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"¿Qué mejor que hablar de jazz para enamorar a una mujer?"

Luis montes, el anestesista del Severo Ochoa, sueña con tocar el mejor solo de trompeta sin abandonar su lucha contra el dolor

JESÚS MIGUEL MARCOS

En el frío noviembre de 1989, el trompetista estadounidense Miles Davis ofreció dos conciertos en el Palacio de Deportes de Madrid. Algo inesperado ocurrió en el primero de ellos, celebrado el día 10. Al salir al escenario, Davis recibió un sonoro abucheo. Según cuentan las crónicas, su equipo técnico llegó tarde al recinto y el concierto comenzó con un retraso considerable, lo que desbordó la paciencia del público madrileño.

Luis Montes, sin embargo, disfrutaba en secreto de la espera. Había convencido a veintitantos colegas del Hospital Severo Ochoa para ir al concierto 'toda la panda', recuerda, pero él hablaba y hablaba con Maribel. 'Monté lo de ir al concierto porque iba ella. Fue muy agradable. Los dos teníamos una historia detrás, yo me acababa de separar, tenía 45 años... ¿Qué mejor que hablar de jazz para enamorar a una mujer?'. Maribel, su pareja desde entonces, se partía de risa cuando Luis le decía que de mayor quería ser trompetista. '¿Quién no ha querido ser trompetista?', se pregunta Luis Montes, sentado en un banquito de un apacible parque al lado de su casa en Madrid. 'Me veo aquí, en el parque, solo, solo, solo, al anochecer, tocando un solo de trompeta... sería una delicia, un disfrute total'.

Le encanta la música en general y el jazz en particular. Habla de Miles, de Marsalis, 'también había un tal... ¿Linford? titubea; ¿Rayford, Linford?... No lo recuerdo. Estoy bastante alzhéimer y se me olvidan los nombres'. Cuando se trata de sus deseos, en cambio, su mente se acelera: 'Joder, cómo me gustaría tocar de puta madre la trompeta repite, de taco en taco, aunque con este oído de mierda... Yo no creo en la sacralidad de la vida, pero que yo terminara como trompetista sería un milagro'.

Luis Montes no cree en los milagros, aunque haya pasado por situaciones límite como para encomendarse a todo el santoral. Por ejemplo, cuando su madre le mandaba al pueblo en verano y le sentaba en el tren junto a una monjita para que no fuera solo. 'Imagínate qué viaje: salía de Madrid a las ocho y llegaba a Salamanca a las tres. Es que mi madre era muy salerosa. Mi madre, cuando le presentaban a alguien, lo primero que decía era: yo tengo un hijo médico y otro arquitecto. Su obsesión, como Esperanza Aguirre con privatizar la Sanidad, era que sus hijos fueran lo que no habían sido ellos', cuenta el médico.

De niño, incluso le animaba a ser torero, cuando Luis era de lo más antitaurino. 'Antitaurino porque estaba gordísimo. Yo fui una obesidad mórbida hasta los 15 o 16 años. Ya sabes cómo son las madres: kilos de croquetas, kilos de patatas fritas, kilos de huevos. Pero ella decía que tenía un nombre que era fantástico para torero: Luis Montes. Incluso me llamaba Chamaco, por un torero de Huelva'.

Y ahora nuestro trompetista comienza a soplar un blues. Su encrucijada fue hacerse mayor de edad en plena revolución del 68 y tener un padre militar al que le olía el aliento a espíritu nacional. Una combinación poco recomendable, pero bastante extendida en la época. 'Mi padre era un enfermo mental.

Lo llamaron a filas en la guerra y volvió totalmente atocinado. Era un fascista intolerante, una mula parda con un nivel cultural de menos 40. Parece mentira que hables así de tu padre, tan duro, pero yo lo vivo así. No tenía nada espontáneo, ni un pensamiento libre. Todo era control, disciplina militar, Franco...', relata sin que su rostro muestre ni un solo signo de agresividad.

Él dice que se hizo anestesista porque sí, no por vocación, ni por una llamada, aunque quizás inconscientemente era un intento de borrar el dolor acumulado. Cuando escucha la palabra felicidad, Luis habla de Hume, del equilibrio y de la ética del observador independiente, aunque luego no necesita demasiado para que un día sea un buen día: 'Que no me levante con una rodilla hinchada y que haya dormido bien'.

Quizás es que Luis quiere ser lo contrario a anestesista y así despertar a ese '90% de muertos vivos que habita nuestra sociedad'. Quizás con un buen soplido de trompeta...

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