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Poesía seminueva

La nueva generación de poetas abandona el hermetismo y se adapta a los  tiempos modernos

PEIO H. RIAÑO

Es un tipo especial creo que porque mira la realidad con ojos que no ven sólo lo real. “La realidad no es lo único en lo que consiste la vida”, dice. Nunca le he visto de otro color que no sea el negro, siempre con un buchito de ironía en la puntita de esa lengua que le cae en forma de coleta desde la barbilla: “Sé que sigue habiendo muchas cosas originales. Lo sé porque me lo han contado”. Ése que ven a la izquierda, el dueño de esta respuesta a lo original, el de la nariz al rojo vivo, es Peru Saiz Prez (Lima, Perú, 1971), poeta y publicista. O viceversa. O nada de eso, porque las rimas le salen mejor si las piensa para que no queden entre dos tapas y un montón de papel.

Prefiere las barras de los bares, los ascensores, cualquier farola o el escenario. Recuerda con cariño cuando incluyó su esquela en un periódico nacional el día en que la empresa para la que trabajaba le despidió. Notificaba su nueva vida y anunciaba que esa noche pasaría algo grande. Era su cumpleaños y lo iba a celebrar como se merecía. Eso le pasa por ir a trabajar. Ni siquiera en eso se parece a un poeta de los de antes. Poeta de noche, currito de díaEn realidad, si quisiéramos etiquetar la generación de treintañeros que ahora mismo utilizan la poesía como herramienta para contar lo que está pasando, por lo que están pasando, lo único común que les une a todos es que lo que les alimenta no les da de comer.

Auxiliar administrativo, profesor de filosofía, gestor del instituto de la juventud, saxofonista o profesor de literatura son algunos de sus trabajos.Las grandes familias han desaparecido, los apellidos con gangas escasean y el futuro de la poesía baja a la calle, se enturbia y enriquece con la televisión y sus anuncios, los telediarios, los periódicos, las charlas…. Esto ya no es lo que era.

Para María Eloy-García (Málaga, 1972) lo importante es que la poesía llegue cuanto antes a todo el mundo, “que sea algo inmediato”. Quizá porque considere que los anuncios son la apoteosis de lo poético (y recuerda “La potencia sin control no sirve”), entienda que lo bello por lo bello se ha quedado en los huesos: “Una buena forma para un poema está bien, pero un poema con forma y contenido es la bomba”.

Cuestión de oído

Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976) pasea y mientras lo hace, trata de vivir en un estado de vigilia poética permanente. “Suelo partir de frases escuchadas en la calle, de expresiones chocantes oídas en la tele, etc. Así el poema crece hacia un espacio que desconozco. Es una pugna entre lo racional y lo irracional, entre la imaginación y la realidad”, contesta si le preguntas por cuáles son los temas que merodea con frecuencia y de dónde salen.

No es el único que abre los ojos a lo más próximo, Pablo García Casado (Córdoba, 1972) en su último libro atiende a las exigencias con las que el poderoso caballero estruja nuestro aliento.  Dinero es un poemario para sufrirlo y pensarlo, para tratar de entender por qué las cosas funcionan tan mal.

El contacto con lo que preocupa es un síntoma de la intención de trillar el entorno por el que transitan, de esta generación flexible, que se ajusta y aclimata a la sociedad. Bajaron de la torre de marfil, pero no se olvidaron de sus clásicos. Hace poco, con motivo de la muerte de Ángel González, muchos de estos poetas sacaron a relucir sus herencias con el autor en estas mismas páginas.

Ese fatídico día quedó patente que la singularidad no es posible si no se parte de otra: “Leer es, desde que tengo uso de razón, lo que más me gusta: también escribo para no diferenciarme tanto de aquellos a quienes admiro”, dice Elena Medel (Córdoba, 1985) incapaz de olvidar al poeta ovetense.

Al fondo hay sitio

Que no son nuevos. Si acaso seminuevos. “¿Originalidad? La forma de expresarse, de mirar, la tradición que uno escoge como referencia… Sí creo que está todo dicho: lo importante ahora es cómo y qué camino se recorre”, remata Medel.

Una vez aceptado que todo lo que no es tradición es plagio, también ven el libro como algolimitado. Asaltan como sea la atención: “Me parece que el libro es un punto de partida, pero no puede quedarse ahí. La búsqueda no acaba en lo lingüístico. Toda palabra tiene sus consecuencias”, amenaza el poeta visual (aquella en que la parte tipográfica juega tanto como el significado) Chus Arellano (Madrid, 1973).

Sus intervenciones le han llevado a las fotocopias, las pegatinas y otros lugares comunes. Olvidó el hermetismo para fortalecer el músculo del lector. No es el único.

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