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"Todo poema es un fracaso"

Fernando Beltrán recopila sus principales poemas, más una serie de inéditos, en Donde nadie me llama

PAULA CORROTO

Hace treinta años, Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) se convirtió en una de las voces de la Movida con su poemario Aquelarre en Madrid (1980). Escrito en nueve días de inspiración, era un vómito sobre su visión de aquella ciudad ochentera que respiraba libertad. Emotivo, experimental y transgresor. Después le siguieron otros nueve poemarios. Todos aullidos. Sobre la primera guerra del Golfo en 1991 (El gallo de Bagdad), la pérdida de su padre (Parque de invierno) o los encuentros nocturnos en los bares (Bar adentro). Ahora todos estos poemas, más una serie de inéditos (Poemas rebeldes) aparecen por primera vez reunidos en Donde nadie me llama. 1980-2010 (Hiperión). Poesía entrometida de un poeta que años más tarde empezaría a ganarse la vida como nombrador. De hecho, a él se le debe la marca Amena. Sin embargo, como señala en esta entrevista a Público en su estudio de Madrid, él lo tiene claro: 'Un poema y un nombre son muy distintos en la creación. Si yo trabajo en la búsqueda de un nombre estoy muy concentrado en ese mundo, pero un poema es incontrolable'.

¿Qué balance hace de estos treinta años de poesía?

Siento emoción e incredulidad, porque ha pasado mucho tiempo y ha pasado muy rápido. Eso que nos decían nuestros mayores de que el tiempo pasaba rápido no era verdad. Pasa más rápido todavía. Y también siento vértigo porque lo primero que te encuentras en estos poemas son muchas personas. Sí, eres tú mismo, pero ahí hay muchos 'tús mismos'.

¿No se reconoce?

Quieres reconocerte. Rescatas muchas partes que has escrito, pero hay muchas personas ahí y muchos momentos. Es ese vértigo del encuentro contigo mismo, pero multiplicado por muchos. Cuando haces balance de tantos años puedes salir más o menos satisfecho, pero no sales ileso. La poesía es un camino que conduce a la belleza, al abrigo, a muchas cosas hermosas, pero también a muchos vértigos, muchos abismos, muchas formas de complicarte la vida.

Su poesía es muy de la cotidianidad, de la vida. Desde luego, hay que ser muy valiente para, como dice usted, ‘escrivivirse'.

Sí, además mi poesía se destaca un poco por esa cotidianidad. Yo escribo desde la emoción y esa me surge caminando, viendo y abriendo mucho los ojos. La definición del poeta es aquel que abre mucho los ojos hacia el exterior y el interior de sí mismo. Así llegas a la hermosura, pero también al abismo. Pero escribo desde la experiencia personal, siempre como punto de partida nunca como punto de llegada. Porque a lo que aspiro es que la poesía me conduzca a otros lugares. Yo no llego al poema con una reflexión, sino con un momento, porque algo sucede, algo me agita.

¿Así llegó también al oficio de poeta?

Sí. Yo llegué a la poesía gritando. A través del grito. A los 15 años quise ser escritor. Pero aquello provocó en mi familia un choque. Y eso me llevó al extremo, a la poesía, porque la ruptura familiar fue muy fuerte. Quizá porque el grito lo admite mejor un poema. Pero sí, todos mis libros nacen de un grito.

¿Cuál es el grito que más le ha tocado de todos?

El corazón no muere, porque es un tocar fondo. Uno conoce la enfermedad física y la del alma. Y tocas fondo. O crees que tocas fondo, porque si tuve fuerzas para escribir, quizá no lo había tocado del todo. Yo tuve fuerzas para escribir y curarme escribiendo. La poesía cura. El vómito de lo poético me salvó.

El título de esta compilación es ‘Donde nadie me llama'. Precisamente, cuando uno se mete donde no le llaman suele salir escaldado. ¿Usted es un kamikaze?

Sí, uno siempre sale escaldado. Eso es una constante. Cuando me he metido a fondo, he notado que me estaba complicando la vida. Es como abrirte por dentro sin que nadie te lo diga. Pero, al mismo tiempo, empiezas a hacer tus costuras, tú mismo te coses. Te abres y te coses. Es la metáfora universal: si a ti te sucede algo así, a otras personas le puede ser útil. No porque con la poesía podamos cambiar el mundo, sino porque crees que si te ha sucedido a ti, por qué no le va a suceder a otra persona. En el fondo no nos diferenciamos tanto.

Si la poesía no cambia al mundo, ¿para qué sirve?

No cambia el mundo, pero sí los mundos de cada uno. Y cambiando eso, sí puede cambiar el mundo.

¿Cree que cada vez hay menos poesía?

No. Lo que nos demuestra la calle es que la poesía está ahí. Nosotros intentamos sacar la poesía del sillón en el que viajamos cada día en el metro. A mí la poesía me la da la persona que viaja sentada a mi lado. Los libros contienen poemas. La poesía está en la calle, en las personas. Por eso también puedes llegar a la poesía con tus poemas, porque vas a llegar al lector. Yo quiero ser publicado para llegar a alguien. No entiendo ni creo en los poetas que dicen que les da igual quién lee al otro lado, y sin embargo, hacen de todo para ser publicados.

¿Qué es la ‘mujer-poema', que aparece tanto en tu poesía?

