para que aparezca una edición en castellano de uno de los testimonios más rabiosos y contenidos contra el régimen nacionalsocialista. La crónica de un alemán que contempla cómo los mejores alemanes que han sobrevivido, terminan prisioneros de un "rebaño de simios perversos". La visión de un aristócrata que vive en el campo, a unos kilómetros de la ciudad, y se retuerce por la degeneración de su país: "Alemania alberga hoy la chusma más infernal del mundo", apunta. "Una chusma, quede claro, que no surge del proletariado, sino del pequeño funcionariado, de la escuela elemental, de los funcionarios intermedios de Correos...".
Hitler era "un Alejandro abstemio, un Napoleón sin mujeres"
Consecuencia de sus críticas desairadas y a una delación que no está clara en octubre de 1944 fue arrestado por primera vez. Quedó en libertad al poco y a finales de diciembre de 1944 volvió a ser arrestado de nuevo por la Gestapo en Múnich, con la acusación de "denigrar la moneda alemana". El 9 de enero de 1945 Reck es trasladado al campo de concentración de Dachau. Allí cayó enfermo pronto. Cuando sale de la enfermería del campo se topa con el preso holandés Nico Rost, quien más tarde lo describe en su libro Goethe en Dachau como alguien "muy delgado, además de nervioso y totalmente extenuado. Temblaba y se tambaleaba, y hablaba de forma tan confusa que al principio no entendía lo que quería". Al mes y medio de entrar, murió de tifus exantemático, a la edad de 60 años.
Lo que más sufrió Friedrich Reck fue la pérdida de la inteligencia del pueblo alemán, como si estuviera siendo "atacado por una horrible epidemia de idiotez". Cuenta cómo todo lo que se imprime, emite y proclama en público con "el necesario aplomo" termina por pasar como cierto. "Si hoy el señor Göring ordenara proclamar a uno de sus perros de caza rey de Baviera con el adecuado estrépito de tambores... creo que este pueblo, ayer aún tan celoso de su singularidad y de su oposición a las termitas del norte de Alemania, gritaría ‘¡Viva!' y rendiría homenaje a un chucho", anota en octubre de 1942.
Han tenido que pasar 62 años para leer la edición en castellano
Sin embargo, contra Reck también se puede extender un amplio pliego de faltas, la primera y más grave, haber omitido de toda esta panorámica de la destrucción de la dignidad alemana el genocidio judío. Ni una sola apreciación a los campos de concentración en los que acabó, ni una sola nota a la monstruosidad de la idea de "la solución final". ¿Es que no miró con atención? ¿Es que no vio nada extraño? ¿Cómo es posible que se le escapara su versión entre tantas y tantas visiones detalladas? No se interesó por lo que era un atentado contra la humanidad, sólo vio un golpe a la tradición nacional.
Lo que contaba para Reck, según la historiadora Christine Zeile, era "la forma que él mismo le daba a su vida, la producción de una imagen vital extravagante por la que él mismo se dejaba seducir, pero con la que, ante todo, sabía que podía convencer a los demás". Siempre sabía resaltar, en sus diferentes variantes, el hecho de que él pertenecía a la élite.
El escritor necesitaba exhibir su individualidad, su elevación sobre los indistintos "hombres masa", su singularidad estética y moral. Entre los cientos de referencias filosóficas y literarias que apunta Reck a lo largo de sus recuerdos, asoma Ortega y Gasset y La rebelión de las masas.
Define al pueblo alemán "atacado por una epidemia de idiotez"
"Le supliqué que caminara como los demás, que mirara como los demás, que se comportara como todas las demás personas. Le rogué que se olvidara de sí mismo aunque sólo fuera por una vez, que dejara de contemplarse siempre y de preocuparse por el efecto que causaba", recuerda su amigo el escritor austriaco Bruno Brehm en su libro El mentiroso. Más tarde, Brehm se convirtió en un nacionalsocialista hasta los huesos y Reck en su enemigo odiado.
Lo que más lastimó a Friedrich Reck fue la carencia de toda ley moral y la falta de espíritu de los nazis. "Verdaderos enemigos de todo lo bello". Lo que más esperó Friedrich Reck es el juicio de la historia para arrancar la máscara a Hitler. "Hemos tenido razón, hemos vencido a cambio de nuestros mejores años", se despide de su odio.
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