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La isla que nació de África

Con menos de dos kilómetros de longitud, Tabarca, en la costa de Alicante, ofrece al turista aguas cristalinas y un pasado histórico que nos remite a un curioso episodio en territorio tunecino. 

Carmen V. Valiña

Hasta finales del siglo XVIII, la isla de Tabarca, en Alicante, era un lugar deshabitado e inhóspito. Fue entonces cuando llegó a ella, vía repoblación del rey Carlos III, un grupo de genoveses presos en una isla tunecina. El nombre de ese islote, Tabarka. La Tabarca española o Nueva Tabarca, en sus orígenes, tomó de ella el nombre (con ligeras modificaciones), recibió a los detenidos y se convirtió, con el paso del tiempo, en el único islote de la Comunidad Valenciana habitado durante todo el año. De tan curioso pasado han quedado numerosos restos arqueológicos, aunque quienes se acercan a este territorio hoy en día lo hacen sobre todo en busca de su playa y sus ricos fondos marinos. Su visita es, pues, una excursión recomendable y asequible para quienes estén de turismo por la Costa Blanca, puesto que la isla puede visitarse fácilmente en una jornada y existen además conexiones desde diversas localidades.

Situada cerca del cabo de Santa Pola, Tabarca tiene algo menos de dos kilómetros de extensión. En ella parece haberse hecho un peculiar ejercicio-resumen para concentrar en tan corta longitud varios puntos de interés natural y hasta monumental. Comenzando por su playa, de aguas cristalinas en medio de una línea costera formada por pequeños acantilados. Y siguiendo por sus murallas del siglo XVIII, declaradas Conjunto Histórico-Artístico y Bien de Interés Cultural, o por la Torre de San José y las iglesias de San Pedro y San Pablo. En el recinto amurallado, la Casa del Gobernador es el edificio más notable. En el extremo oriental de la isla todavía puede encontrarse otro elemento digno de mención, el faro del siglo XIX.

Junto a los restos dejados por el ser humano, la naturaleza es la otra gran protagonista de Tabarca. Los tesoros naturales de sus aguas la convirtieron en la primera reserva marina que se creó en España, en 1986, y sus aguas cristalinas parecen trasladarnos en el espacio hacia algún lugar del Caribe.

La aparición en los últimos años de alojamientos dentro de este territorio facilita pasar la noche en un entorno singular, cerca de la costa pero al tiempo sintiéndonos por un momento Robinsones. La guinda la ponen los placeres gastronómicos que se pueden degustar: la visita no estaría completa si obviásemos esa parte que nos gana por el paladar. En el caso de Tabarca, probar el guiso de pescado es una experiencia que no debería descuidarse, so pena de habernos ido con la sensación de que algo importante se ha dejado atrás, en esa isla que nació de África.





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