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Los indultos en Semana Santa: una superstición hecha norma

Un reducido grupo de cofradías logra el perdón para 15 reos en virtud de una tradición de mediados del siglo XVIII

ÁNGEL MUNÁRRIZ

La cofradía de El Rico, en Málaga, salió este Miércoles Santo de procesión con un devoto a quien sería ocioso reprocharle cierta fe milagrera. Es un técnico informático de 40 años, de nacionalidad argentina, que hace seis cometió el mayor error de su vida. Fue detenido nada más aterrizar en el aeropuerto de Málaga con droga en los bolsillos. Condenado a seis años de prisión, sólo pasó cuatro entre rejas. Ahora es libre gracias a la cofradía de El Rico, que propuso su indulto al Ministerio de Justicia siguiendo una práctica compartida por una veintena de cofradías en toda España, y que cada año permite la liberación de unos 15 reos en virtud de una tradición de mediados del siglo XVIII, que arranca en Málaga y que jamás ha sido sometida a discusión jurídica.

“Agradezco que vieran en mí a la persona que soy y no a un error cometido en un momento puntual”, afirma el indultado, ocultando su rostro y su nombre tras las iniciales F.D.T. El Consejo de Ministros aprobó el 14 de marzo la concesión de 15 indultos especiales, a propuesta de sendas cofradías, con motivo de la Semana Santa. Uno de los agraciados por la medida es F.D.T., el segundo extranjero indultado desde que arrancó la tradición. El Rico se ha ganado con él un fiel para toda la vida. Está eufórico. Se nota en la voz, porque tapa su rostro para que su familia no se entere de su indulto por una fotografía en un periódico en Argentina. Quiere darles él la sorpresa.

Escasas solicitudes

Los 15 indultos concedidos este año se justifican en peticiones de cofradías de toda España, de Sevilla a Alicante pasando por Málaga, Oviedo, Palencia, León o Valladolid. ¿Cuáles son los criterios para concederlos? “Los mismos que ante cualquier indulto, que concurran razones de justicia, equidad y utilidad pública”, explica el Ministerio de Justicia. Un buen ejemplo podría ser el de M.G.V., de 37 años, que cumplía una condena de cuatro en Foncalent (Alicante) por un delito contra la salud pública y que es libre desde el último Consejo de Ministros.

La cofradía del Perdón de Elche, que propuso su nombre, velará durante un año por él “para que no vuelva a delinquir”, en palabras del presidente, Antonio Ballester. “Soy católico”, declaró arrebatadamente M.G.V. en el acto de presentación del indultado (una especie de rueda de prensa anunciando un nuevo fichaje). La liberación pública, la puesta en escena de la redención, dramatización religiosa incluida, tuvo lugar el Martes Santo en la Plaça de Baix durante el transcurso de la procesión del Cristo del Perdón.

Este año se han concedido 15 indultos; en 2007 fueron 17; hace dos años, 16; en 2005; 14. Las cifras siempre bailan alrededor de los 15. En teoría, cualquier cofradía puede solicitar indultos, pero apenas lo hace una quincena al año. Para la Semana Santa de 2008, por ejemplo, 16 cofradías completaron la solicitud.

¿Por qué tan pocas, cuando cualquiera puede? No dan una explicación clara desde Justicia. Es algo así como una tradición de un puñado de cofradías. Jesús El Rico, en Málaga, y Nuestra Señora de la Piedad, en Valladolid, son las más señeras. “Nosotros vamos a intentar que cada vez más cofradías pidan indultos. La mayoría no lo hace porque no sabe cómo es, porque llega fuera de plazo”, explica José Antonio Fernández, director de la Pastoral Penitenciaria del Obispado de Málaga, que sueña con el día en que las cofradías pidan redenciones en masa.

Un procedimiento sencillo

El procedimiento resulta relativamente sencillo. La cofradía propone una terna de candidatos, a veces dos o sólo uno, con una antelación mínima de siete u ocho meses. Justicia contacta con la Audiencia Provincial correspondiente. A partir de ahí se recaban informes del tribunal, de la Fiscalía, de Instituciones Penitenciarias. “Y se escucha a las posibles víctimas que haya tenido el reo”, puntualizan desde el ministerio.

“Lo normal es que se pida el indulto dando nombres concretos, aunque no siempre es así, y de presos de la provincia, aunque tampoco tiene por qué ser así”, explica Antonio Guerrero, director de la cárcel de Alhaurín de la Torre, que este año ha tenido el placer de conocer a F.D.T. (el argentino) y a M.A.G.G, indultada a petición de la Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo del Amor, de Marbella.

No todo sale siempre como en un cuento de hadas. El guión del buen salvaje manumitido gracias a la caridad cristiana choca a veces con la fría realidad de un sistema que no puede hacer excepciones en según qué ocasiones. La Audiencia de Valladolid se opuso este año a las liberaciones propuestas por la prisión, que seleccionó a dos presos que no habían cometido delitos de sangre, violencia de género o terrorismo, después de recibir una solicitud de la cofradía de la Piedad. “Hombre, hay que pedir las cosas sabiendo. Esto lleva sus trabas. Te voy a poner un ejemplo muy bestia: nosotros no vamos a pedir el indulto de Julián Muñoz”, explica Enrique Cantos, teniente de hermano mayor del Cristo del Amor, de Marbella.

Alguna vez se han concedido indultos por delitos de sangre. El año pasado salió libre un hombre en la provincia de Málaga. Había apuñalado a un joven que a su vez estaba agrediendo a otro. El hombre intentó separarlos y, al verse en peligro, apuñaló al otro agresor. Perdió el juicio y tuvo que pagar indemnización. Mal uso hizo su víctima del dinero: se compró una motocicleta y murió en un accidente a los pocos meses.

Un camino lleno de anécdotas

Quienes trabajan en el mundillo de las cofradías, de hecho, afirman que las historias dignas de contarse alrededor de los indultos son infinitas. No es extraño. El propio inicio de la tradición es anecdótico. Los reclusos de la prisión de Málaga pidieron en 1759 al alcaide sacar ellos la imagen de la que se declaraban devotos. Tras serles denegada la solicitud, se amotinaron. Escaparon de la cárcel y llevaron a hombros la imagen por las calles de la ciudad en una larga procesión. Luego volvieron a la cárcel. Todo ello coincidió con una rebaja de la incidencia de una epidemia de peste que estaba diezmando la población. Carlos III debió de atar cabos, porque consideró milagroso lo ocurrido e instauró el privilegio, progresivamente convertido en tradición, para fortuna de unos quince hombres y mujeres al año y extrañeza de la mayoría.

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