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Almudena Grandes, madre de Madrid
La familia de la escritora, que concibió la ciudad en sus novelas, recibe la medalla de Hija Predilecta de Madrid a título póstumo durante un emotivo homenaje en el Teatro Español.
Madrid-Actualizado a
Quizás Joaquín Sabina.
"Ustedes no saben por qué yo voy siempre con sombrero. Era porque estaba esperando un momento para poder quitármelo en honor a Almudena Grandes".
Su entierro, todavía en la memoria. Allí, en el cementerio que lleva su nombre, vivió el cantante uno de los momentos más emocionantes que recuerda. Y no hubo sepelio tan hondo, hasta donde su memoria alcanza, como el del alcalde Tierno Galván. Luego falleció ella, "la mejor madre, la mejor amiga, la mejor hermana", imposible considerar "póstuma" a una mujer con tanta energía, "porque vive y vivirá siempre en sus libros, en los maravillosos poemas de amor de Luis García Montero y en el corazón de sus amigos, que la quisimos, que la queremos tanto".
Quizás Sabina atinase en un homenaje que fue gesto, ese sombrero en la mano, como en estos meses lo habían intentado con palabras otros tantos almudenos, su cofradía de fieles amigos. Señal de inmenso respeto, tan grande como el vacío que dejó su colega y escritora, más viva que nunca en el acto de entrega de la medalla de Hija Predilecta de Madrid a título póstumo, "ese Madrid que es un poquito menos Madrid sin Almudena".
Una distinción racaneada por el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, quien aceptó a regañadientes el reconocimiento a cambio de que le aprobasen los presupuestos. Este lunes sofocante no arredró a decenas y decenas de madrileños, que guardaron cola para acceder al Teatro Español, pero su representante no hizo acto de presencia, como tampoco la vicealcaldesa, Begoña Villacís. Ambos se perdieron una gran oportunidad para entender por qué la escritora es merecedora del título: Almudena Grandes era —y sigue siendo— Madrid.
La ciudad se paseaba por sus páginas. Hizo de Madrid un mundo. Un mundo, por cierto, en el que cabían todos y todas, como recordaba en su pregón de San Isidro. La escritora Marta Sanz subió al escenario para dar cuenta de su "mapa cerebral", cuyo epicentro narrativo y vital era la glorieta de Bilbao: "Impresiona la construcción de una ciudad que es muchísimas ciudades a la vez, sobre la que se definen los movimientos complejos y las sinergias de los seres de ficción".
La brillante exposición de Sanz fue un alegato a favor del madrileñismo —o del amor a su cuna— de la autora de El corazón helado: "Con su sensible capacidad de observación y su dominio del oficio de escribir, Almudena Grandes habló sobre su ciudad desde la doble perspectiva del conocimiento casi científico y la curiosidad por comprender". Almudena, al fin hija predilecta, antes madre que concibió Madrid en sus novelas.
Si Sanz teorizaba sobre sus visiones de una urbe diversa y contradictoria, al tiempo que defendía que recibiese "este merecido honor", familia, amigos y asistentes al acto aplaudían su figura humana y literaria, sin barnizar el acto de política. Al contrario que el alcalde, cuya ausencia, en cambio, sí lo trataba de politizar.
Borja Fanjul, presidente del Pleno del Ayuntamiento, entregó la medalla a sus tres hijos —Elisa, Irene y Mauro— y a Luis García Montero, quien recitó el poema de amor La inmortalidad: "Yo lo escribí pensando en lo que recordaría ella de mí cuando yo cerrase la puerta, y ha sucedido exactamente lo contrario". Emocionado, recordó que su pareja hizo de esta su ciudad literaria, a la que le mostró su agradecimiento: "Este aplauso le da sentido a muchas cosas".
Cuando uno tiene una pérdida grande, proseguía su viudo, resulta difícil encontrarle sentido a la vida. "Pero el cariño, la emoción y la amistad de la gente, poco a poco, van haciendo que nosotros, nuestros hijos, nuestra familia, los hermanos, la tía Lola… vayamos encontrándole sentido a una vida en la que nos hemos quedado flotando por la pérdida de Almudena".
Ningún reconocimiento, aseguró García Montero, le podría haber hecho mayor ilusión a la escritora, fallecida en noviembre. "El Ayuntamiento de Madrid, institucionalmente, representa a un pueblo, el de Madrid, que ha demostrado con el corazón en la mano y con los ojos en los libros el cariño que sentía por Almudena", afirmó el poeta y director del Instituto Cervantes, cuya elegancia contrastó con las palabras que en su día profirió el alcalde, contrario al reconocimiento.
"Ha sido una falta de educación tremenda. Al margen de las ideologías, la valía de Almudena traspasa todas esas barreras", cree Alfonso Sobrino, uno de los asistentes. "Ha sido una gran profesional y una embajadora de Madrid. No entiendo por qué han tardado tanto en hacerle un merecidísimo homenaje, en el que, por cierto, la protagonista han sido las letras de Almudena", añade Inés Sánchez.
Por las tablas del Español también pasaron la directora artística del Teatro Español, Natalia Menéndez, presentadora del acto; la actriz Blanca Portillo, quien leyó textos de la autora de la serie de novelas Episodios de una guerra interminable, en los que explicaba cómo de niña se convirtió en escritora; y la pianista Rosa Torres-Pardo, música para los versos del Fandango de Lavapiés.
En el patio de butacas, personalidades de la cultura —como Miguel Ríos, ovacionado a su llegada por la platea—, de los medios y de la política, incluidos el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, la concejala de Cultura, Andrea Levy, y varios ediles de la oposición. Rostros mediáticos, pero también castizos, como el de la librera Lola Larumbe, quien deja claro que no hay "nadie mejor" que Almudena Grandes para ser objeto de este reconocimiento.
"Es la literatura, la humanidad y la ciudad en una sola persona", añade la responsable de la Librería Alberti. Una figura "importantísima para Madrid que retrató a los madrileños como nadie". Sobraban, pues, razones para la distinción y siguen faltando argumentos para la ausencia, porque Almudena es Madrid, y Madrid es de los madrileños.
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