Es la mujer inalcanzable. El poeta demuestra su fracaso al volver a escribir un poema. Cuando empiezas a escribir un poema tienes sin querer como un afán de totalidad, vas a tocar la esencia. Y, evidentemente, nunca llegas y por eso siempre escribes otro poema. Un poema siempre es un fracaso en ese afán de totalidad. Un poema es una tabla de salvación, pero para seguir a la deriva como un náufrago. Pero yo no creo en las obras totales porque tampoco creo en mí mismo. Me quiero de vez en cuando, pero a trocitos.

‘Aquelarre en Madrid' y ‘Gran Vía' son dos poemarios sobre el Madrid de los ochenta. ¿En qué ha cambiado ese Madrid poético?

Aquel chico que tenía 20 años y hoy tiene 54 años. ¿Qué tiene poético Madrid hoy que no tuviera entonces? Eso no es Madrid, somos nosotros, y probablemente la misma poesía que yo podía sentir en el vagón de metro de entonces es la misma que yo puedo sentir ahora. Y si la ciudad ha perdido poesía seremos culpables todos. De alguna manera, todos hemos perdido un poco de poesía. Quizá sí hemos perdido esa facultad de abrir los ojos un poco más allá.

Otro poemario es ‘Bar adentro' sobre lo poético que tienen los bares, los encuentros nocturnos que surgen en ellos. ¿Qué ve usted en un bar?

Me viene de mi ruptura familiar. Me fui de casa muy pronto y mi vida estuvo durante un tiempo danzando de un lado a otro. Y eso hizo que mi vida fueran los bares muchas horas al día. Pero yo siempre digo que hay algo común entre un bar y un poema: los dos son casas prestadas. Era el lugar del encuentro y la reflexión. A mí también me gustan los bares a solas. ‘Acompañado a solas' es uno de los versos que más se repite en mi obra. Yo me siento muy acompañado estando a solas, quizá por ese plural que es la ciudad.

Decía Serge Gainsbourg que los que salen por las noches tienen mucho miedo a la muerte. ¿Está de acuerdo?

Por supuesto, porque tocas la muerte más cerca. Es esa mirada al vértigo. Es como el amor, que es estupendo, pero si das un paso más, es la flor al borde del acantilado. Y eso es el juego, y ahí está la vida. Pavese también decía que sólo se suicidan los grandes vitalistas. Y yo le entiendo.

‘El gallo de Bagdad' es un grito contra la primera guerra del golfo. Ese sí que fue escrito en un momento de aullido.

Cuando salió hubo algún crítico que dijo que este libro se olvidaría pronto y que unos años después nadie recordaría dónde está Bagdad. Pero han pasado 20 años y ahí sigue la historia. Aquel libro surgió mientras estaba con unos amigos en un bar. En el momento en el que el camarero vino a cobrarnos, nos dijo: 'La guerra ha empezado ya'. Y todos nos fuimos a ver aquellas imágenes. A las cinco de la mañana un periodista de la CNN dijo que en medio de un bombardeo cantó un gallo y así me vino el primer poema, porque lo surrealista no era que cantara el gallo, sino el bombardeo.

¿De la última guerra en Irak no han surgido poemas?

Sí. Escribí algún poema, pero no me preocupó como la otra. Pero no porque no me provocara el hecho, sino porque uno no controla el nacimiento del poema. Yo no escribo a priori. Y un poema no es una opinión. Un poema es un poema. Yo no soy un columnista de prensa ni un ensayista.

¿Qué le provoca el grito de los acontecimientos actuales?

Respecto a la crisis, la poesía está en crisis permanente. La poesía es la mano de obra de la literatura. Es muy respetada y abre cauces de expresión literaria, pero lleva su camino por otra vía. Los tiempos de ahora me provocan lo de siempre: estar con los ojos muy abiertos a la conmoción del momento. No al tema de moda que esté en la calle. La vida es la que dicta las poéticas, no uno mismo.

¿Pero no le dicen nada la ley anti tabaco, la ley Sinde?

Sobre la Ley Sinde me da apuro opinar porque no tengo los datos. En principio soy contrario a todas las prohibiciones. Con respecto a la ley del tabaco, yo no soy fumador, pero sí me ha parecido bochornoso y terrible toda esa parte de la delación. Si empezamos por ese camino, malo. Aunque nos moleste, tenemos que medir las cosas. Y con respecto a la ley sinde, oigo a los de un lado y oigo a los de otro, y se me escapa.

¿Lee a los poetas jóvenes? ¿Qué similitudes y diferencias ve con aquel joven que escribía en los ochenta?

Creo que ahora escriben con más libertad que nosotros. En nuestra época las poéticas tenían mucha fuerza. Tenías que ser de un lado o de otro. Hubo un momento en el que parecía que se escribía más para tu círculo poético que para la gente que leía poesía. Y a mí eso siempre me ha rebelado mucho. Ahora en este aspecto hay más libertad. Y en otros aspectos, como ha sido siempre: las cosas cambian poco. Pero me parece bien que se haya abierto el cauce de que se puede leer todo. Lo que más me sorprendía antes es que fuéramos tan cerrados. Y, sin embargo, alguien que no tiene nada que ver con lo tuyo es quien te puede aportar más.

Por cierto, ¿sobre qué escribe ahora?

Sobre el siglo XX. Porque es un siglo lleno de tragedias y muerte, y sin embargo, es uno de los siglos en los que más hemos avanzado. Quiero ver a dónde me lleva la poesía.

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