Este artículo se publicó hace 3 años.
Oscurecer el Sol para paliar la crisis climática
Un informe sobre la geoingeniería solar de las Academias Nacionales de Estados Unidos cree que hay que investigar más esta segunda línea de defensa.
Malen Ruiz de Elvira
Madrid-
Si no hay nuevos retrasos, un globo estratosférico del que pende una góndola con instrumentos será lanzado el próximo mes de junio por la agencia espacial de Suecia para hacer la primera prueba de funcionamiento de un sistema que pretende investigar cómo se comportarían partículas de polvo mineral en la parte superior de la atmósfera. El objetivo último es comprobar si se le podrían poner a la Tierra unas gafas de sol para amortiguar la crisis climática.
Es Bill Gates quien financia este proyecto de la Universidad de Harvard y, a pesar de que este primer vuelo del globo y los siguientes no soltarán ninguna partícula, la oposición al experimento ya se ha hecho notar en Suecia. Sin embargo, no son pocos los científicos que creen que la geoingeniería es una línea de investigación que se debe continuar para, si no se alcanzan los objetivos de reducción de emisiones de efecto invernadero, contribuir a aminorar los efectos del cambio climático, como segunda línea de defensa. No es, sin embargo, un sustituto de la descarbonización y la mitigación, aseguran.
Esta postura se refleja ahora en el nuevo informe de las Academias Nacionales de Estados Unidos (NASEM) sobre técnicas para reflejar la luz del Sol, que disminuirían el calentamiento de la Tierra. El informe es favorable a que este país, en colaboración con otros, desarrolle "de forma cautelosa" la investigación sobre la posible intervención en el clima a través de la geoingeniería, para conocer tanto sus efectos potenciales positivos como los riesgos de la gestión de la radiación solar.
La estrategia para refrescar la Tierra se basa en tres técnicas que, según el informe, vale la pena investigar e incluso se podrían combinar. Dos son para reflejar más la radiación solar y la tercera para aumentar la radiación terrestre. La primera y mejor estudiada consiste en añadir pequeñas partículas reflectivas (de carbonato cálcico en el caso del experimento SCoPEx de perturbación estratosférica de Harvard) para formar aerosoles en la parte superior de la atmósfera, entre los 16 y los 25 kilómetros de altura. Algo parecido a lo que sucede en las erupciones volcánicas. La segunda consiste en aumentar el espesor o la reflectividad de las nubes bajas marinas y está muy poco desarrollada. Basándose en las nubes acumuladas que se observan claramente en las rutas marítimas, causadas por la contaminación emitida por los barcos, se ha lanzado la idea de pulverizar agua marina en diversas zonas para que se formen más nubes. La tercera sería aligerar las nubes altas de hielo (los cirros, entre los 6 y los 13 kilómetros) para que escape más radiación infrarroja al espacio. Para ello se sembrarían las nubes con hielo para formar núcleos mayores que los naturales y acortar así su vida, pero esto solo funcionaría en unas condiciones determinadas.
Todas son propuestas arriesgadas y, como en la primera se actuaría sobre el mismo nivel que ocupa la capa de ozono, se sabe que, al menos en esta, las consecuencias serían de larga duración. Sin embargo, se estima que bastaría con reflejar un 1% de la radiación solar que ahora absorbe la Tierra para contrarrestar el aumento de los gases de efecto invernadero hasta la fecha.
El informe es el fruto de varios años de trabajo de ingenieros, científicos y médicos, entre otros especialistas, y pretende ser un documento de consenso para la política científica y también informar al público en general sobre el tema. Desarrolla uno anterior, de 2015, más general, pero se centra con mayor detalle en la intervención atmosférica.
No se trata, se afirma en el informe, de diseñar un programa nacional de geoingeniería solar para ponerlo en práctica en el futuro sino para comprender mejor los muchos aspectos desconocidos de esta tecnología, entre ellos cómo podrían afectar a los fenómenos meteorológicos extremos, a la agricultura, a los ecosistemas naturales y a la salud humana, señalan las Academias Nacionales. El programa estaría sometido a estrictas reglas y a la participación pública. Solo se permitirían experimentos al aire libre cuando fueran absolutamente necesarios para complementar los trabajos de laboratorio y modelización o cuando aprovecharan algún fenómeno natural, como una erupción volcánica.
Para todo ello, la comunidad científica pide entre 100 y 200 millones de dólares durante los primeros cinco años para estudiar 13 áreas de investigación concretas que se pueden agrupar en tres grandes ámbitos: los objetivos y el contexto de la geoingeniería solar, los impactos y las dimensiones técnicas de cada tecnología, y los aspectos sociales. Actualmente estos temas se investigan parcialmente, sin coordinación y sin reglas específicas.
"En la ingeniería solar hay muchas preguntas científicas sin respuesta sobre los riesgos y los efectos secundarios, pero son igualmente importantes las preguntas sobre quién decidirá el despliegue de esta intervención para enmascarar el calentamiento global y durante cuánto tiempo", ha dicho Marcia McNutt, presidenta de las academias. "Dada la urgencia de la crisis climática, es necesario estudiar más la geoingeniería solar, pero lo mismo que sucede con otros campos, como la inteligencia artificial o la edición genética, la ciencia tiene que preguntar a la población no solo si podemos hacerlo realidad sino si debemos".
Como pasa tantas veces en ciencia, avanzar en el conocimiento, aunque sea en temas que nunca se hagan realidad exactamente como se previeron, puede dar una ventaja sustancial en muchas otras áreas a los países que los investigan. Este puede ser uno de esos casos.
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