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Las víctimas silenciosas del imperio japonés

Un millón de coreanos fueron forzados a trabajar en minas y fábricas niponas

ANDREA RODÉS

Seonghee Choi nació en Tokio y ha vivido toda su vida en la capital japonesa, pero a los ojos del Gobierno nipón sigue siendo 'extranjera'. 'No me importa', dice orgullosa esta joven universitaria, en un japonés fluido. Aunque a simple vista es difícil de observar, Choi pertenece a la tercera generación de coreanos forzados a trasladarse a Japón durante la Segunda Guerra Mundial para trabajar en minas y fábricas de armamento y que aún tienen dificultades para conseguir la ciudadanía japonesa.

'El Gobierno japonés continúa manteniendo una postura racista y nacionalista hacia nosotros', dice Choi sin vacilar, en el pequeño museo sobre la historia de los coreano-japoneses, donde trabaja de guía por las tardes.

Su abuelo estaba entre el millón de coreanos que llegaron a Japón durante los años treinta y cuarenta para trabajar en condiciones de esclavitud en minas, fábricas de acero, armas y grandes proyectos de construcción que fueron la base de la expansión imperialista de Japón por el sureste asiático hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy en Japón quedan alrededor de 700.000 coreanos, incluyendo los recién llegados durante el boom industrial de los años sesenta y setenta. Sin embargo, sólo una tercera parte ha conseguido la ciudadanía japonesa, un trámite que ha ido agilizándose, 'pero que sigue siendo humillante y racista', según Choi.

Entre los requisitos destaca la necesidad de cambiar el nombre coreano por uno japonés y pasar una entrevista exhaustiva con las autoridades para evaluar los conocimientos de lengua y cultura japonesa del candidato, o las razones que le llevan a pedir la ciudadanía.

La comunidad coreo-japonesa también lamenta las dificultades para alquilar un apartamento 'muchos japoneses creen que les destrozaremos el piso', dice Choi, la discriminación a la hora de conseguir un puesto de trabajo o la improbabilidad de formar una familia mixta en la cerrada sociedad nipona, que sigue dando mucha importancia al origen y la clase social.

'En el colegio no aprendí nada sobre los problemas de los coreanos', dice Keigo, músico tokiota de 34 años, sorprendido ante una fotografía del museo en la que aparece un grupo de obreros coreanos en una mina de Hokkaido, al norte de Japón, a principios de los años cuarenta. Choi asegura que durante la semana vienen grupos escolares a visitar el diminuto museo, financiado por la Asociación cultural coreano-japonesa, pero no han conseguido subvenciones.

'Espero que las cosas mejoren algo con el nuevo Gobierno', dice la joven, aunque al no tener la ciudadanía japonesa no pudo votar en las elecciones del domingo, que pusieron fin a medio siglo de Gobierno del Partido Liberal Demócrata (PDL).

El futuro primer ministro, Yukio Hatoyama, no tiene intención de repetir las polémicas visitas al templo de Yasukuni donde están enterrados generales japoneses condenados por crímenes de guerra por el Tribunal de Tokio- que tanto irritan a China y a Corea del Sur.

Pekín y Seúl también lamentan que Japón no haya perdido perdón públicamente por los crímenes y atrocidades cometidos durante la ocupación de sus países durante la guerra, como forzar a miles de mujeres a convertirse en mujeres de consuelo para sus tropas.

El Gobierno japonés insiste en que las elevadas inversiones y ayudas económicas mantenidas durante las últimas décadas para el desarrollo de la región son una manera de compensar los errores del pasado, pero no evita que a la sociedad nipona, en un rasgo tradicional de la cultura asiática, le siga costando asumir los crímenes cometidos por su país.

'¿Visitar Pearl Harbour, para qué?', se pregunta sorprendida Tsutsumi Haruna, una ejecutiva tokiota recién llegada de sus vacaciones en Hawaii. Es la quinta vez que visita estas islas estadounidenses en el Pacífico, pero asegura no tener ningún interés por conocer la bahía que los japoneses atacaron en 1941. 'A la mayoría no nos interesa la historia, pero sabemos que cometimos muchos errores', reconoce.

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